l contrario de lo que se difunde, la aventura de alterar el ADN de nuestros cultivos alimenticios mediante las técnicas de la llamada ingeniería genética
(IG), no ha estado sustantada en ciencia, más bien, la ha deshonrado. Sus ingenieros y quienes los apoyan, con frecuencia han ignorado, y hasta ocultado o destruido, evidencias científicas. También han violado los estándares de la ciencia. Inclusive han ocultado esas infracciones mediante el engaño. Más aún, el proceso de IG; en particular de cultivos, ha sido descrito de tal manera que parezca más natural y preciso de lo que en realidad es, y aún los hechos más básicos de la biología contemporánea han sido distorsionados para minimizar los verdaderos riesgos de los cultivos transformados mediante IG.
La aventura de los alimentos modificados por IG ha dependido de manera crucial de esos engaños y no habría sobrevivido sin ellos. Por tanto, es imprescindible exponer esos engaños y que se conozca la verdad.
En mi artículo publicado en La Jornada del pasado 18 de mayo revelé cómo los engaños clave provinieron del gobierno de Estados Unidos –y cómo este país ha promovido a los cultivos transgénicos, de empresas semilleras mediante técnicas de IG y ha impulsado su negocio en los mercados mundiales. En los siguientes párrafos explico cómo otras destacadas instituciones han contribuido a este engaño.
Una de las mayores ficciones es que hay consenso entre los expertos científicos sobre la inocuidad de los cultivos transgénicos. Por tanto, la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia ha declarado que cualquier organización respetable
que haya examinado la evidencia científica ha concluido que los alimentos derivados de estos cultivos no involucran mayor riesgo
que los alimentos convencionales. Sin embargo, varias organizaciones respetables, como la Sociedad Real de Canadá, la Asociación Médica Británica y la Asociación de Salud Pública de Australia no comparten tal acuerdo; más bien, alertan sobre sus posibles riesgos.
Además, aquellas organizaciones que proclaman la inocuidad de los transgénicos se apoyan básicamente en el engaño. Consideremos el caso de las toxinas novedosas no previstas que la IG puede generar. Para sostener el argumento de que los alimentos transgénicos no implican riesgos adicionales o novedosos, en un importante reporte de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos se argumenta que con el mejoramiento genético convencional también se puede incurrir en riesgos similares. Sin embargo, los autores sólo pudieron citar un caso para la agricultura convencional (que involucra a la papa), y que más adelante se demostró que era falso. Aseveraron que la nueva papa, obtenida mediante métodos convencionales no transgénicos, contenía una molécula tóxica novedosa que no se encontraba en ninguno de los progenitores, a pesar de que éstos sí la producían; pero este tipo de sustancias tóxicas fueron encontrados en otras papas.
La Sociedad Real Británica también ha torcido la verdad para hacer creer al público que los cultivos transgénicos no presentan riesgos con respecto a los alimentos convencionales. Por ejemplo, argumentan que estos últimos pueden también producir efectos inesperados. En una publicación de 2016 de la misma organización, muestran que todos
los genomas de plantas con frecuencia presentan inserciones de ADN viral y/o bacteriano
–y que esas inserciones son similares
a las que se generan mediante técnicas de ADN recombinante de la IG. Ambas aseveraciones son falsas. Mientras los genes insertados en el genoma vía IG siempre son integrados al genoma de las plantas, rara vez ocurre esto con los genes de virus y bacterias. Además, las infrecuentes inserciones de genes virales en el genoma de plantas permanecen inactivas y no están combinadas con otras secuencias de virus o bacterias, como ocurre en las construcciones recombinantes de la IG. La presencia de genes bacterianos también es restringida en los genomas de plantas, y tampoco están activos. En cambio, los genes y sus combinaciones insertados mediante IG además de impactar de diversas maneras en el fenotipo, son artificialmente impulsados a una hiper actividad que puede causar desbalances riesgosos.
La referida publicación también ha engañado sobre los resultados de investigación. Proclama que no ha habido evidencias de daño
ligado a algún cultivo transgénico aprobado, a pesar de varios estudios publicados en revistas arbitradas que mostraban lo contrario. Es más, la misma sociedad está enterada de un estudio que demuestra daño y que la propia Sociedad Real trató de desacreditar. Ese estudio, realizado en el reconocido Instituto Rowett, puso en duda la inocuidad de los alimentos transgénicos, al reportar que el proceso de ingeniería genética mismo puede causar problemas. Tal descompostura animó al editor de la prestigiosa revista The Lancet a rechazar la iniciativa de la sociedad, calificándola de impertinencia insólita
. The Lancet consideró el estudio como científicamente adecuado y lo publicó. La sociedad obvió este estudio y aseveró que no había investigación alguna que mostrara que el proceso de IG en sí puede causar diferencias en los cultivos transgénicos que puedan implicar daños.
Mi libro Genes alterados, verdad adulterada contiene muchos ejemplos de este tipo de conductas inaceptables de importantes revistas y sociedades científicas que han intentado ocultar o minimizar los posibles impactos negativos de los cultivos transgénicos. Los proponentes de los cultivos transgénicos han estado subvirtiendo a la ciencia, a la vez que dicen actuar en su nombre.
*Steven Druker es director ejecutivo de Alliance for Bio-Integrity, una ONG basada en EU. Es autor de Genes alterados, verdad aduterada: Cómo la empresa de los alimentos modificados genéticamente ha trastocado la ciencia, corrompido a los gobiernos y engañado a la población.