Conciencia, ese lujo
a estrecha conciencia de algunos finge preocuparse por el respeto a la conciencia de otros o, si se prefiere, el desaseado desempeño de diputados y senadores decidió ocuparse, cuando casi no hay problemas graves en el país, del bizantino tema de la objeción de conciencia, pues un Estado verdaderamente laico no tiene religión aborrecida, y menos si se volvió de derecha y la izquierda se hizo piadosa.
¿Por qué es bizantino el tema? Porque los metidos a legisladores hablan de libertad y de objeción de conciencia como si el grueso del personal médico fuese egresado de una facultad de filosofía, teología o sicología, con una formación que consolidara el conocimiento, desarrollo y ejercicio de la conciencia individual y, en consecuencia, colectiva.
Ojalá conciencia fuera sólo darse clara cuenta de las cosas, pero es además aplicación madura de valores racionales, ejercicio comprometido de principios éticos, puesta en práctica de una interioridad gozosa capaz de materializar el espíritu y la materia. Verdaderos lujos, pues, del pensar y el hacer humanos, a partir de un pensamiento juicioso menos contaminado por la estrecha educación que arrastramos gracias al poder, los dogmas, la familia, la escuela, los medios, la tecnología, insuficientes para el avance de la propia conciencia.
La apuesta oficial por este retroceso se reinició cuando en 1992 un gurú sexenal decidió que era más moderno oficializar las agrupaciones religiosas en vez de seguir acotándolas, desandando lo andado por las Leyes de Reforma de 1859. En teoría, el Estado Mexicano continúa siendo laico y se mantiene la separación de éste y las iglesias; en la práctica, la derechización de ese Estado, los retozos democráticos y su creciente dependencia de la cultura anglosajona, revelan el debilitamiento de esa separación.
Entorpeciendo los avances legislativos en materia de despenalización del aborto y muerte digna, el calderonato cancelaría estos derechos en el Sistema Nacional de Salud, anteponiendo una demagógica defensa de la vida a la libertad de decidir de las personas. Y el pasado marzo, 53 de los 128 que cobran como senadores –menos de la mitad– aprobaron una adición a la Ley General de Salud que protege la objeción de conciencia, lo que permite al personal médico negarse a brindar cualquier servicio que contraríe sus valores éticos y morales, como el aborto y la eutanasia. Ah, que la conciencia legisladora.