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Italia al voto, neofascismo al ataque
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a elección parlamentaria del 4 de marzo en Italia se da entre tensiones sociales, demagogia y el revival de todas las derechas. El partido que, sin estipular alianzas, se ve favorecido en las encuestas es el Movimiento Cinque Stelle, del cómico Beppe Grillo, el cual cuenta con lugartenientes como el candidato antimigrantes Luigi Di Maio y la controvertida alcaldesa de Roma Verónica Raggi, quien estuvo recientemente en la Cdmx para un encuentro de homólogos. Su propuesta ni de izquierda ni de derecha y anticasta política ya lleva 5 años en el Parlamento y no ha podido fomentar los grandes cambios éticos y legislativos que había prometido, pues la casta gobernante sigue allí con sus privilegios y el movimiento, más bien, se ha integrado a la repartición del pastel.

La derecha en conjunto posiblemente sea el pivote del futuro gobierno: la integran el sempiterno empresario seudoliberal y transformista Silvio Berlusconi, con su partido walking dead Forza Italia; la neofascista champagne Giorgia Meloni, con el partido heredero de la derecha social, Fratelli d’Italia, y el líder de la Liga Norte, el xenófobo Matteo Salvini, quien, siguiendo el modelo del Frente Nacional en Francia, impulsó el giro nacional-soberanista y racista del partido que antes luchaba por la secesión del norte de Italia y la moralización de la política.

Salvini recibió el apoyo de las formaciones que encarnan el fascismo del siglo XXI, como Forza Nuova, del otrora terrorista Roberto Fiore, y Casa Pound, cuyo gurú es Gabriele Adinolfi, fundador en los 70, junto con Fiore, del movimiento extremista Terza Posizione. En años recientes estos partidos, ilegales según la Constitución pero tolerados por el sistema judiciario y político, han sido objeto de la curiosidad cómplice de muchos medios de comunicación que, quizá con la ilusión de poderlos normalizar, han invitado a sus líderes en televisión, legitimando su presencia en el escenario político, aunque mantengan toda su carga de racismo, nacionalismo, rechazo a la democracia y violencia (véase mapa de ataques neofascistas https://goo.gl/8fWfUK).

Este clima propició el 3 de febrero un atentado terrorista en la ciudad de Macerata, cuando el militante de la Liga Norte Luca Traini, quien se declaró neofascista, hirió con su pistola a seis africanos para vengar el asesinato de Pamela Mastropietro, del cual son acusados ciudadanos de Nigeria. Las derechas justificaron o apoyaron su gesto por fines electorales y la policía se dedicó a reprimir las grandes manifestaciones antifascistas que se armaron en decenas de ciudades.

En campaña redundó la demagogia contra los migrantes, culpados por casi todos los partidos de ser el gran mal de la sociedad, al importar enfermedades (sic) y delincuencia, y de la economía, al crear desempleo y bajos salarios. En realidad, en 2016 y 2017 los flujos migratorios no fueron un problema, ya que Italia tiene una población extranjera total bastante menor que las otras grandes economías de la Unión Europea como Alemania, España o Francia, y además los índices criminales tocaron su nivel mínimo: el país no ha tenido tanta seguridad como ahora, pero tampoco tanta retórica antimigrantes como ahora.

Los medios no cumplen su función de informar crítica y adecuadamente, y la mayoría de los partidos adopta un discurso miserable contra los excluidos y los foráneos, con tal de no reconocer el fracaso del modelo neoliberal de austeridad, recortes sociales y limitación de derechos impuesto a los ciudadanos. Si bien es cierto que, debido a la crisis estructural y la tergiversación política, la pobreza se cuadruplicó y el PIB sigue estancado tras la crisis de 2007-09, es más fácil echarle la culpa a factores externos y a los migrantes.

Sobre ellos se dirigió la mano dura del gobierno para parar los flujos en el Mediterráneo, reforzando los campos de concentración en Libia, los acuerdos con facciones políticas y policiacas de ese país en guerra y los planes de cooperación y militarización en sus lugares de procedencia de África centro-occidental: así, el actual primer ministro, Paolo Gentiloni, y su ministro de Interiores, Marco Minniti, se construyeron una fama de hombres fuertes, útiles a sus ambiciones políticas. Ambos son del centroizquierdista Partido Democrático (PD), liderado por el anterior primer ministro Matteo Renzi, quien en su gobierno pudo hacer lo que Berlusconi no había logrado: una reforma laboral-empresarial de la educación pública y el Jobs Act contra los derechos del trabajo.

De una escisión a la izquierda del PD se formó Libres e Iguales, partido socialdemócrata que quiere crear un contrapeso a Renzi & Co., aunque sus buenas intenciones chocan con la presencia en sus filas de viejos líderes, como D’Alema y Bersani, que han avalado muchas de las reformas que ahora dicen contestar. Finalmente una alternativa, surgida hace dos meses a iniciativa del centro social (okupa) exOpg Je So’ Pazzo de Nápoles e inspirada al español Podemos y a la France Insoumise de Jean-Luc Mélenchon, es PAP o Potere al Popolo (Poder Popular), propuesta que pretende dar voz a los excluidos y nuevos pobres, poniendo al centro la dignidad del trabajo y denunciando su precarización, además de rechazar el discurso antimigrantes. Con más de 200 asambleas realizadas en los territorios y más de 50 mil firmas recabadas en una semana, PAP espera 3 por ciento de los votos para entrar al Parlamento y ser un respaldo institucional de movimientos sociales y sindicales de base opositores del capitalismo neoliberal.

* Periodista italiano