n el número de abril de la revista Lee+, de las Librerías Gandhi, el escritor Alberto Ruy Sánchez escribió un poema en el que rinde homenaje al tacto, y dice así: Porque el tacto/ es el sentido/ sin órgano/ exclusivo:/ Todo el cuerpo/ dentro y fuera/ es sólo suyo,/ mío, tuyo
. Todo recubierto de piel, Alberto Ruy Sánchez va por la vida tal y como nacemos: desnudo. Lo arropa Magui, Margarita, su mujer, lo protegen sus dos hijos ya muy acostumbrados a que su padre se desvista y sea nuestro Kama Sutra tropical. Para él no significa mucho que lo fotografíen desnudo y yo estoy de acuerdo. Si él estuviera feo, gordo, chaparro y lleno de lonjas lo pensaría
, me explica Magui con una enorme sonrisa. “Y creo que me daría un poco de pena, pero como está muy guapo no me da pena. Mis hijos Andrea y Santiago ya se acostumbraron. Llegaron de la escuela enojados y les preguntamos qué les pasaba: ‘¿Por qué no nos dijeron que mi papá salió desnudo? ¡Es que llegamos a la escuela y lo primero que nos enseñaron fue una revista en la que mi papá sale desnudo! ¿Por qué me tengo que enterar por la maestra de matemáticas?’, preguntó mi hija Andrea. Alberto regresó de la sesión de pose y dijo: ‘¡Ay, hacía un frío horrible; me tomaron las fotos en un lugar helado!’
“En una revista de la que era dueño a medias García Márquez –interviene Alberto (a quién le dicen El Pollo porque en la Ibero llevaba un suéter amarillo y nunca se lo quitaba)– había una sección artística nada obscena de desnudos llamada Vicios privados, cuerpos públicos. A mí me fotografió Maritza López entre otros. Yo lo tomé como un reto. Alejandro Zenker hizo una serie de fotografías de escritores y pintores con una modelo desnuda como en su época lo hizo José Luis Cuevas. Posar no me pareció gran cosa; lo que sí me llamó la atención fue encontrar un lenguaje estético que va más allá del realismo. Le dije a Zenker: ‘Ok, yo me desnudo con la modelo’. Era una niña de 20 años cuando yo ya era un cincuentón. Ya había yo escrito varios libros y pensé que mi desnudez los complementaba. En mi segundo libro creé un personaje que pregunta: ‘¿Cuál es el sentido del erotismo?’ Porque gran parte de lo interesante es la vida interna del erotismo cuando el cuerpo humano se vuelve como una droga. Esa parte interna nunca se fotografía a menos que el artista sea especial. Sin arte, no se da el erotismo, se vuelve mecánico, hasta repetitivo. Para un artista, el chiste es encontrar la relación entre lo interno y lo externo. Cuando Zenker me llamó, inventé que la modelo y yo –además de desnudos– nuestras manos (una femenina, la otra masculina) hicieran el amor: se tocaran, se acariciaran y que el lenguaje de las manos privara sobre nuestra desnudez Convertimos nuestros cuerpos en lenguaje. Esa fue la más audaz de nuestras portadas, la más bonita, la más provocadora.
“Cuando llegamos mis hijos y yo a la FIL de Guadalajara –interviene Magui con una preciosa sonrisa–, a raíz de la publicación de la foto, el único póster gigante de esa editorial era su papá con la modelo. Entonces mis dos hijos exclamaron: ‘¡Híjole, ahora sí se va a enojar mi abuela!’ Pero la madre del Pollo sólo dijo: ‘Ay, m’ijo, te vas a chotear’. Alberto les abrió tanto la mente que ya no se asustan. Además son sonorenses, muy buena onda. A ellos se les abre el abanico de permisos y ellos mismos se abren a la libertad.”
Ruy Sánchez tiene una capacidad de improvisar y conquistar a su audiencia que es única. Le debo la presentación en Bellas Artes de Leonora y el silencio emocionado de los oyentes seducidos por su buena voz, su palabra y su forma de decirla. Con razón él y Magui, su mujer y extraordinaria compañera de trabajo, han triunfado en grande no sólo en Artes de México, sino en todo lo que emprenden. En 1953, Miguel Salas Anzures fundador del Museo de Arte Moderno lanzó la revista Artes de México. Una de las primeras exposiciones del Museo giró en torno al arte prehispánico, el virreinal y el muralismo. El catálogo fue la revista Artes de México que diseñó Miguel Prieto con su alumno de 20 años de edad, Vicente Rojo. Todavía en los créditos de la revista Alberto y Magui los reconocen: Fundada por Miguel Salas Anzures y Vicente Rojo, en 1953
. A partir de esa fecha surgieron los números monográficos, uno sobre danza que dirigió Miguel Covarrubias, sobre arqueología hasta que Salas Anzures murió y la revista desapareció. En 1979, Manolo Barbachano Ponce se la dio a su hijo, quien murió, y la revista desapareció 10 años. Hasta que un suscriptor empedernido reunió a seis amigos, entre ellos Alejandro Palma y Gonzalo Garita y la compraron. “El hijo de Maka, Quique Straus, me recomendó tras leer mi libro Los demonios de la lengua y nos dijo a Magui y a mí: ‘Vénganse a revivir Artes de México’. Aunque me habían ofrecido una chamba buenísima, dirigir Time Life de México, Artes de México me pareció mucho más fascinante. Había trabajado en editoriales comerciales con René Solís que era muy buen negociante –aprendí mucho de él–, y Magui y yo nos las ingeniamos para hacer el primer número que salió en 1988, o sea que estamos cumpliendo 30 años. Llevamos ya 129 números que salen cuatro veces al año.
“Al mismo tiempo yo había publicado Los nombres del aire, con Joaquín Diez Canedo, y ya había salido Los demonios de la lengua. En el primero partí del deseo femenino, que consistió en entender y escuchar no sólo a Magui, mi mujer, sino a muchas otras mujeres. Fue una investigación de muchos años y siempre digo que mis libros son documentales, pero contados con formas poéticas.
“En Artes de México escucho no sólo a las mujeres, sino a los artesanos, a los historiadores, a los antropólogos, a la gente que sabe, y que reuní en la revista porque estaba dispersa. Cuando el Smithsoniano nos dio un premio fue por la multiplicidad de las voces que recogimos, porque normalmente los especialistas interpretan pero nosotros nos dimos a la tarea de hablar con artesanos, editamos sus palabras y cada número es una composición con muchas horas de trabajo. En los 30 años que llevamos hemos publicado a 900 autores. Una cosa que cuidé, viniendo de Vuelta, la revista de Octavio Paz, es no publicar en Artes, aunque al principio escribí muchos editoriales. La que escribe es Magui, que es historiadora.”
–Hice un librito sobre Zapata –continúa Magui– en un momento muy difícil porque había perdido un bebé, y Alberto me trajo la tarea: Lo siento, no hay dinero
. Fue una terapia y como había leído muchísimo para mi tesis sobre Villa y el cine, el cine en la Revolución Mexicana, mi libro salió bien.
Margarita escribe muy bien, muy claro. Mis papás siempre se lo decían
, sonríe Alberto.
–Tu público lector consta de mujeres, Alberto…
–Estoy muy agradecido, porque no esperaba eso. No es un best seller; no escribo best sellers, hago long sellers, aunque Los nombres del aire lleva 33 ediciones a lo largo de 30 años. Esta respuesta se da porque me dediqué ocho años a escuchar a mujeres aquí en México y en mis múltiples viajes a Oriente, a India, al Sahara, a Marruecos. Todas confiaron en mí porque no me conocían y yo estaba de paso. Cuando no tratas de ser su novio, sino su confidente, una mujer te lo cuenta todo, porque nunca la vas a maljuzgar o a criticar. Después de que salieron mis cinco libros en España en un solo volumen en Alfaguara, hice el cálculo de que había entrevistado a 600 mujeres. El Quinteto de Mogador tiene 800 páginas y consta de cinco novelas. El quinto libro, el que escribí al final, funciona como introducción que sólo tiene 81 párrafos siguiendo la temática de los azulejos de Marruecos tomados de Granada. Muchas mujeres me mandan su fotografía y también algunos hombres se tatúan el libro en la piel. Hace unos días, en el Museo de Arte Moderno, ¿te acuerdas?, te enseñé a un chico que tenía tatuajes de mi libro en los brazos. Cuando recibí las fotografías de los tatuajes, algunos en lugares muy comprometedores, pregunté: ¿por qué lo hiciste?
, y ahora tengo 150 respuestas para un futuro libro.
“Viajo mucho al Oriente, a India, y en una de mis estancias una chica muy inteligente, antropóloga, luchadora social, activista de derechos humanos, me hizo muy buenas preguntas y al final me dijo: ‘Tengo que confesarle algo, yo soy parte de su libro’. Pensé que se identificaba con un personaje y me aclaró: ‘Yo estoy en la portada de su libro’. ‘¿Cómo es posible?’ ‘Yo era estudiante de antropología, me dieron una beca para ir a Londres, soy de Calcuta, y ahí un fotógrafo egipcio me tomó una fotografía y Alfaguara en España la compró para la portada de su libro’. Por eso digo que mis libros tienen algo celestial y demoniaco; son el resultado de haber escuchado a muchas mujeres y a algunos hombres.”
–Como Julio Cortázar que entendió muy bien a las mujeres.
–Mira, me precio de querer entenderlas, por lo menos. En cuanto a mi relación con el Sahara, cuando un marroquí viene a México y me dice que siente que somos hermanos o yo voy a Marruecos y siento lo mismo, compruebo que tenemos las mismas artesanías, la misma forma de reaccionar. Escribí un manifiesto hace 15 años sobre la relación norte-sur, que llamé Por un orientalismo horizontal, desafiando las ideas sociológicas y mi amigo me dio la razón y al rato la relación norte-sur se convirtió en un tema en las universidades de Marruecos y de Estados Unidos. Hace tres años me invitaron a inaugurar un coloquio y ahora viajo a inaugurar la sesión de la Academia Real de Marruecos sobre el tema de las relaciones de Marruecos y el mundo latinoamericano.
Autor de Quinteto de Mogador publicado por Alfaguara que reúne cinco libros sobre una mujer isla, puerto, aire, agua, tierra, fuego, y el asombro que le produce al autor, así como la novela más reciente, Los sueños de la serpiente, Alberto Ruy Sánchez es un hombre para mujeres, tal y como lo demuestra Luz del colibrí y Aventuras de la mirada.
A Octavio Paz le encantó que Ruy Sánchez escribiera sobre el caso de André Gide, condenado en 1936 en el congreso de Valencia por haber hablado mal del régimen soviético en su libro Retour de Russie. Ruy Sánchez retomó este tema que Paz tenía clavado en el corazón y en su libro Tristeza de la verdad, con prólogo del propio Paz, destroza el estalinismo. André Gide regresó de Rusia totalmente decepcionado y los delegados al congreso de Valencia condenaron su crítica y su persona, y a Paz siempre le dolió no haberse levantado a defender al gran escritor francés que tuvo la valentía de pararse frente a todos y decir en voz alta: La Unión Soviética no es lo que ustedes creen
. Por tanto, Paz concibió una gran amistad por Ruy Sánchez, Magui y sus hijos, y escribió: “Las obras de ficción de Ruy-Sánchez son siempre asombrosas (…) Su escritura tiene nervios y agilidad, su inteligencia es aguda sin ser cruel”. Paz también admiró la enorme facilidad de palabra de Ruy Sánchez, que data de hace 35 años, cuando empezó a discutir con intelectuales franceses, cosa que aprendió durante ocho años en la Universidad de París, en Francia, y luego en Stanford y Middlebury. Sus conocimientos le valieron la Legión de Honor francesa a título de oficial.
De regreso a México decidió: “Voy a ir a todas las cárceles, a todas las escuelas, a todos los hospitales… Así aprendí a comunicarme con la gente. También me fascina presentar libros, me gusta dar conferencias y seminarios, pero lo hago a partir de la gente a quien escucho. Roland Barthes era así cuando entré a su clase. Nos dijo: ‘Yo escucho a todos’”.