as elecciones que se realizarán dentro de siete días serán las más importantes y complicadas que se hayan llevado a cabo en México en muchos años, no sólo por el número de votantes y de puestos de elección popular que estarán en juego, sino también por el marcado contraste de las propuestas, por la carencia de credibilidad de las instituciones, dado el clima de violencia que impera en el país y por lo que implicarán, sea cual sea el resultado, para el futuro inmediato de la vida republicana.
En este contexto, el secretario ejecutivo del Instituto Nacional Electoral (INE), Edmundo Jacobo, dijo ayer que debido a la instrumentación de las casillas únicas –en las que se realizarán las votaciones locales y federales–, aprobada en la más reciente reforma electoral, y a otros factores, la información de los resultados fluirá con mayor lentitud que en ocasiones anteriores, por lo que se espera que los primeros datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) serán los sufragios de los mexicanos en el extranjero y no empezarán a aparecer antes de las 23 horas de ese domingo.
Los comicios simultáneos –presidenciales y legislativos, además de que en diversas entidades se sufragará también por gobernadores y Congresos locales, además de presidencias municipales– complicarán las cosas, debido a que todos los votos deberán ser procesados en casillas únicas, lo que implica que menos funcionarios de casilla deberán realizar el conteo de un número mayor de boletas.
A lo anterior debe agregarse la decisión del propio INE de admitir como votos válidos las boletas en las que, en vez de tachar la casilla correspondiente, los electores escriban el nombre o las siglas de su favorito en toda la boleta. Tal determinación absurda –inexplicablemente respaldada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación– pondrá de manera inevitable en las mesas de votación dudas, ambigüedades y conflictos de interpretación entre los funcionarios de las casillas, lo que hará aún más lento el proceso.
En el entorno político del momento, enrarecido y polarizado por las campañas sucias en las que han incurrido diversos contendientes –candidatos y partidos–, la tardanza de las cifras oficiales es una mala noticia.
En tal circunstancia, los comicios del próximo primero de julio serán una triple prueba: para las instituciones electorales, que están ante la obligación de minimizar las consecuencias negativas de sus propios errores y de conducir el proceso electoral por un cauce de confiabilidad; para los institutos políticos y sus aspirantes, que deben abstenerse de incurrir en prácticas antidemocráticas, si no es que delictivas, y poner fin a retahílas de descalificaciones cruzadas y campañas de intoxicación de la opinión pública, y para la sociedad misma, que deberá hacer gala de prudencia, civilidad y espíritu democrático.
En suma, esta semana de cierres de campaña es pertinente demandar a las distintas facciones de la clase política que se centren en sus propuestas de gobierno, dejen de lado la diatriba y la ambición ilegítima y piensen en el ambiente nacional del amanecer del 2 de julio: un país crispado y enfrentado, o una nación satisfecha con su democracia.