a centralidad política, ocupada por el candidato presidencial de Morena (AMLO), se ha convertido, al pardear la campaña electoral, en todo un fenómeno. Mucho de lo que viene sucediendo gira, para beneficio o perjuicio, en torno a su accionar, discurso y derredor. El hecho de marcar la agenda cotidiana o semanal es, ya, uno de sus atributos propios indiscutibles. No sólo sus contrincantes atienden a sus desplantes, mensajes, tronantes opiniones, ocurrencias o chistoretes, sino que el aparato mismo de comunicación completo se zambulle en interminables discusiones sobre la temática que les llega de oídas, vistas o lecturas. La polémica planteada por ese que parece ubicuo candidato les obliga a incidir en su figura, representatividad o consecuencias derivadas. La búsqueda del punto flaco para fincar sobre él furibundos ataques, lleva la ruta de convertirse, para la opinocracia al menos, en algo rayano a la obsesión. Muchos de estos sucesos predicen también el fracaso de esa élite difusiva, cuyo aliento frente a AMLO se empapa de rechazos ideológicos, temores profesionales o franco odio personal.
La semana pasada todo parecía atender los meandros del aeropuerto en construcción. Al iniciar la presente, la atención ha estado centrada en la educación y su parloteada reforma. Para malestar de la atribulada campaña priísta, su coordinador –Aurelio Nuño– se ha convertido en carga adicional. El monto erogado para difusión (casi 2 mil millones de pesos) durante su corto mandato quedará frente a oídos de ciudadanos comunes como un exceso indebido. Una raya más al ya desgastado cuerpo del priísmo dispendioso y abusivo de los recursos públicos. La duración de esta temática educativa quizá termine cuando se inicien los adelantos de política externa. Asuntos que se acentuarán durante y posteriormente al ya próximo debate programado.
Ocupar, monopolizando, el centro de atención de una campaña tiene consecuencias delicadas. En una de sus vertientes resalta aquella que lo impulsan o sostienen en el liderato de las preferencias, tal como viene ocurriendo. En otras de ellas desata una real vorágine de oposiciones provenientes de distintos sectores de la sociedad con sus élites a la cabeza. El resultado ocasiona una real y densa polarización que marca, no sólo a la campaña, sino que se esparce a paralelos órdenes de la vida pública y privada de la nación. ¿Qué tan hondo calará esta polarización desatada? Es, hoy por hoy, difícil de apresar en su energético proceso. Lo cierto es que, también, es factible que contamine al futuro gobierno y a los gobernantes que resulten elegidos. Las heridas, dolores y pasiones de tal polarización no desaparecerán de inmediato, sino que rondarán por tiempo indefinido.
Hay, en el ya real conflicto entre oposiciones y AMLO-Morena, necesidad de distinguir a los actores que intervienen y, también, iniciar la exploración de responsabilidades. Uno de esos actores estelares, quizá el trascendente, apunte hacia el llamado Consejo Mexicano de Negocios (CMN), agrupación de mandones que rellena la mayoría de los asientos en el cuarto principal de las decisiones de la actualidad nacional. Son ellos los que han impuesto a los gobernantes de los 40 años pasados sus muy particulares visiones. Tal postura programática o ideológica no hermana sus intereses con los de sus enormes empresas. En su retórica se han apropiado de varios referentes que no les pertenecen: creadores de los empleos en el país y representantes de los empresarios. Sus presiones sobre el cuerpo gobernante han sido, hasta ahora y para infortunio nacional, irresistibles. Caen a peso libre sobre autoridades carentes de sustento efectivo en la ciudadanía y, por eso, ceden con facilidad a sus órdenes.
Entre los últimos titulares del Ejecutivo federal y esos engreídos magnates, ha habido, sin duda alguna, colusiones y coincidencias conceptuales y operativas notables. Tanto el torpe dúo panista como los sucesivos priístas a partir de principio de los años 80, por formación, complicidades o inclinaciones, se han afiliado, hasta con ferocidad (Salinas-Zedillo) al credo neoliberal. La sola percepción de que puede llegar a la Presidencia un personaje que será medio sordo a sus dictados los saca de cabales. Ha sido por demás documentada su activa participación en los embates ilegales contra C. Cárdenas como contra AMLO en las trampeadas elecciones de 88, 2006 y 2012. La sola palabra izquierda despierta en estos oligarcas temores, alucinaciones y amenazas imaginarias que han transmitido a buena parte de la población. En el fondo esto sucede porque sus irrefrenables afanes concentradores de poder y riquezas los saben ilegítimos y hasta ilegales. La mayoría no ha obtenido sus masivos capitales en efectivas aventuras empresariales, muy pocos sí lo han hecho. Un grupito de ellos, los activos opositores, han acumulado enormes riquezas mediante intensivos trafiques de influencias con el oficialismo. Otros más son herederos de poca calidad y se sienten inseguros de su continuidad al frente de sus empresas.
En otras palabras, el CMN, en mucho, es el responsable del injusto reparto de los bienes públicos, la creciente desigualdad, la polarización, el bajo nivel de bienestar y los enormes bolsones de la pobreza mexicana. La explotación inmisericorde del trabajo asalariado obedece a sus imperativos disfrazados con el mantra de la competitividad. No son, de manera alguna, los redentores del bajo desarrollo obtenido, más bien son los que lo mantienen bajo y desequilibrado. Y este es el asunto crucial de la actualidad: seguir acumulando o repartir con justicia.