or diferentes razones, en los últimos años he tenido la oportunidad de conocer a un segmento de los especialistas mexicanos en temas electorales que se han formado al calor de la transición a la democracia, y que se han integrado como funcionarios a las instituciones encargadas de organizar y administrar el voto. Ahora no sólo tienen la responsabilidad de una elección difícil y compleja, sino que tienen que enfrentar el ataque de la langosta que, como una de las plagas de Egipto que destruyó las cosechas de siete años, se prepara para devorar los frutos y hasta la raíz de las instituciones electorales que tanto orgullo nos inspiran. Al menos así lo sugieren columnistas rabiosos que acusan al INE de ser una institución de excelencia, dirigida por estos funcionarios pundonorosos que la langosta encuentra insoportables. Y ahí viene, dispuesta a acabar con todo, malvada que es.
Desde la primera vez que entré en contacto con algunos de estos funcionarios, hace tres o cuatro años, me admiraron sus conocimientos, su seriedad, su entereza, su compromiso con la misión que se les había encomendado. Me sentí muy contenta de saber que teníamos funcionarios de ese calibre. Un grupo selecto de ellos pasó a formar parte del consejo general del Instituto Nacional Electoral (INE) que sustituyó al IFE. Dormía yo tranquila de saber que el paso siguiente de nuestra modernización política estaba en manos de estos jóvenes especialistas que por méritos propios supieron ganarse la posición de influencia en un organismo del Estado mexicano que era la joya de la corona de la transición mexicana: el IFE, que era la envidia de todos. Franceses, ingleses, indios, australianos, visitantes de todo el mundo, especialistas en elecciones viajaban a México subir a la pirámide del Sol y para conocer al IFE.
Los visitantes quedaban sorprendidos por las muchas virtudes de nuestro régimen electoral. Y ahí viene la langosta… a mordisquear lo más sano que tenemos, a minar la posición de este personal joven, bien capacitado y comprometido con los buenos resultados de su misión. Últimamente he conocido a los responsables de algunos institutos locales, mártires de gobernadores, a funcionarios de la Fepade y del Tribunal Electoral. Estoy segura que son mejores que muchos legisladores que los acosan.
La triada institucional que integra nuestro régimen electoral: el INE, la Fepade y el TEPJF han sabido desarrollarse y consolidarse, al tiempo que transformaban profundamente el sistema político. Han logrado reclutar a una generación de funcionarios, que conoce a profundidad la legislación electoral, su historia, el funcionamiento del régimen, su fuerza y sus debilidades. Saben también de comportamientos electorales, de las exigencias y expectativas de los votantes, y de las atribuciones de las tres instituciones electorales nacionales. Ellos han sido los responsables de que los mexicanos vayamos a las urnas a expresar nuestra preferencia ante una gama de opciones políticas. Y ahí viene la langosta a destruir el único éxito de resonancia internacional que hemos obtenido desde que a Octavio Paz le dieron el Premio Nobel. Lamentablemente, ahí viene la langosta que no soporta el éxito ajeno, el cual no sólo le causa dolor, sino que se propone destruirlo como sólo ella sabe hacerlo, con comentarios acres, insinuaciones cargadas de hiel, acusaciones sin fundamento y, como no tiene mucha imaginación, con insultos y ofensas personales que hablan sobre todo, de escasez de vocabulario.
La langosta sale de todas partes: primero, de los partidos, que prefieren que no haya reglas ni frenos, que pretenden ser sus propios árbitros para instalarse como amos y señores de nuestra vida política; la langosta anida en los medios desde donde ataca todos los días a instituciones que son insustituibles para una vida política civilizada, y me pregunto, ¿a título de qué estos medios golpean lo que tanto trabajo nos ha costado construir? Últimamente, las redes sociales, que no conocen de matices, y viven en la frontera del sarcasmo y la majadería se burlan burdamente de consejeros que hacen un trabajo serio, mientras ellos se divierten lanzando pullas adolescentes.
La langosta es la desconfianza en nosotros mismos, la inseguridad profunda que nos causa la gravedad de los problemas del país. La langosta es aquello que no nos deja pensar que algo puede salirnos bien. La langosta más grande que tienen que vencer el INE, la Fepade y el TEJPF es nuestro descreimiento.