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Diario, retrato y una carta
E

n esta ocasión, Clarisa Landázuri dedicó su columna de La Voz Brava a tres entradas diferentes, que hablan por sí solas y que transcribo a continuación.

De mi diario: Me gusta que La Voz Brava sea una publicación con voluntad de ser impresa y además marginal. Mayormente, en esta época en que la comunicación electrónica es la imperante en todos lados y para todo tipo de fines. Quizá me gusta la calidad obsoleta de las características que digo. No soporto las imposiciones de ningún orden, así que esta preferencia mía más bien es una forma de protesta, de rebeldía, de libertad, aun cuando estas respuestas mías resulten asimismo obsoletas. Celebro el día en que lancé La Voz Brava, en 2012, en una fecha que casualmente coincidió con la del día de la Independencia de este país, aunque ahora veo que fui tímida al concebirla como esporádica y no como periódica, ¡muy tímida al proyectarla como esporádica y no como diaria! Se me ocurre que cualquier idea, cualquier reflexión que no encuentre su forma de expresión en este espacio mío, es una idea o una reflexión, o lo que sea, que sencillamente no vale la pena escribirse ni, menos todavía, publicarse. Me gusta el hálito con el que afronto mi colaboración, tan despejado de todo lo que no sea el aquí y el ahora. Cada vez me convenzo más de cómo este concepto me sostiene, me protege y me aligera, me libera. Abordar mi tarea bajo el principio del aquí y el ahora acaba con todo trabajo literario que pretenda ir más allá de este aquí y este ahora. ¡Qué descargo dejar de pensar en el mañana! Todo esto me anima a renovar mi columna y hasta mi forma de vivir. Es un desafío, tener en la punta de la lengua un reclamo y verme orillada a olvidarlo, a tener que dejarlo pasar, a menos que encuentre una forma de expresión adecuada para mi columna, relegarlo a menos que su contenido sea publicable. Un poco a la manera del principio de cierta filosofía sabia que establece que no hay que hacer a solas lo que no puedas hacer en público. Así, ni siquiera en un diario íntimo o en calidad de borrador hay que encerrar nada que no puedas publicar. Sólo renovada como me siento puedo pensar de esta manera. Adiós a las confesiones, emociones, observaciones, crónicas, dudas, comentarios, recuerdos y hasta plegarias que no encuentren cabida en mi columna, adiós, pues si no concuerdan con mi espacio entonces no merecen ser emitidas o escritas.

De mi cuaderno de trabajo: El sesentón con aspecto de empleado que no logró ascender y que está a punto de ser despedido, que en mi café por teléfono trata de ofrecer un proyecto a alguien que, del otro lado de la línea, parece objetarle todos sus ofrecimientos, lastimeros, como cuando tantea si su interlocutor va a mandar a recoger el material que él le propone y lo hace hablando en plural; no se atreve a decir ‘o si yo te hago llegar todo el material’, sino que dice, ‘o si nosotros te hacemos llegar a ti el material’. Detrás del mostrador, veo que el hombre suda, oigo su carraspeo, como si quisiera controlar la vacilación con la que se expresa. Me entero de que el material que está tratando de ofrecer se trata de la documentación necesaria para hacer un programa de televisión dedicado a intérpretes femeninas y compositoras mexicanas de bolero. Nombra a una docena. Incluso repite la lista, todos nombres conocidos al menos regionalmente. Pero en ningún momento menciona a Consuelito Velázquez. Si la situación desesperada de este hombre, que no ha dado un sólo sorbo del café que tiene enfrente, si su batalla me angustió desde el principio, su omisión del nombre de esta compositora, nada menos, me mortificó todavía más. A tal grado, de hecho, que estuve a punto de transgredir mi papel de servir a mis clientes y pasarle un trozo de papel con el nombre clave. Me urgía ayudarlo a dar a su interlocutor al menos la impresión de que él sabía de qué estaba hablando, de que su material tenía autoridad, incluso peso internacional.

De mi correspondencia: Marai, qué cerca me sentí de ti por la travesura que nos jugó ayer la fierecilla indomable a quien tú has padecido... Pescó entre sus colmillos mi cajita de medicinas y me la perdió durante dos días. Sufrí, sobre todo porque se trataba de una herencia de la mamá de W. Por suerte, al barrer el jardinero la encontró entre las hojas. Aunque aboyada y sin una trozo del esmalte de su tapa redonda.