l 15 de septiembre de 2008 –la quiebra de Lehman Brothers– es la fecha conven-cional de inicio de la Gran Recesión, cuyas secuelas siguen presentes, sobre todo en materia de empleo y salarios, un decenio después. ¿Qué fecha se elegirá en el futuro para marcar el inicio de la GC (guerra comercial), cuyos barruntos han sido perceptibles en lo que va del año? Una opción es el 6 de julio de 2018, cuando entraron en vigor los aranceles punitivos impuestos por el gobierno de Donald Trump a importaciones procedentes de China. En esa fecha, dijo un vocero del Ministerio de Comercio de China, Estados Unidos detonó la mayor guerra comercial de la historia económica, hasta ahora
. A su vez, el gobierno de Xi Jinping impuso aranceles a diversos artículos importados de Estados Unidos. La GC global iniciada por EU se libra, además del Pacífico, en otros frentes –el Atlántico, con la Unión Europea, y el hemisférico, con Canadá y México– y existe el riesgo de que se agrave, con impuestos a las importaciones estadunidenses de automóviles, y con una segunda oleada a las provenientes de China, anunciada ayer. (Esta nota es la cuarta sobre el tema que publico en La Jornada. Véanse las anteriores el 22 de febrero, el 8 de marzo y el 31 de mayo.)
El del Pacífico es ahora el frente más inquietante de la GC. La racionalidad en que se apoya la decisión estadunidense de imponer aranceles adicionales apenas merece ese nombre. De acuerdo con un comunicado oficial de la Oficina del Representante Comercial (STR) fechado el 6 de julio, se trata de responder a las injustas prácticas comerciales de China relacionadas con la transferencia forzada de tecnología y propiedad intelectual de Estados Unidos
. El arancel adicional de 25 por ciento ad valorem afecta artículos importados desde China bajo 818 fracciones arancelarias, cuyo valor ascendió a alrededor de 34 mil millones de dólares en 2018: “productos beneficiados por las políticas industriales de China, entre ellas el programa ‘Hecho en China 2025’”. No es fácil consultar la lista de fracciones afectadas en los portales del STR y del Federal Register, pero la prensa ha destacado el instrumental médico y las partes y piezas de aeronaves. Los aranceles impuestos por China afectan a 545 productos: entre ellos, soya, carne porcina, mariscos, lácteos y automóviles.
La segunda andanada, anunciada por Estados Unidos el 10 de julio, consiste en aplicar desde septiembre un arancel adicional de 10 por ciento a compras a China de unos 6 mil artículos –alimentos, minerales y bienes de consumo. Se trata de una escalada de consecuencias difíciles de calcular, que podría descarrilar la incipiente recuperación económica generalizada que se supone está en marcha.
El objetivo proclamado de las medidas restrictivas del comercio de Estados Unidos es abatir el déficit comercial con China –por lo cual, en algún momento, ésta ofreció el compromiso de aumentar en forma rápida y extraordinaria sus compras a exportadores estadunidenses de manera que el déficit se redujera y el gobierno de Trump pudiese proclamar una ‘victoria’ con evidentes dividendos electorales. Haber optado, en cambio, por las hostilidades revela que el objetivo –oculto o proclamado a medias– es otro. Se trata, en realidad, de poner cerco al desarrollo y diversificación tecnológica de China y frenar su hasta ahora imparable ascenso hacia la supremacía global.
Por ello, dentro del frente del Pacífico de la GC, se libra también la batalla por el avance industrial y tecnológico, cuyos instrumentos centrales son las inversiones y las transferencias técnicas y científicas. Un estudio reciente del Rhodium Group (www.rhg.com) muestra la drástica caída de las inversiones directas de China en el mercado estadunidense: en el primer semestre de 2018 las adquisiciones de empresas y las inversiones en nuevos emprendimientos por parte de inversionistas de China en Estados Unidos se situaron en el nivel más bajo del presente decenio: apenas mil 800 millones de dólares, 90 por ciento menos que en enero-junio de 2017.
Han actuado dos factores, ambos propulsados por Estados Unidos: primero el Congreso ha hecho más rígido el régimen de revisión por motivos de seguridad nacional
de los proyectos de adquisición e inversión, a cargo del Comité sobre Inversiones Extranjeras de Estados Unidos (CFIUS). Aunque es un régimen aplicable a cualquier inversionista, se aplica sobre todo y con particular rigor a los proyectos de empresas chinas. Hay varios ejemplos recientes. Segundo, la misma racionalidad
que apoya los aranceles a las exportaciones chinas se ha empezado a utilizar para cerrar la puerta a los proyectos de inversión.
De esta suerte, en el comercio, en las inversiones y en las transferencias de tecnología, los dos gigantes globales han caído en la trampa de Tucídides. La naturaleza y el alcance de su enfrentamiento alcanza al conjunto de la economía mundial y de la vida internacional. Las consecuencias –menor crecimiento y ocupación– las pagaremos todos.