Detrás de mi título mundial y de mi rostro hay millones de personas, dice el boxeador
Tras ganar con la OMB podrá regularizar su situación legal en ese país, adonde llegó hace dos décadas huyendo de la pobreza
Trabajó con Pacquiao y falló en tres intentos de coronarse
Martes 20 de febrero de 2018, p. 9
Cada mañana el mayor miedo que enfrenta Raymundo Beltrán es el de perder a su familia. Ser deportado de pronto, como en esas historias de hogares disueltos, con hombres y mujeres sacados de sus casas ante la mirada atónita de los vecinos, arrestados y expulsados de Estados Unidos. Miedo a perder todo, a los hijos nacidos en aquella tierra, el patrimonio y el estilo de vida construido en años de trabajo duro.
Hace más de dos décadas, Ray y su familia cruzaron la frontera con Estados Unidos. Recorrieron el desierto de Sásabe hasta Phoenix en una fría noche de invierno, días antes de Navidad. La Patrulla Fronteriza los detuvo y los deportó. Antes de devolverlos a México, un agente vio al adolescente que era Raymundo en aquel entonces y le dijo que no se preocupara, que tarde o temprano lograría su sueño.
Al día siguiente la familia volvió a cruzar. Esa vez lo logró. Ya estaban del otro lado, pero aún faltaba resolver un pendiente: el padre de Ray no completaba el pago del coyote que los ayudó a pasar; la solución fue que el futuro boxeador se quedara en prenda en lo que reunían el dinero. Una semana después pagaron la deuda para dejar de una vez la vida de miseria que los ahogaba en Los Mochis, Sinaloa.
Vivíamos en terrenos invadidos, en casas de lámina y sin servicios
, recuerda Ray desde su casa en Phoenix, Arizona; recolectábamos los desperdicios de fruta y verdura de una zona de abasto. Le quitábamos lo que no servía; lo que estaba bueno era para comer
.
Como la mayoría de los migrantes sin documentos, Ray Beltrán cubrió la ruta del empleo no calificado que se le ofrecía, sobre todo en restaurantes de comida rápida. Pero el boxeo le abrió el camino para realizar ese sueño, que es el sueño de todos los que migran
–dice– y también le presentó la posibilidad de obtener la residencia permanente.
Ganar un campeonato del mundo le permitiría solicitar la green card para conjurar los miedos que lo asediaron por tantos años. En noviembre de 2017, el Departamento de Seguridad Nacional aprobó su petición para regularizar su situación migratoria como atleta extranjero con habilidades excepcionales.
Ray fue durante algún tiempo sparring de Manny Pacquiao. Pocos aceptaban entrenar para el filipino, porque servir de oponente exigía un sacrifico que no estaban dispuestos a sufrir, pero los 500 dólares semanales que pagaban por resistir hasta ocho episodios eran una oferta tentadora.
Era una buena paga, pero difícil aguantar
, cuenta Ray; una vez estuve a punto de desmayarme, de verdad era un trabajo muy duro de aguantar
.
Lo suyo no era eternizarse como el sparring de una estrella. En el boxeo, quien ayuda al campeón puede sepultar sus propios sueños para que otros los cumplan y Ray no estaba dispuesto a quedarse en ese papel.
“No quería quedarme con la mentalidad del sparring, porque eso sería perder mi propio sueño”, relata; ni tampoco quedarme como un eterno oponente
.
Esto porque Ray vio frustradas sus aspiraciones de ser monarca mundial en tres ocasiones; una de ellas le costó incluso una sanción al dar positivo de dopaje por un esteroide. Algo salía mal siempre. Pero surgió lo que consideró su última oportunidad: el viernes 16 de febrero de 2018 ante el namibio Paulus Moses.
En esta pelea o ganaba o me moría intentándolo. No sólo por ganar un campeonato mundial, sino porque podía conseguir mi residencia permanente. Así que salí a romperme la madre.
Esta vez Ray lo consiguió: ganó a los 36 años el título mundial ligero de la Organización Mundial de Boxeo (OMB) y con ello quedó a un paso de regularizar su situación migratoria.
Me llena de orgullo ganarlo como migrante, sobre todo en este momento político en Estados Unidos; detrás de mi cara y de mi cinturón está la cara y la historia de millones de personas que viven honradamente en este país, pero no tienen papeles. Yo quiero darles voz a todos ellos
, dice Beltrán, el nuevo campeón del mundo. El mismo que hace tres años subió como retador con el número 43 cosido a la pantaloneta para reclamar la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa en septiembre de 2014.
Si de algo sirve hacerse público y tener éxito es para dar voz a los que no la tienen. Si no, para qué ha de servir
.