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Ghadeer Abu-sneineh, doctora en letras y periodista de Al Jeezera
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Ghadeer Abu-sneineh en el fuerte San Cristóbal en Gracias Lempira, Nicaragua, en una imagen proporcionada por la entrevistada
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e pronto, se sienta en la sala de mi casa una mujer extraordinariamente bella, de vestido largo y cabello escondido por una larga mascada rosa. Sonríe una sonrisa preciosa mientras me explica que vino a México a hacer varios reportajes para la revista que dirige, pero que Aeroméxico perdió su maleta en la que estaban su computadora, su cámara, sus libretas de notas, su ropa, sus velos y sus zapatos. Pienso que yo no lo contaría con semejante sonrisa. ¿Y cómo hace usted para sobrevivir en México? Lavo mi ropa casi todas las noches, pero no me molesta; estoy haciendo todas las entrevistas y me ayuda mi amigo de Palestina, Shadi Rohana.

Además de bonita, ¡qué mujer de tan buen talante! Todo lo toma con filosofía oriental, la de la meditación y la infinita paciencia.

Nacida en Palestina, Ghadeer Abu-sneineh es periodista y traductora de poesía que vive desde hace 13 años en Nicaragua con su esposo y sus cuatro hijos. Con entusiasmo cuenta que en ese país de poetas jamás se sintió excluida: “Fui a Nicaragua en 2004, ahí aprendí español (…) mi esposo y yo somos palestinos. Nicaragua es un país de gente amable; uno puede aprender de ellos porque son muy abiertos con los extranjeros”.

Cuando le digo que necesito una foto de ella, me da una imagen que le brindó un amigo poeta hondureño Salvador Madrid, tomada en el fuerte San Cristóbal en Gracias Lempira, Nicaragua. La piedra en la que Ghadeer está sentada no es una antigüedad, sino una obra de Mito Galeano, que representa un danzante del Guancasco, ritual sincrético y tradicional de San Sebastián de Gracia y Santa Lucia de Mejicapa para sellar la paz y la convivencia entre ambas comunidades y unir a la antigua religión lenca con el catolicismo.

Como corresponsal y periodista de Al Jazeera, la principal cadena de noticias, ubicada en Qatar, Ghadeer Abu-sneineh escribe sobre América Latina, además de editar la Revista de periodismo que contiene experiencias de varios reporteros en sus viajes. Publiqué un número sobre Cuba, uno sobre Colombia y ahora uno sobre México. También enseñó en el Instituto de Medios de Al Jazeera. “Este centro es parte de la cadena televisiva que imparte cursos de periodismo, publica libros de reporteros reconocidos, además de mi revista.

El trabajo que más me fascina es el periodismo de campo; me gusta estar presente en el momento de los hechos y ver. Escribir sobre lo que veo es mi objetivo, escucho voces que el resto del mundo desconoce y las divulgo. Voy al lugar de los hechos para investigar la verdad, quiero oír de viva voz y estar presente.

Como traductora de poesía, en español ha dado a conocer a los árabes Fakhri Ratrout, Najwn Darwish, al sirio Nouri Aljarrah, al iraquí Khazal Almajidi en un libro llamado El canto de los moros, publicado en Zacatecas. Los oficios tristes ganó el premio Ramón Xirau y se publicó en Arabia Saudita. Entre otras obras, cuenta con Mis hermanos emplumados, inspirado en La maldición de la Malinche, de Gabino Palomares.

Del español al árabe ha traducido a Ernesto Cardenal, Gioconda Belli, Francisco de Asís Fernández y Raúl Zurita, así como a poetas contemporáneos aún no célebres pero que admira. Traduje al árabe a Augusto Rodríguez de Guayaquil, Ecuador. De México traduje Luis Armenta Malpica, quien vive en Guadalajara; Luis Aguilar, de Nuevo León; Miguel Maldonado, de Puebla; Miguel Calderón, Ali Calderón, doctor en lingüística y literatura, y muchos otros. Aprender un idioma no sólo consiste en hablarlo, sino también en vivirlo.

–La poesía es para ti un lazo de unión entre los pueblos…

–La poesía sí, pero no siempre el poeta, porque hay una diferencia entre el poeta y sus textos. Hay textos muy grandes y poetas que no se parecen a su poesía, ésta es mejor que ellos. Hay poetas que no mienten. Un dicho árabe dice que la mejor poesía es la del que miente más. La poesía más mentirosa es la más hermosa. Un poeta puede hablar de las cosas que él ama, de la mujer que ama y cuando ves a la mujer, tal vez te parece fea, pero para él es linda. La poesía sirve para sentir la belleza, porque a veces tenemos muchas cosas bellas alrededor, pero no las vemos. También la poesía es la voz del ser humano, un poeta que recita un poema puede tocarte porque viviste lo mismo o él puede llevarte a donde quiere y esto es lo mejor de la poesía. Hay grandes nombres que a mí no me tocan y otros desconocidos que me conmueven.

–¿Quiénes son los que sí te tocan?

–De América Latina me impresionó el chileno Raúl Zurita, el mexicano Jorge Humberto Chávez. En América Latina, la poesía es muy rica. Ernesto Cardenal es un gran poeta al que también traduje.

–¿Conoces a los clásicos mexicanos, a Octavio Paz, a Gabriel Zaid, a Carlos Pellicer, a Rosario Castellanos, a José Emilio Pacheco, a Jaime Sabines, a Fabio Morábito, a Isabel Fraire?

–Sí los conozco bien; algunos se quedaron en mi mente. Mi relación es más con el texto que con la persona. Por ejemplo, el poeta palestino Mahmoud Darwish es muy conocido, pero no todos sus poemas me gustan.

–La poesía, ¿cambia el mundo?

–El mundo va a seguir haciendo guerras y los poemas no van a detener las guerras ni la injusticia.

El alto y simpático Shadi Rohana, maestro de El Colegio de México, quien vive en este país y acompaña a Gadheer en una ciudad caótica como la nuestra, me explica que Gadheer es de familia palestina, pero nació en Jordania. Estudió letras francesas en la Universidad de Amán, capital de Jordania y conoció al poeta y comerciante de tejidos Fakhri Ratrout, también palestino quien llevaba tiempo viviendo en Managua. Volvió a Jordania, decidieron casarse y Gadheer voló a Nicaragua sin saber nada de español.

–¿Hay pocos traductores de poesía del árabe al español?

–En América Latina, en general, somos muy pocos –interviene Shadi Rohana. Traduje Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, te traje la edición para que la veas, porque es muy bonita. José Emilio no alcanzó a verla. Comencé cuando estaba vivo, pero terminé, él ya no vivía. Cuando decidí traducirlo, otra traductora egipcia, que vive en El Cairo, también lo tradujo. Publiqué mi libro hace año y medio en Palestina y dos meses después, de repente veo en Internet que salió Las batallas en el desierto en árabe, pero en Egipto. Lo primero que pensé fue en un plagio, pero logré comunicarme por Internet con la traductora. Resulta que se interesó por la obra al mismo tiempo que yo que la comencé a traducir en México en 2012 e incluso viví en la colonia Roma. La traductora aprendió español y en el Instituto Cervantes en El Cairo encontró en una mesa Las batallas en el desierto, la leyó, le gustó mucho y decidió traducirla. Ella sí se comunicó con José Emilio. Parece que por la última revolución en Egipto tuvo que esperar mucho tiempo para publicarla. Por eso salió al mismo tiempo que la mía. Nos hicimos muy amigas; me envió su edición, yo la mía. Son dos traducciones muy curiosas, porque conozco bien Ciudad de México. Viví en las calles de Córdoba y Chiapas, en la Roma, mientras ella nunca ha estado en México. Son dos visiones distintas y me dio mucho gusto que esto ocurriera.

Volviendo a nuestra entrevistada, colega y admiradora de Eward Said, gran colaborador durante años de La Jornada, además de su belleza es reconocida en el mundo del periodismo por su infinita curiosidad que la hizo viajar a Chiapas, estimulada por su amiga, también poeta Ambar Past, creadora del Taller Leñateros.

–¿Te interesa mucho lo árabe y la tradición árabe en México, Ghadeer?

–Me interesa mucho la figura de San Charbel. Es un santo maronita de barba que se viste de negro, de origen libanés. Los maronitas en Líbano son una secta de católicos que migró a México. Casi toda la comunidad libanesa es maronita y devota de San Charbel de Makhlouf, libanés. En México se mexicanizó y ahora tiene sus devotos en iglesias a las que van los mexicanos, indígenas.

“En el centro, en República de Uruguay y Correo Mayor, visité la iglesia popular de San Charbel, pero hay iglesias maronitas en Polanco. También hay una estatua suya en la Catedral. Yo lo veo en todos lados. Me interesé mucho por él y Shadi me comunicó con un libanés que se llama Qaisar Afif, cuyo padre es libanés-mexicano-poblano. Volvió a Líbano y su hijo Qaisar en los años 70 vino a México a arreglar algunos asuntos de la herencia de su padre y se quedó por la guerra civil en Líbano. Comerciante y dueño de una tienda en la calle de Venustiano Carranza, tiene una enorme biblioteca de libros en árabe. Cada mes saca una revista de poesía en árabe, colecciona poemas en árabe. Hizo una edición de poesía Siria, otra de mujeres árabes y otra de migrantes árabes en América Latina que envía por correo a todo el mundo. Coleccionó publicaciones árabes hechas en México. Posee un diccionario árabe-español que se publicó en los años 30 o 40 en México que unos migrantes hicieron para ayudar a otros para que pudieran entender el español. Tomé fotos de sus magníficos libros. En la primera mitad del siglo XX, los árabes en América latina se dedicaron a la literatura porque en el mundo árabe la poesía es esencial. No hay corriente artística más importante. Y por eso –sonríe finalmente Gadheer– me dedico a traducirla al español.”