l saldo en la Universidad Autónoma de Ciudad de México (UACM) es altísimo: tres estudiantes asesinados a mansalva, uno más gravemente herido, y el que aparecía como único sobreviviente, inicialmente tratado por la policía como sospechoso de haber asesinado a sus compañeros con una subametralladora. La universidad reacciona de inmediato, un par de horas después de que se conoce la noticia ya está en el Ministerio Público; personal universitario averiguando qué fue exactamente lo que ocurrió, se da comunicación a la comunidad, hay reuniones con estudiantes.
A partir del día siguiente hay contacto con familiares, atención a medios de comunicación, conversación con la Procuraduría y la Jefatura de Gobierno, entrevista con el fiscal, conferencia de prensa, visita al detenido, se logra su exoneración y liberación, visita al hospital donde el herido avanza en franca recuperación. Más circulares a la comunidad y reuniones con familiares, apoyo académico para los sobrevivientes, que quieren continuar sus estudios. Y sobre todo, atender la demanda fundamental que hacen los familiares a la universidad: justicia. Para eso, se organiza primera reunión de éstos con el fiscal, a quien se reitera nuestra demanda de resultados. Claramente, todos vamos juntos.
Todo esto se hace, pero el gran problema es que no resuelve la inseguridad ni la enorme sensación de pérdida, temor e incertidumbre que sienten familiares, amigos, compañeros, maestros. Tampoco resuelve el hecho de que, directamente y para nosotros, un panorama que ya era preocupante para las mujeres estudiantes, ahora se ha agravado. Porque en 2013 Karina fue asesinada en un hotel por su novio; en 2017 también él mata a Campira en su departamento y apenas hace dos meses muere Isaac en un aparente crimen de odio. Todos estudiantes, sin miedo a asumir sus identidades como hombre, y mujeres libres que conocían a quienes resultaron ser sus verdugos. Pero ahora, a los feminicidios y la homofobia (que no dejan de crecer) se agrega la muerte completamente imprevisible, profundamente violenta, indiscriminada y contra todo un grupo.
¿Contra eso qué puede hacer la UACM? ¿Qué debe hacer? No es fácil responder, pero nos queda muy claro que es algo que finalmente va mucho más allá de lo que puede hacer una institución por sí misma. Siempre habrá algo por qué recriminarnos entre nosotros mismos, como una manera de ejercer algún control sobre algo que nos rebasa enteramente,y podemos también impulsar medidas como más transporte de puerta a puerta entre planteles y estaciones del Metro, talleres de reflexión sobre los indicadores de violencia creciente en la pareja, estrategias de protección (como andar en grupo), sembrar todo de cámaras de video. Pero nuestros muertos finalmente estaban cerca de su hogar, bajo la lente de una de las cámaras de video y en grupo. Como universitarios tenemos que ir mucho más lejos, y no solos. Esto último es importante porque en muchas instituciones hay una conciencia creciente del problema enorme que enfrentamos. En la sesión inaugural de la Comisión de Planeación de la Educación Superior de Ciudad de México (Copes) que integra a El Colegio de México, Anuies, UNAM, UAM, IPN, UPN, Flacso, UACM y varias dependencias de gobierno local, como la Secretaría de Educación (que preside), la Secretaría de Cultura, de Ciencia y Tecnología y otras. A la luz de estos hechos se generó un pronunciamiento –a publicarse– de rechazo a la violencia contra las instituciones y a favor de fortalecer su seguridad.
Esta es la prueba de que sí es posible avanzar en iniciativas conjuntas, sin embargo, aun eso no es suficiente. Lo más importante es profundizar en el análisis y en propuestas que vayan mucho más allá de las cámaras de video y una credencial con chip, y que finalmente se topan con los problemas de fondo de la violencia en nuestra sociedad. La terrible y cada día más profunda desigualdad, la cada vez más tensa coexistencia entre un reducido, pero poderosísimo segmento de la economía europeoamericanizada que maneja inimaginables recursos (como el nuevo aeropuerto capitalino) y que sin más generan la certeza de que sólo beneficiará a los que cada día acumulan más poder y dinero. Y, por otro lado, las masas empobrecidas, reprimidas y colocadas contra la pared de la precariedad, incluso dentro de nuestras instituciones. Son millones de jóvenes sin educación ni trabajo, sin perspectivas, y con muy poca esperanza. De ahí nace la violencia profunda que enfrenta a jóvenes estudiantes con otros igualmente jóvenes, pero violentos y armados.
Necesitamos cambios profundos en la economía y la cultura que desmantelen este arreglo social que recién se ha fortalecido como nunca. Y que lo sustituyan por otro realmente humano. Pero avanzar por esta ruta no lo hará el Estado, ni los partidos; hay más esperanza en las comunidades y barrios que tienen desde hace siglos una economía y cultura solidarias, en las comunidades de jóvenes y maestros que, autónomos, buscan emanciparse, capaces de pensar por vía de la formación profesional, el cómo de esta ruta distinta. Más universidades incluyentes, para empezar. ¿Hay otro camino?
*Rector de la UACM