ucho se ha hablado durante este proceso electoral en torno a la existencia de dos modelos contrarios de país; el seguido por los anteriores seis sexenios con diferencias menores, incluyendo al del cambio
de Vicente Fox, y otro que ahora es impulsado por López Obrador, como en su tiempo lo fue por el ingeniero Cárdenas, del cual se decía entonces que era el del comunismo, cambiándolo después por el del populismo, seguido por el modelo de la Venezuela de Chávez y de Maduro, para hablar del regreso al pasado nacional y, concretamente, a los tiempos del presidente Echeverría.
En realidad, si se trata de dos modelos diferentes, sólo que descritos desde la perspectiva y los intereses de quienes hoy gobiernan o pretenden gobernar, así como de los que imponen las políticas económicas y sociales, quienes lejos de estar interesados en convertir a México en una nación moderna, justa, eficiente y soberana, han hecho de ella, un gran negocio para seguir incrementando su riqueza.
Quizá la mejor manera de entender las diferencias entre estos dos modelos es a partir de una característica esencial que define a cada uno de ellos, uno podría ser descrito como Modelo Concentrador y el otro como Modelo Distributivo, porque en realidad el objetivo central del primero ha sido la concentración tanto del dinero como de la producción y de la población misma, modelo que surgió con la revolución industrial en Europa, la cual concentró a la población campesina en las ciudades, pagándoles con dinero que ellos no tenían, para convertirlos en obreros. Los dueños de las fábricas pronto se dieron cuenta que al contar con industrias y máquinas más grandes, la eficiencia industrial crecería y sus utilidades serían mayores.
El problema de este modelo era el inevitable crecimiento de la pobreza, señalada con claridad en la obra literaria Los miserables del escritor francés Víctor Hugo, asunto que terminaría llevando a ese sistema a una crisis, cuando la pobreza impidiese a las mayorías comprar los bienes producidos que ellas necesitaban, pero que no podían adquirir.
El segundo modelo fue desarrollado por primera vez de manera consciente para rescatar a la sociedad estadunidense de esa crisis, que finalmente ocurrió en 1929 y fue conocida como La gran depresión
generada por la concentración industrial y financiera de Estados Unidos. Este modelo, propuesto e instrumentado por el presidente Franklin D. Roosevelt a partir de 1932 e inspirado en la tesis del economista John Maynard Keynes, al que se le comenzó a llamar The american way of life
promovió el desarrollo de las regiones agrícolas y rurales de esa nación, mediante inversiones gubernamentales orientadas a desalentar la concentración urbana, creando fuentes de empleo en materia comercial y de servicio en las zonas rurales, desconcentrando también los recursos económicos implícitos en esas nuevas fuentes de empleo.
Si comparamos el desarrollo económico y social de ese país con el nuestro, algunos hechos saltan a la vista: Mientras la capital mexicana concentra cerca de 20 por ciento de la población nacional, la de Estados Unidos representa menos de 1 por ciento de su población total. De igual manera si tomamos las 10 ciudades más importantes de México, nos encontramos con una concentración poblacional mayor a 50 por ciento, mientras que en Estados Unidos no llega a 15 por ciento.
Al escuchar a López Obrador decir que él es admirador del presidente Roosevelt, es posible percatarnos de que en ello va su proyecto de desarrollo nacional, totalmente diferente a todo lo que se le viene imputando en estos tiempos ¿Será esto por ignorancia o por mala fe?
Hoy se sabe que los aeropuertos son instrumentos fundamentales para la concentración de la población urbana. Los promotores del NAICM afirman que con ese aeropuerto se crearán medio millón de empleos, pero callan las consecuencias demográficas y ecológicas que tendrá ese proyecto ¿Cuál será su impacto en el crecimiento de Ciudad de México durante los próximos años? ¿Será agradable vivir en una ciudad de 50 millones de habitantes? ¿No sería más inteligente pensar en una red de seis aeropuertos de mayor calado y menor costo, que pensar sólo en uno? Desde luego, al señor Slim le interesa tener un gran negocio para seguir concentrando capital, pero ello no necesariamente habrá de beneficiar al país en su conjunto.
La propuesta de López Obrador de desconcentrar
el gobierno, distribuyendo las secretarías de Estado y organismos públicos en ciudades más pequeñas no ha sido una ocurrencia, sino un proyecto socioeconómico que busca distribuir las funciones del gobierno para lograr un proceso de desarrollo equilibrado y menos centralizado.
Sin embargo, no se trata sólo de desconcentrar la población; también es necesaria la desconcentración de la riqueza, siendo éste uno de los problemas más graves del México actual (el cual va de la mano con la corrupción). Hoy como nunca, la riqueza de las naciones está dada por los capitales con que cuentan y por su capacidad de trabajo, necesarios ambos para satisfacer los niveles de bienestar de su población. Por su naturaleza, esta capacidad de trabajo se ha definido hasta ahora por el número de sus trabajadores y por la preparación y niveles de competencia de éstos.
Cuando el señor Anaya nos manifiesta que es necesario traer más inversiones, diciendo que ello traerá más empleos, en realidad está hablando de seguir incrementando la pobreza. Pues en el caso particular y actual de nuestro país, un alto porcentaje de los capitales existentes han sido ajenos al mejoramiento de los niveles de bienestar de la población nacional durante más de tres décadas, caracterizadas por un proceso de concentración del capital en un grupo reducido de personas; si analizamos ahora los decires y propuestas de los candidatos del PAN y del PRI, cuando afirman que ellos representan las posibilidades de crecimiento y desarrollo con la incorporación de más inversiones, y arguyen que eso permitirá crear más empleos, debemos percatarnos de que eso es lo que no ha sucedido en estos años, en los que lo único que ha aumentado es la pobreza, en virtud de que el modelo únicamente funciona (y muy bien) para quienes sólo buscan beneficios económicos para ellos, no para la colectividad.
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