Viernes 29 de junio de 2018, p. a11
La pintora Joy Laville (1923-2018), fallecida el pasado 13 de abril, fue objeto de un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Ese acto fue encabezado por Lidia Camacho, titular del Instituto Nacional de Bellas Artes, quien se refirió a Laville como artista de profunda y exquisita sensibilidad por más de 60 años, quien mediante sus pinturas ‘‘nos abrió las puertas de su universo interior, un mundo habitado por la tranquilidad, por sus playas, cielos, montañas, por delicadas flores y desnudos que transparentan el alma siempre misteriosa”.
Nacida en Gran Bretaña, Laville siempre se consideró artista mexicana porque aquí fue donde comenzó a pintar, explicó Camacho. La funcionaria pidió al abundante público celebrar el legado de Laville, pues ‘‘nos conquista por su manejo de la luz, sus siluetas difusas, la delicadeza de su color, así como por su composición asimétrica del espacio, que nos hace pensar en una dualidad de tensión y tranquilidad”.
México inspiró a la pintora
El historiador de arte Salomón Grimberg, quien en 2015 fue curador de Joy Laville: los primeros 50 años –muestra para el Museo de Arte de Dallas–, conoció la pintura de la artista en la galería de Montserrat Pecanins en la calle Hamburgo. Era ‘‘diferente de cualquier cosa que había había visto hasta entonces. Eran dibujos al pastel por lo general oscuros, paisajes, flores inventadas, o interiores donde a menudo una mujer descansa cerca de alguna ventana. Qué extraños, pensé, tristes”.
Al conocer al escritor Jorge Ibargüengoitia en San Miguel de Allende, la obra de Laville experimentó un cambio paulatino. ‘‘El color empezó a aclararse y ocasionalmente un hombre aparecía en aquellos reducidos interiores ahora ampliados. Paredes enteras desaparecieron para abrirse a paisajes cada vez mayores’’.
Trevor Rowe, hijo de lLaville, recordó cómo hace 62 años ‘‘mi madre llegó a San Miguel de Allende acompañada de un niño de cinco años: yo, con la finalidad de continuar sus estudios de arte, interrumpidos por la Segunda Guerra Mundial, en el Instituto Allende.
‘‘En estos días, cuando la inmigración es tan polémica, la historia de mi madre migrante, que eventualmente adoptó la nacionalidad mexicana, brilla con la simplicidad, apertura e inocencia de otra época, que muestra un concepto diferente de recibir al extranjero, que lamentablemente pierde su valor a diario en el mundo.”
Rowe agradeció a México por haber ofrecido a su madre ‘‘las condiciones e inspiración que abrieron las puertas de su vida y las ventanas de su imaginación”.