Sábado 17 de febrero de 2018, p. a12
Imagine usted, lector, ponga en su mente las siguientes imágenes:
Una niña está parada de puntitas frente a la ventana; sus ojos brillan con el reflejo del paisaje.
En un momento dado, sus pequeñas manos dejan el columpio del marco de la ventana y corre, descalza, a sentarse frente al piano. Describe con sonidos el paisaje.
Ahora, querida lectora, amable lector, corra usted a su habitación y regrese, pronto, con su cajita musical. Yo sé que tiene una por ahí. Todos tenemos una. Nuestro corazón es una cajita musical.
Dele cuerda. Haga sonar su corazón.
Ahora, afinemos las imágenes:
Las que usted ha creado en su mente, acomódelas, por favor, en un lugar y hora determinados: Siberia, el atardecer.
Muy bien.
Haga usted de cuenta que estamos manipulado un Google Maps; ya que estamos en Siberia, hagamos crecer en la pantalla (de nuestra mente) un pequeño poblado dentro de la espesura de los bosques boreales rusos, en Siberia Oriental. Alcanzamos a leer el nombre del pueblo: Irkutsk.
Ahora el paisaje que la niña observa a través de la ventana tiene mayor definición: los primeros brotes de primavera; las hojas de los árboles que aparecen para tomar un verde oscuro, primero, y luego verde tierno brillante. Sudan gotas que hace poquito eran hielo.
Todo empieza a brillar. Hay un creciente aumento de luz.
En cuanto llegue a la librería de La Jornada (avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, delegación Benito Juárez), la próxima semana, el disco que hoy nos ocupa, podrá usted, querida lectora, amable lector, comparar las imágenes que acaba de crear en su mente con las que emanan de los altavoces.
En la mente del Disquero toman vida esas imágenes cada vez que termina el disco y vuelve a comenzar.
Esas imágenes nacieron cuando llegó a la redacción la reportera Mónica Mateos muy emocionada porque a su vez ella traía esas imágenes, nacidas de la plática con la protagonista, a quien venía de realizar una entrevista, que se publicó ayer en La Jornada:
La protagonista es la maestra Irina Shishkina y presentará su disco, Cristales de recuerdos, este sábado 17 de febrero a las 7 de la noche en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes (avenida Río Churubusco, entre Calzada de Tlalpan y Canal de Miramontes, colonia Country Club).
La historia es fascinante: Irina forma parte de una familia de músicos siberianos. Cuando tenía siete años de edad, parada frente a la ventana y enseguida sentada frente al piano, compuso su primera obra musical, una polka. Cada vez que la niña hacía eso, durante los siguientes cuatro años, su padre tomaba apuntes de todas las obras que componía la pequeña.
Años más tarde, juntos, seleccionaron de entre el papel pautado, ya amarillo por el transcurso del tiempo, 48 de entre el titipuchal (si está leyendo esto, maestra Irina, titipuchal significa muchísimas, y ya en confianza, entre los académicos: un chingo: así es el español de México, como puede usted observar a diario) de lo que compuso la niña en su infancia, en Siberia.
Siberia, a través del alma
Mónica Mateos representó, como acostumbra, las escenas de manera tan bonita que se me mojaron los ojos cuando reprodujo el diálogo de aquel entonces entre padre e hija:
–Eres compositora –dijo el orgulloso padre a su niña.
–Pero, papá, yo no quiero ser compositora, prefiero ser pianista.
Ese diálogo resonó en mi mente: otra niña, escritora, alimentados sus hermosos ojos en su infancia por el paisaje de Veracruz, me dijo con claridad asombrosa, en un diálogo así:
–Eres escritora.
–Yo prefiero cuidar los textos de los demás.
La maestra Irina Shishkina es profesora de piano y música de cámara en la Escuela Superior de Música. Si no tuviera los manuscritos que lucen viejos no se podría creer que la música la hizo una niña, o quizá sí. Espero que el público lo perciba y sobre todo, que guste a los niños. Aquí encontrarán no sólo lo que es capaz de hacer una niña, sino a Siberia, mi tierra natal, a través de mi alma
.
Mi alma.
Suena el track 19: un vals. La obra se llama Cajita de música y hace llorar de tan hermosa.
De entre el centenar de ocasiones en que he repetido la escucha de esta obra, varias veces puse a sonar, unísona, mi cajita musical Mozart con la cajita musical del piano de Irina, y el resultado es como esos juegos de infancia: esos prismas, tubos de colores vivos, donde uno pone el ojo y sale como bala en mil pedazos la mirada, fascinada: dentro, se mueven las constelaciones.
Eso, las constelaciones. Parajes cálidos y brillantes aun en medio de un invierno crudo. Noches donde el universo se puede acariciar con los dedos
, escribió Mónica Mateos en la edición de ayer, fascinada con la música y los relatos de la maestra Irina.
El sabor del nacimiento de los primeros brotes de primavera
, recuerda la niña Irina y en mi mente resuenan las palabras de la otra niña, la que eligió cuidar los textos de los demás para ejercer su oficio de escritora: el olor, los olores, el brotar de la primavera, su estación favorita, y el verano también.
La música de la memoria.
Marcel Proust y su té y su magdalena, la verdad, no es sino una pequeña metáfora frente al poder de esa niña de Veracruz para aprehender, plena de asombro y placer, el mundo a través de sus olores, de maneras inimaginadas para quienes no pudieran comprender, porque no tienen la capacidad de oler en bloques, que el olor del zorrillo, por ejemplo, está compuesto de olor a manzanas, hierbas y todo aquello de lo que se alimenta, y lo mismo le sucede con el olor de un basurero, otra manera que tiene esa poderosa niña de convertir lo negativo en energía positiva.
El amor es la respuesta.
La memoria es un cristal que nunca es frágil. Es un prisma, de esos con los que jugábamos cuando niños, en Veracruz, en Siberia. Doquier.
La música es memoria, lo dice hasta El Memorioso Perogrullo, Funes El Memorioso y su creador, Borges, capaz de ver el Aleph a pesar de ser ciego. Y llorar de emoción.
Uno llora de emoción cuando suena Cajita de música, del disco Cristal de recuerdos que hoy recomendamos.
Todas las 48 obras reunidas en este disco son pequeñas grandes joyas. Duran poco, como la vida. La más corta, 39 segundos, la más larga 3 minutos 40 segundos.
Al principio pensé en Weber, en sus miniaturas, esa joyas pulidas a mano. Pero no: la mente elaborada del compositor austriaco es física cuántica frente a la matemática pura de las obras de la maestra Irina Shishkina: plenas de alegría, ternura, inocencia, frescura. Valses, polkas, música de pueblo, el espíritu siberiano en movimiento, mucho Fréderic Chopin, algunas, las últimas del disco, obras impresionistas.
Impresionante, el flujo de imágenes que brotan, como los primeros fulgores de la primavera, cuando suena la Cajita de música de la niña Irina.
No me he olvidado de usted en ningún momento, querida lectora, amable lector: imaginen, imaginemos.
Hagamos sonar el corazón.