e nos ha ido a los 90 años Aníbal Quijano, marxista peruano tan original como Carlos Mariátegui, quien supo descubrir a los pueblos originarios como posibles actores revolucionarios peruanos. De la misma manera, el marxista Quijano supo mostrar que la clasificación social en la modernidad eurocéntrica de la población no fue la clase social, sino la raza. La racialización de marxismo que practicó Quijano, inspirándose en los marxistas afrocaribeños, pero aplicada en América Latina a indígenas y mestizos, tiene consecuencias teóricas y prácticas muy originales, que abren preguntas que hoy se hacen las ciencias sociales en todo el mundo (como la decolonización epistemológica
acuñada por Aníbal).
Después de ser uno de los creadores de la Teoría de la Dependencia fue tomando conciencia de la realidad latinoamericana, que le exigió efectuar un cambio radical en el marxismo. Si nos referimos sólo al artículo Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina
(trabajo incluido en la magnífica Antología de su obra publicada por Clacso, Buenos Aires, 2014) tenemos ahí sintetizada sus hipótesis de manera muy clara.
Oponiéndose al marxismo clásico, que desde la categoría clase piensa que la revolución socialista lucha contra una burguesía constituida, que sigue a la etapa feudal, Quijano escribe: “Para creer que en América Latina una revolución democrático-burguesa basada en el modelo europeo es no sólo posible, sino necesaria, primero es preciso admitir […] en América Latina: 1) la relación secuencial entre feudalismo y capitalismo; 2) la existencia histórica del feudalismo y, en consecuencia, entre la aristocracia feudal y la burguesía; 3) una burguesía interesada en llevar a cabo semejante empresa revolucionaria” (p. 824). Con respecto a lo cual concluye mostrando que en la historia latinoamericana “una revolución antifeudal, ergo democrática, en el sentido eurocéntrico, ha sido siempre una imposibilidad histórica” (p. 825), simplemente porque no hubo feudalismo (como ya en 1949 lo demostró Sergio Bagú, agrego yo).
Aun en el caso de las revoluciones socialistas el “espejismo eurocéntrico acerca de las revoluciones socialistas, como control del Estado y estatización del control del trabajo [etcétera], se funda en dos supuestos teóricos radicalmente falsos. Primero, la idea de una sociedad capitalista homogénea […]. Pero ya hemos visto que esto no ha acontecido nunca en América Latina […]. Segundo, la idea de que el socialismo consiste en la estatización de todos y cada uno de los ámbitos del poder y de la existencia social, comenzando con el control del trabajo […] desde el Estado” (p.826). Y aquí Quijano se lanza contra la función del Estado autoritario en la nueva sociedad. “Una revolución socialista tenía que ser, por necesidad histórica, dirigida contra el conjunto del poder […] Sólo podía tener sentido como redistribución entre la gente, en su vida cotidiana, del control sobre las condiciones de su existencia social (p. 827). Estas conclusiones se fundan en un anterior y largo proceso de deconstrucción teórica.
En efecto, sólo es comprensible la constitución de América [Latina] y la del capitalismo colonial/moderno y eurocentrado [entendido] como un nuevo patrón de poder mundial
(Op. cit., p. 777). La idea de raza
es el criterio de la clasificación social de la población mundial
(Ibid). La raza permite usufructuar sin salario alguno el trabajo del indígena o del esclavo, permitiendo una superioridad radical del blanco sobre los seres humanos de color, es decir, fue un modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista
(p. 779). De esta manera el capital naciente controló el trabajo, fundando en esta dominación la colonialidad del poder político. La nueva identidad geocultural […] emergía así como la sede central de control de mercado mundial” (p.783), situado en el Nordatlántico (y desplazando al Mediterráneo) de acuerdo con una tesis que habíamos enunciado con anterioridad.
El nuevo patrón del poder mundial expresó igualmente una nueva subjetividad mundial, elaborando una historia en torno a una antigua hegemonía europea inexistente. Un nuevo universo simbólico vino a probar esa superioridad europea, logrando “una nueva perspectiva temporal […] reubicaron a los pueblos colonizados, y a sus respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria cuya culminación era Europa” (p.788). Ese periodo histórico de hegemonía es lo que se ha llamado Modernidad.
El concepto de Modernidad es referido, solo o fundamentalmente, a las ideas de novedad, de lo avanzado, de lo racional-científico, laico, secular
(p. 70); todas las demás culturas son atrasadas, primitivas, subdesarrolladas.
Este eurocentrismo moderno logra así de los pueblos periféricos “el control del trabajo, de sus recursos y productos […], el control del sexo […], el control de la autoridad […], el control de la intersubjetividad; [… es un] patrón de poder mundial”. (p. 793). Es lo que Aníbal Quijano denomina la colonialidad del poder
.
De lo que se trata es de romper esa dependencia de la Modernidad europea, capitalista, racista, sexista, que impone un padrón que también incluye una producción interpretativa mundial eurocéntrica inculcada en las elites coloniales hasta el presente.
Por ello Aníbal, como uno de los fundadores de una comunidad intelectual que se reunía en torno a las universidades de Duke (con Walter Mignolo), Berkeley (con Ramón Grosfoguel), Binghamton (junto a I. Wallerstein), Stony Brook (con Eduardo Mendieta), México (con alguno de nosotros), Bogotá (con S. Castro-Gómez) y tantas otras universidades e intelectuales, se fraguó la denominación de toda una teoría en torno a la Descolonización epistemológica
, cuyo giro descolonizador
(al decir de Nelson Maldonado-Torres) se propone liberar a las ciencias sociales en general (en mi caso a la filosofía en particular) y a las elites intelectuales del Sud global de su triste colonialidad mental europeo-norteamericana. Mientras tanto, es un hecho, esta corriente teórico-crítica se ha mundializado en África, Asia, América Latina, Europa y Estados Unidos. ¡Mucho le debe a nuestro Aníbal Quijano!