l mediodía de este entretiempo de campaña apunta hacia reconocimientos crudos y balances con cuentas claras. Sin duda, seguirán brotando las inconformidades con uno u otro candidatos, pero no se podrá escapar de ver, sin justificaciones interesadas o rotundas mentiras, lo que viene aconteciendo. Brotarán, por aquí y por allá, las defensas a ultranza y los ataques arteros bajo consigna o no. Eso son, y seguirán siendo, los casi normales altibajos de una campaña en la que mucho se juega. Pero la realidad imperante en el ánimo del electorado se va mostrando sin disfraces que la oculten. Menos aún que tales sentimientos queden atados al reflujo de convenencieras apreciaciones de los usuales opinadores o propagandistas.
Ya se dibuja un panorama, cada vez más claro, de las futuras intenciones de voto ciudadano. Es factible alegar que todavía faltan tres, cuatro meses completos de contienda y que muchas cosas pueden acontecer. Cierto que falta ese montón de días apresados en semanas y meses. Pero lo ya transcurrido también cuenta, y mucho, para levantar y enfocar con mayor precisión la mirada.
Es posible por estos todavía azarosos días oír predicciones de variado tipo. La opinocracia, empero, ha iniciado un cambio en su actitud. Variaciones todavía incipientes en sus tácticas predictivas, obligadas por la consistencia que ha venido mostrando, con reciedumbre notable, el electorado. ¿Es posible esperar drásticas modificaciones en dichas tendencias? Sí, es factible que sucedan fenómenos imprevistos que puedan, por la energía que contengan, de afectar, hasta de raíz, las preferencias ciudadanas. Pero esos acontecimientos rara vez ocurren. Lo usual es que sean simples sobresaltos que, una vez expuestos a la luz y el tiempo, se acomoden dentro de la regularidad en curso. Esto no implica que hay sucesos cruciales: renuncias, enfermedades repentinas, revueltas incontrolables, delitos abiertos, muertes y otros de carga similar. Pero, se repite, esos son casos por demás dramáticos. Los mismos escándalos, muy en boga en estos avatares electorales, puedan sucederse sin contratiempos graves.
Pueden sobrevenir errores garrafales que llevan fuerza suficiente para descarrilar alguna campaña o a un candidato en lo particular. Pero esta contienda ha puesto ya de relieve que tales errores no alteran la tendencia básica mostrada. Buena parte de la opinocracia sigue atada a la expectativa de una intervención masiva del oficialismo para alterar tanto el rumbo como la colocación de los contendientes. Se sigue especulando incluso en operaciones ilegales con recursos, con poderosos actores o medios de la autoridad constituida. No se analiza con prudencia lo acontecido con ese tipo de intervenciones extra campañas. Se han usado y desusado órganos e instituciones para atacar al candidato panista. Lo han afectado, cierto, pero el daño al preferido ha sido tal vez mayor. El gobierno ha quedado desarmado, expuesto, desgastado, incapaz de repetir un similar proceso semejante. Si lo intenta, será, con presumible pronóstico, un acto fallido y contraproducente.
Seguirá repitiendo que el puntero actual es su propio enemigo y que pondrá todo lo necesario para, una vez más, sucumbir y no lograr el triunfo. Tal aseveración es casi lugar común sin requerir prueba alguna. Dichos como ¡cállate, chachalaca!
lo derrotó, lo siguen afirmando con sobrada contundencia.
Habrá que decirles que tal postura evita, de raíz, toda la carga ilegal de recursos, incluido la compra del voto y relleno urgente, a destiempo, de urnas descubiertas por parte de aliados perversos. Esto se reconoce a regañadientes sólo para afirmar, en descargo de los tramposos, que así es la política. En esta concepción todo se vale con tal de hacerse del poder. Así lo expresó el mismo Calderón con su haiga sido como haiga sido
famoso.
Todavía no se oye a la comentocracia especular con otros escenarios quizá más probables que el derrumbe del puntero. Porque insistir en el craso error
del tigre desatado no llega lejos. Con mayor consistencia podría darse el posible estancamiento o la caída adicional del tercer lugar actual. La deteriorada imagen priísta es peso muerto entre el electorado. Otro escenario no planteado apunta a la pérdida de simpatías del panista. Las muestras de su colonizada mente en presentaciones seudomodernas y su muy escasa preparación lo debilitan a cada paso. Pero de algo tienen que presumir los analistas consuetudinarios para justificar su presencia. Lo cierto es que su influencia en delinear opiniones colectivas ha tenido muy pocos resultados. Y eso debía preocuparles para mantener el estatus que, seguramente, mucho les ha costado lograr.