edio centenar de muertos y un millar de heridos, entre ellos ocho menores, fue el saldo de la represión lanzada el domingo por el Estado israelí por tierra y aire contra habitantes de la franja de Gaza que protestaban por el traslado de la embajada estadunidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. Esta política de hechos consumados y conquistas territoriales por la fuerza militar ha sido rechazada por la mayor parte de las naciones, pero Donald Trump amenazó, desde su campaña presidencial, con reconocer a Jerusalén como capital de Israel y, en consecuencia, mudar su representación diplomática a esa ciudad
(La Jornada, 15 de mayo.)
Esta guerra sin final desemboca en un Epílogo: El difícil perdón
de Paul Ricoeur, que cobra un peso específico y de ética al vincular las artes de la memoria y del olvido con las cuestiones de la justicia y conferir así a la filosofía de la historia en una resonancia mayor (por no decir una trascendencia) en el contexto de un mundo secularizado.
El perdón y el círculo de la amnesia, la amnistía y el olvido cierran una reflexión –la de Paul Ricoeur– iniciada a la luz, preocupada de la memoria y la historia con un elogio de la despreocupación que no es olvido sino gracia y libertad ante las heridas de la memoria y los purgatorios de la historia.
Paul Ricoeur concluye su obra con una frase que está redactada e impresa como si fuese un poema:
Bajo la historia, la memoria y el olvido./ Bajo la memoria y el olvido, la vida./ Pero escribir la vida es otra historia.
Incabamiento.
Jacques Derrida, con quien me vuelvo a encontrar aquí, tiene razón: el perdón se dirige a lo imperdonable o no es. Es incondicional, sin excepción ni restricción. No presupone una petición de perdón: “No se puede perdonar o no se debería perdonar; sólo hay perdón –si hay–, allí donde hay algo imperdonable”.
El lenguaje que se intenta adaptar al imperativo pertenece a una herencia religiosa, digamos abrahámica, para agrupar en ella al judaísmo, los cristianos y los islamismos
. Pero esta tradición, compleja y diferenciada, incluso conflictiva, es a la vez singular y está en vías de universalización. Es singular en el sentido de que es fruto de la “memoria abrahámica de las religiones del Libro de la interpretación judía, y sobre todo cristiana del prójimo y del semejante”.
A una cristianización que ya no necesita de la Iglesia cristiana
(ídem), y con motivo de ciertas expresiones del fenómeno de mundialatinización
del discurso cristiano. Esta simple observación plantea el gran problema de las re-laciones entre lo fundamental y lo histórico para cualquier mensaje ético con pretensión universal, incluido el discurso de los derechos del hombre. A este respecto, se puede hablar de supuesto universal, sometido a la discusión de una opinión pública en vías de formación a escala mundial. A falta de tal ratificación, uno puede preocuparse de la canalización del test de universalización en beneficio de la confusión entre la universalización en el orden moral, internalización de rango político y globalización de rango cultural.
Derrida piensa en todas las escenas de arrepentimiento, de confesión, de perdón o de excusas que se multiplican en la escena geopolítica de la última guerra, y, de modo acelerado, desde hace algunos años
. Ahora bien, gracias a estas escenificaciones, se difunde de modo no crítico el lenguaje abrahámico del perdón. ¿Qué sucede con el espacio teatral
? ¿Qué sucede con esta teatralidad
? me parece que se puede adivinar aquí la existencia de un fenómeno del abuso comparable a aquellos que hemos denunciado repetidas veces, se trate del presunto deber de memoria o de la era de la conmemoración: Pero el simulacro, el ritual automático, la hipocresía, el cálculo o la torpe imitación participaron a menudo y se invitan como parásitos en esta ceremonia de la culpabilidad
.