Opinión
Ver día anteriorMiércoles 7 de febrero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Intromisión en escalas
D

e pronto, los poderosos vecinos del norte se sintieron molestos por la presencia ruso-china en su patio trasero. Enviaron, en viaje plenipotenciario, a su hombre más conspicuo para alertar a pupilos y rejegos de inminentes peligros. Para acercarse más a las reales intenciones del funcionario, en su hegemónico cometido, se tiene que afinar el foco y posarlo sobre Venezuela. La primera escala fue México. Aquí se sintió, por los alegatos planteados, como en casa. Los oídos del priísmo tecnocrático los tienen por completo atentos a sus preocupaciones. Ningún reparo interno ha enturbiado el propósito a conseguir: trasladarle a los mexicanos los tenebrosos hallazgos de sus aparatos de inteligencia. Tengan sumo cuidado que por ahí merodean los rusos, alertó. Como de pasada también solicitó ayuda para cercar Venezuela y obligar a su gobierno para que vuelva al abandonado carril democrático.

Las palabras y llamadas de atención del secretario Rex W. Tillerson se constituyen así en la pieza faltante para sustentar, internamente, la campaña sucia electoral, ya encarrilada por lo demás. Previamente se escucharon las alertas desparramadas –sin intenciones posteriores claro está– por algunos diarios gringos sobre la rusa KGB y su batallón de interventores cibernéticos, tal como hicieron en Estados Unidos para llevar a Donald Trump a la presidencia. Esta vez podrían, tan perversos como hábiles saboteadores, estar preparando bártulos para apoyar, ¡oh, descubrimiento de primera plana! a Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

El objetivo de la trama rusa sería asegurar, de esta encubierta e indetenible manera, su influencia a trasmano en México. AMLO, ni tardo ni perezoso, se plantó en el puerto de Veracruz para otear bien el horizonte y esperar, por si acaso aparecían, los emisarios del nuevo zar Vladimir Putin. No fuera que, el mensaje preventivo de Tillerson fuera cierto y real y, en efecto, llegara algún navío a estas tropicales costas cargado con el ya legendario oro de Moscú. Esperó y esperó y nada llegó para su jocoso desengaño. Lo que pudiera haberse financiado con semejantes talegas de oro de 24 quilates y sin pagar impuestos. Con seguridad se habrían podido rebasar los apoyos aportados (254 millones de pesos) por la hacienda pública, para financiar al PRI durante la contienda de 2015. Hechos mostrados en Chihuahua y operados, entre otros, por neutrales y hasta hoy impolutos tecnócratas hacendarios.

El escándalo estadunidense de la intervención rusa en sus elecciones es mayúsculo y, hasta ahora, muy poco fértil para los demócratas. Tiene, sin embargo, ocupado a Trump y asesores. La rusofobia –nostálgicos remanentes comunistas– cabalga de nuevo en Washington y alrededores. La brillante idea es hacerla extensiva al sur. La oportunidad se presenta dorada para retrotraer la muy gastada consigna del peligro para México. No importa que la pretensión ahora caiga en el vacío y la chacota. Sin desmayo alguno, columnistas y no pocos comentaristas radiofónicos, le han dado validez y hasta le extienden certezas vigentes. No pasará, afortunadamente, de una frustrada tentativa para reducir la ventaja que ya AMLO ha consolidado. Este aspirante, lenta, pero consistentemente, prosigue en su empeño de sumar simpatías ciudadanas a pesar de tan pedestres calumnias.

La derecha continental, sin embargo, no ceja en aportar a su estrategia de aislar a cualquier gobierno que intente asumir mayores grados de independencia. El venezolano es uno de ellos y pasión de la política que apadrina Tillerson. Trastocado el gobierno de Rousseff y eliminado Lula en Brasil, la senda trazada por la derecha es clara. El gobierno argentino ahora es visto como socio nodal para consolidar dichos esfuerzos de agobio a los rebeldes latinoamericanos. Pide, además, este personaje, jefe del Departamento de Estado, patrocinar un golpe militar contra Maduro. Y no se queda en palabrería, sino que viaja pidiendo ayuda para bloquear todas las ventas externas venezolanas que, de cualquier manera, son pocas fuera de las petroleras. ¡Eso sí que se llama intervención! Montarse en el susto de los rusos es una colosal tontería pero, repetida hasta el cansancio, penetrará sin duda en muchas mentes fértiles al rumor y el miedo irracional. Y de eso hay abundante pasta para modelar a gusto entre las distintas clases sociales mexicanas.