ociedad civil, pueblo, mujeres, juventud, sectores vulnerables, comunidades indígenas y –pregón de moda– ciudadanía. Etcétera. Pero no trabajadores. Una muestra: ninguno de los candidatos a la Presidencia de la República se refiere a ellos sino como algo accidental o enumerativo. El que más se ha acercado al concepto es López Obrador quien emplea, con alguna frecuencia, el término pueblo trabajador.
Los trabajadores somos el colectivo más numeroso del país. Aquel que sostiene a la sociedad con su esfuerzo, el que produce todo aquello que contiene valor de uso (bienes y servicios), independientemente de si es convertido en mercancía, y valor de cambio, la riqueza social a precio de mercado, empezando por la capacidad, las destrezas, el conocimiento y hasta el genio de los propios trabajadores. Los empresarios aportan algunos de los componentes al proceso de producción, pero no los esenciales. El componente nuclear de este proceso lo aportan los trabajadores.
La expresión capital humano acuñada en los ámbitos empresariales y socializada por sus medios, instituciones educativas y gobierno, a pesar de que nos reifica como mercancía, no deja de ser un reconocimiento al valor que tiene el trabajo de los seres humanos. Esperemos que llegue el día en que sólo seamos humanos que trabajamos para ganarnos dignamente el sustento y los bienes que la riqueza social nos permita disfrutar sin disminuir esta posibilidad de otros, como ahora se hace de manera ruda e impune.
Siendo la mayoría más significativa, los trabajadores han venido perdiendo peso específico en la sociedad mexicana. Es un proceso que roza los 75 años, desde aquel Pacto Obrero Industrial de 1945, donde ya se imponía la engañosa unidad de los desiguales en favor de los dueños del capital. Contenía tres cláusulas retóricas. En la primera se afirmaba: “Los industriales y los obreros de México hemos acordado unirnos, en esta hora decisiva para los destinos de la humanidad y de nuestra Patria…” Se unían, declarativamente, para lograr la autonomía económica de la nación, mediante el desarrollo, y con el fin de elevar las condiciones materiales y culturales de las grandes masas del pueblo. En la segunda, se decía que obreros e industriales aspiraban a la construcción de un México moderno, digno de parangonarse, por su prosperidad y su cultura, con los países más adelantados del mundo
: querían una patria libre, para siempre, de la miseria, la insalubridad y la ignorancia. Y en la tercera, donde aún se habla de clases sociales, leemos: Ambos, en fin, hemos realizado esta unión sin menoscabo de los puntos de vista particulares de las dos clases sociales que representamos...
Había una cláusula pragmática, que hoy podría servir para la renegociación del TLCAN, si la hubiere: “…estamos plenamente conscientes de la estrecha interdependencia económica que caracteriza al mundo contemporáneo. Por ello reconocemos la necesidad y la conveniencia de buscar la cooperación financiera y técnica de las naciones más industrializadas del Continente Americano, como los Estados Unidos y el Canadá…”
Una vez unidos lobos y ovejas, otros pactos les habrían de dejar a los lobos dedicados a los negocios una mayor cuota de terreno y alimento a costa de las ovejas sujetas a condiciones laborales entre un poco mejores, en ciertas épocas, y decididamente peores en las más prolongadas. Al Pacto de Guadalajara (1955), convocado por la CTM, ya lo sellaba el control y la línea presidencialista, que seguía el modelo de Miguel Alemán. Direcciones sindicales a modo, golpes a las que buscan su autonomía, represión abierta a los opositores –de izquierda, no existe otra fuerza que haya defendido históricamente a los trabajadores.
A mayor disciplina bajo la figura presidencial (las miles de mantas con el infaltable: Gracias, Señor Presidente), mayor entrega de conquistas sindicales. La CTM primero y la CROC después se ciñen a este binomio. Crisis y devaluación las debilitan. Ya para 1977, López Portillo no se toma la molestia de considerar a los trabajadores a la hora de lanzar un nuevo pacto: la Alianza para la Producción.
Eran los primeros signos del Estado neoliberal. El canto del cisne del sindicalismo aliado al gobierno fue la advertencia del líder sindical José Sosa a Miguel de la Madrid sobre el incierto destino de Pemex, ligado al de México y al suyo mismo. Luego vendría la represión salinista, las restricciones al salario, las reformas laborales que han menoscabado seriamente los derechos constitucionales de los trabajadores, la irresponsabilidad laboral de las empresas mediante intermediarios ( outsourcing). Y peor sería si llegara a la Presidencia de la República el PRI o el PAN. La iniciativa de una nueva reforma laboral, que establece el surgimiento de empresas ya con sus sindicatos blancos, ahora duerme; se la despertaría.
Morena tiene un componente de clase obrera que le rechina a los grandes empresarios, y por ello lo atacan en quien lo personifica: Napoleón Gómez Urrutia, líder de los trabajadores minero-metalúrgicos, postulado por este partido al Senado de la República. Es una posición que equilibra, de alguna manera, la presencia en él de empresarios que pueden ser muy liberales, pero que jamás podrían afirmar: “Los resultados del modelo de crecimiento que durante los últimos 30 años se ha aplicado, han estado enfocados en decisiones que consideran a los empresarios y sus asociados como los creadores de la riqueza, cuando en la realidad ésta es generada por los trabajadores mismos…”