La lucha libre. Escenario de colosos
La lucha libre en México hace 40 o 50 años: un reducto popular donde se encienden y tienen cobijo pasiones inocultables; ídolos que lo son porque muchos pagan por verlos; broncas en el ring donde los temperamentos superan a los vestuarios.
Carlos Monsiváis . Los rituales del caos.
n griego, la dureza de la batalla cuerpo a cuerpo se denominaba Pancracio. El enfrentamiento entre dos hombres rudos, es parte de la cultura mundial del culto a la fuerza física, la dominación guerrera, la acumulación de destrezas de combate que podían definir una contienda bélica. Como deporte, como espectáculo, las peleas
de ritos antiguos se fueron regulando, crearon códigos, posteriores reglamentos en federaciones organizadas, y pudieron incorporar tradiciones de muchos países en la diversidad de las artes marciales, o los fundamentos del boxeo y la lucha grecorromana, de la que derivaría un mundo aparte: la lucha libre.
En México se da crédito a los franceses como los extranjeros que presentaron las bases elementales de la lucha hacia 1862 o 1863. En los primeros años del 1900 hubo encuentros de auténtica lucha grecorromana que se presentaban en espectáculos especiales de feria o circo. Los encuentros de lucha libre se usaron como atracción en tandas de programación múltiple en teatros y carpas de barriada, o bien como intermedios y actos previos de las incipientes compañías exhibidoras de cine. Los personajes con fastuosidad de vestuarios, exceso de personalidad, empatía febril con los aficionados y desarrollo a primeros actores de un deporte que también es arte y roce con la muerte, se daría en forma paulatina hasta ser una forma emblemática de la cultura popular mexicana.
La lucha oficial
Con los años, la lucha libre se hizo de centenares de seguidores que hicieron rentables las programaciones eventuales en diferentes escenarios. Las primeras empresas de lucha surgieron en 1910 y se multiplicarían sin mayor trascendencia hasta la aparición de don Salvador Lutteroth, quien había presenciado funciones en El Paso, Texas, y vio en el deporte-espectáculo buenas perspectivas para prosperar en nuestro país. Él creó la Empresa Mexicana de Lucha Libre (EMLL, conocida como la Seria y Estable
) con su organismo de regulación de elementos por medio del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL). Salvador construyó la Arena Coliseo, inaugurada el viernes 2 de abril de 1943, y posteriormente la Arena México, el 27 de abril de 1956.
La reglamentación y registro del boxeo en México no llegó sino hasta 1923, cuando el general Álvaro Obregón signó la recepción oficial de pedimento. La función del 21 de septiembre de 1933 estelarizada por figuras internacionales, como Yaqui Joe y Ciclón Mackey, estableció el inicio reconocido de la lucha libre en nuestro país. En Pachuca, Hidalgo, Francisco J. Flores inauguró los programas oficiales de lucha libre en provincia el 11 de febrero de 1934, aunque entonces aún no se construía la arena de la ciudad, que se convirtió en una de las plazas más importantes de México. A la comisión de 1923 se sumó la lucha libre, reconocida como disciplina deportiva en México desde 1933, con el surgimiento de la mencionada empresa de Lutteroth. Luis Spota y Rafael Barradas Osorio le dieron fuerza a esa Comisión, y les tocó hacer alianza con empresas, sindicatos y avalar la certificación luchística de muchas figuras.
Para el 9 de febrero de 1952 la lucha libre entró en la televisión mexicana vía Televicentro, hoy Televisa, que comenzó a transmitir funciones de lucha libre en 1951, pero únicamente como programas especiales sin calendario fijo. Gracias al regiomontano Jesús Garza Hernández se iniciaron las funciones desde el estudio A
de la televisora para su programa sabatino Luchas de Televicentro. Cantinflas o Agustín Lara, podían figurar entre los asistentes.
En 1974 surgió el grupo de los independientes, con lo que llegaron las monumentales funciones en el Toreo de Cuatro Caminos y el Palacio de los Deportes. Empresas como Promo Azteca o Promociones Mora mantuvieron una dinámica muy importante en los años 80 y 90. El surgimiento de la empresa Triple A, el 15 de mayo de 1992, fundada por Antonio Peña y con Octagón como máxima figura, revolucionó las condiciones del espectáculo, con un formato que ahora hacen en otra escala las empresas de Estados Unidos como WWE.
A escala internacional, Estados Unidos, Inglaterra y Japón han tenido las empresas más regulares, con figuras y corporativos destacados de trabajo. Las figuras inmortales como André el Gigante, Abdulla The Butcher, Antonio Inoki, Gran Hamada, Lou Thesz, Rick Flair, Ring Fujinami, Tiger Mask, Ricky Chosyu o Hulk Hogan (para señalar a los que pertenecieron a una época de oro de la lucha mundial), alternaron con los luchadores mexicanos y todos encabezaron carteles en nuestro país.
Las leyendas bajo la incógnita
Para muchos, Tarzán López fue el luchador más completo; otros dicen que nadie con el conocimiento y la garra de Ray Mendoza; hay quien habla de El Cavernario Galindo cómo el de más dura personalidad o El Perro Aguayo como el gran símbolo del luchador mexicano. Pero el magnetismo de las incógnitas enmascaradas señala sólo un puñado de figuras icónicas para el gran público. Se reconoce a los grandes atletas sin tapa, pero las máscaras otorgaron otra condición a quienes supieron portarlas, fueron responsables con sus personajes y tuvieron la fortuna de vivir un momento irrepetible con el público de su época y la bendición del cine popular.
El Santo, Blue Demon, Mil Máscaras, Tinieblas y Huracán Ramírez tuvieron idolatría imponente dentro y fuera del ensogado. Hicieron historietas, radionovelas, fotonovelas (Tinieblas hizo Los del 9 en la vecindad, al lado de Juan Gabriel), cine, televisión… Sin duda que ellos tuvieron trayectorias brillantes en el cuadrilátero, pero su fama trascendió el riesgo mayúsculo de las llaves y los lances, para dotarlos de una condición privilegiada ganada a pulso, con lesiones y sacrificios personales poco conocidos. Siguen siendo los grandes referentes de la historia de la lucha en México, sumando en la era contemporánea al propio Octagón, de gran taquilla y con paso por el cine.
Los personajes únicos
Jesús Murciélago Velázquez fue el primer mexicano enmascarado, pero también fue un guionista de primera línea. La celebrada película Tlayucan (Luis Alcoriza, 1961), se basó en la novela original del propio Velázquez. Hizo también el guion del clásico El señor Tormenta (Fernando Fernández, 1962). Hubo figuras importadas que contribuyeron una barbaridad y llegaron para quedarse, como Dorrel Dixon El Gigante de Ébano, quien fue Mr. Jamaica 1953 y llegó a Mexico en 1954 para competir en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Tuvo una presencia muy importante en el cine mexicano, como ocurriría con Wolf Ruvinskis, nacido en Letonia, quien había llegado a Sudamérica con su familia huyendo de la opresión racial en Europa, Wolf representó a Argentina, su país adoptivo, en diferentes torneos internacionales de lucha olímpica (él había sido campeón nacional en 1938) y llegó a México como luchador profesional. La pantalla grande del cine mexicano lo inmortalizaría en decenas de cintas, destacando los títulos de lucha como el serial de Neutrón, La bestia magnífica, (Chano Urueta, 1953) y la extraordinaria Ladrón de cadáveres (Fernando Méndez, 1956), para muchos la mejor del género.
Las máscaras del set
La primera cinta de luchadores la hizo George Meliés en el 1900 con Nuevas luchas extravagantes (de apenas 2:30 minutos). El cine de luchadores se convertiría en un auténtico género mexicano de exportación, en el que habría de todo. Si bien hay antecedentes con escenas de lucha en Padre de más de cuatro (Robert Quigley, 1938) o No me defiendas compadre (Gilberto Martínez Solares, 1949), el género arranca de manera oficial en 1952 con cuatro largometrajes: La bestia magnífica, de Chano Urueta; El luchador fenómeno, de Fernando Cortés; El Enmascarado de Plata, René Cardona; y Huracán Ramírez, de Joselito Rodríguez. Éste último título es un caso especial, porque el personaje trascendió la creación fílmica para ser una leyenda del cuadrilátero. La primera cinta la estelarizó Eduardo Bonada, pero después se pondría la máscara Daniel García, quien inventó castigos en su espectacular estilo aéreo y se convirtió en estrella.
Algunas cintas de luchadores no tenían mal sentido narrativo, pero sí presupuestos de hojalata, como Santo y Blue Demon vs los monstruos (Gilberto Martínez Solares, 1969), cine de horror como elogio del humor involuntario como El investigador Capulina (Gilberto Martínez Solares, 1973; con aparición de Tinieblas, Superzán y Nathanael León Frankenstein); y también verdaderas joyas del desquiciamiento fílmico como Las luchadoras vs la Momia (René Cardona, 1964), Blue Demon vs el poder satánico (Chano Urueta, 1966) o Leyendas macabras de la Colonia (Arturo Villano
Martínez,1973); equipos de héroes como Los campeones justicieros (Federico Curiel, 1970) o Los Leones del ring (Chano Urueta, 1974); gladiador con súperpoderes como Superzán el invencible (Federico Curiel, 1971); semi denuncias ficcionales de corrupción como La verdad de la lucha (Federico Durán, 1982), y hasta oportunidad de hacer clásico multicolor con momias lentas, luchadores eficaces y venganzas ancestrales en La momias de Guanajuato (Federido Curiel, 1970), donde los héroes El Santo, Blue Demon y Mil Máscaras se rifaban con patadas, puñetazos y hasta pistolas lanzallamas. No hay canal o plataforma de cine mexicano que no tenga como eje medular la exhibición del cine de luchadores.
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