El presidente Michel Temer desoye las protestas contra los precios de los combustibles
Domingo 27 de mayo de 2018, p. 23
Río de Janeiro.
Poco antes de las 8 de ayer, el general Sergio Etchegoyen, quien comanda el gabinete de seguridad institucional y las acciones relacionadas con la crisis que sacude y paraliza el país, aseguró: Las situaciones prioritarias están normalizadas
.
Habría que preguntar al general qué entiende por prioritarias
y por normalizadas
. Porque cinco minutos antes de su declaración, la última gasolinería que aún funcionaba en Curitiba, capital del estado de Paraná, apagó sus luces, por falta de combustible. Una hora antes, la compañía aérea Latam enviaba a Brasilia un Boeing cargado de combustible para abastecer sus aviones que, sin tener cómo despegar, adormecían en el aeropuerto local. Por todo el mapa brasileño se reproducían situaciones de caos absoluto.
A aquellas alturas de la noche, había al menos 566 carreteras bloqueadas en todo el país. Se registraban colapsos en los más inimaginables sectores de la vida: productores de leche seguían ordeñando sus vacas y echando la leche al pasto; criadores de pollos y gallinas veían cómo crecía la amenaza de que millones de aves muriesen por desnutrición; hubo escenas escalofriantes, de canibalismo entre gallinas hambrientas; las calles de Río de Janeiro parecían territorio abandonado.
En las grandes ciudades brasileñas faltaba de todo, desde dinero en cajeros electrónicos hasta tanques de oxígeno en los hospitales. ¿Cuáles serían, pues, las situaciones prioritarias
?
Es verdad que, desde el amanecer, las fuerzas de seguridad lograron romper bloqueos en determinados puntos del mapa y hacer circular camiones cargados de combustibles, cuyo destino eran exclusivamente aeropuertos, hospitales y fuerzas de seguridad.
Los porqués
A estas alturas del caos, en que nadie sabe cuáles serán las consecuencias de la crisis en el escenario económico, y mucho menos en el panorama político, y en que ya no se trata de intentar saber cómo será el próximo miércoles, la gran pregunta es: ¿cómo se llegó a tal punto?
Desde enero el gobierno de Michel Temer recibía señales de inquietud tanto de los transportistas, desde los patronales, que son 70 por ciento del millón de camiones responsables de 67 por ciento de la carga que circula en Brasil, como de los autónomos.
A fines de abril, las señales fueron más contundentes. Comunicados de la patronal enviados al despacho presidencial decían que si no se aceptaba negociar desde exenciones fiscales hasta la baja de los precios de combustibles, podrían surgir problemas
.
Una semana antes del paro-lockout declarado el pasado lunes, los transportistas autónomos enviaron a Temer una carta dura, contundente, agresiva. Carta que, en tiempos de gobierno legítimo, sería devuelta por insolente.
¿Qué hicieron Temer y sus asesores? Nada.
Hay dos hipótesis para semejante reacción. La primera: silenciar frente a una amenaza insolente abriría espacio para que se llegara al caos a que se llegó. Y, en ese panorama, se instalaría una crisis de proporciones alarmantes en el país, un escenario de convulsión social, justificativa sólida para postergar las elecciones previstas para octubre, y para las cuales los que se adueñaron del poder no disponen de ningún nombre mínimamente viable.
Postergar las elecciones presidenciales sería la salida para que se descubriese un nombre capaz de disputar en condiciones concretas para asegurar los intereses del mercado.
La segunda hipótesis: preocupados por mantenerse en el poder –hay una tercera denuncia que, si es aprobada en el Congreso, significará la destitución de Temer–, nadie de su núcleo duro sabe qué hacer, excepto preservarse. Y por eso no se han dado cuenta del potencial de la crisis.
En realidad, hay una tercera hipótesis: embriagados de poder, Temer y sus más cercanos alargaron su distancia de la realidad, creyendo en sus propias fantasías.
Como sea, hay un dato concreto: el país está convulsionado. Y en este caso específico, raíz de un solo punto: la cuestión del precio de los combustibles, elemento central para la entrega del petróleo a los intereses de los accionistas, internos, pero principalmente externos.
Nadie o casi nadie se acuerda que desde la llegada de Temer al poder la refinación de petróleo en Brasil bajó a 60 por ciento. Es decir, hubo 40 por ciento de ociosidad. Cuanto menos se refina derivados del petróleo, más aumentan las exportaciones de crudo y más aumentan las importaciones de refinados, que traen valor agregado; aun el gasóleo de los camioneros.
De esas importaciones, casi la mitad viene de Estados Unidos.
Al transformar un elemento clave para cualquier plan de gobierno en cualquier país –la energía– en pura mercancía, poniendo el interés de los accionistas privados por encima del interés social, se abren avenidas para conflictos cuyas dimensiones son imposibles de prever.
El problema es que, a veces, surgen tropiezos. Por ejemplo, la amenaza concreta de una convulsión social.
Cuando eso ocurre, los del poder parecen creer que no existe otra salida que convocar a las fuerzas armadas, no importa lo que la historia nos haya enseñado.