a visita que realizará a México el 13 de julio el secretario estadunidense de Estado, Mike Pompeo, debe ser tomada con el mínimo de expectativas sobre el fruto positivo que pueda arrojar para el país anfitrión. Pompeo no trae nada favorable para las relaciones entre México y Estados Unidos, puesto que es conocida su plena coincidencia con la brutal política injerencista y agresiva del presidente Donald Trump, quien por eso mismo lo escogió para relevar a Rex Tillerson en el cargo. A Washington le interesa, sobre todo, el petróleo mexicano y que aquí haya un gobierno complaciente como todos los de la etapa neoliberal. Uno que actúe de custodio antinmigrante y continúe adherido a sus aprestos intervencionistas contra Venezuela como miembro prominente del desprestigiado Grupo de Lima.
Muy poco le agrada que el gobierno entrante de López Obrador proclame que enarbolará la no intervención y el futuro canciller Marcelo Ebrard mencione que la aplicación de ese principio incluye a Venezuela y Nicaragua. Que ande proyectando remozar refinerías y construir nuevas, impulsar la soberanía alimentaria, revocar la reforma educativa y desarrollar programas para que todos los niños y jóvenes puedan continuar sus estudios hasta la universidad y decenas de miles incorporarse al trabajo y la capacitación como aprendices. Que se duplique la pensión para adultos mayores y se extienda a las personas con capacidades diferentes y se aborde el tema de la seguridad con un criterio preventivo y no represivo, pues estos programas se oponen a la concepción neoliberal de sometimiento de las mayorías al orden dominante y le procuran al nuevo presidente una sólida base de apoyo político entre los jóvenes y la población, propicia para enfrentar y derrotar intentos desestabilizadores.
Es cierto que la oligarquía mexicana no quiere a AMLO. Simula una luna de miel, pero es poco probable que dure, aunque no descarto que el mandatario electo consiga convivir de manera mutuamente ventajosa con un sector burgués interesado en el mercado interno, lo que sería muy positivo. Sin embargo, reitero lo dicho en este espacio: la más grave amenaza contra un gobierno independiente y progresista en México procede de la élite del poder del vecino del norte, que se valdrá de sus socios locales para sus planes golpistas y subversivos.
Pompeo viene a asegurarse de que los intereses de Washington continúen debidamente defendidos en el gobierno entrante y, junto con sus acompañantes, ejercerá presiones para conseguirlo. Es el hombre idóneo para la tarea. Considerado uno de los halcones más connotados del gobierno del norte, con una hoja de servicios en favor de las posturas políticas más extremistas, incluido su apoyo a las torturas de la CIA y a la intervención masiva de las comunicaciones por Washington. Destaca su férrea oposición al acuerdo nuclear con Irán, reiterada en la visita que realizó a Israel a finales de abril, cuando dio la razón a las ridículas acusaciones de Netanyahu contra Teherán.
Es también un vehemente enemigo de la revolución bolivariana, que ha propuesto en la OEA la expulsión de Caracas de su seno, y viejo amigo de la contrarrevolución (anti)cubana de Miami. Pompeo comparte su ferviente adhesión al sionismo con Jared Kushner, cuñado de Trump y uno de sus acompañantes en esta visita, íntimo amigo de Netanyahu con jugosos negocios en Israel. Completan su comitiva el también especulador y banquero Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, y la titular de Seguridad Interior, Kirstjen Nielsen, operadora inmisericorde de la política migratoria de tolerancia cero.
AMLO actúa con la responsabilidad y prudencia que cabe esperar de un virtual jefe de Estado al no provocar a Trump y proponerle planes de desarrollo conjunto de Estados Unidos, Canadá y México con los países centroamericanos como la forma más eficaz de erradicar la migración al norte. El poderoso vecino tiene una frontera común con México de más de 3 mil kilómetros de extensión, ambos están unidos por importantes lazos comerciales y económicos y eso hace que el segundo sea vulnerable a represalias económicas de aquél. Lejos de aventurerismos irresponsables, lo conveniente para un gobierno progresista en México es fomentar el diálogo bilateral respetuoso y en pie de igualdad con Estados Unidos. Que funcione es otra cosa. Pero ciertamente, el país al sur del río Bravo tiene una economía mucho más diversificada que, por ejemplo, Venezuela, y resultará bastante más difícil hacerle daño con una guerra económica.
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