Nueva bofetada de la empresa al público con tercera mansada de Teófilo Gómez
Desalmada primera corrida del 72 aniversario de la Plaza México con entrada a mitad del aforo
Priísta mano a mano, sin competencia real, sacado de la manga, valió lo que se le unta al queso
Lunes 5 de febrero de 2018, p. a35
¿Quién manda aquí en la fiesta de los toros? ¿Quién regula el espectáculo taurino en la capital? ¿Quién decide los carteles más importantes? ¿Quién está por encima de la autoridad, actores y críticos? ¿Quién exigelas corridas cómodas en la Plaza México? ¿Qué instituciones protegen a la fiesta de toros y defienden al público taurino de este país?
Las anteriores fueron algunas de las muchas preguntas que me hizo una joven cronista de provincia, quien suplicó no poner su nombre, pues de inmediato sería separada de su periódico, a merced del democrático neofascismo del régimen, en la de-salmada primera corrida del 72 aniversario de la Plaza México, realizada ayer.
A ninguna o casi a ninguna de sus preguntas atiné a contestar con objetividad, ya que el atroz aburrimiento que provocó la inexcusable inclusión –por tercera ocasión en la temporada como grande– de la descastada ganadería de Teófilo Gómez, en conocedores, villamelones, turistas, asistentes ocasionales, peñas aldeanas pero entusiastas, autoridades sosas como el ganado –¿hay de otras?– y abnegadas madres que en cada toro llevaban a sus niños al baño, me distrajo de las eventuales hazañas realizadas en otro mano a mano de la nueva
empresa. Aguántate como yo, lector.
En priísta mano a mano, es decir, sin competencia real, de la primera corrida de aniversario, partieron plaza el madrileño Julián López El Juli (ya 35 años de edad, 19 de alternativa, por lo menos 44 corridas toreadas el año pasado y cinco este año), y el amigable diestro de Apizaco, Sergio Flores (25 años, cinco de matador, 36 tardes en 2017 y tres este año), para lidiar, es un decir, oootra predecible mansada de la prestigiada ganadería queretana de Teófilo Gómez, favorita, por su bobería, de los pegapases importados. Y es que, ¿sabe usted?, así acabó esto de jugarse la vida frente a la bravura
.
Para que haya rivalidad entre toreros primero tiene que haber diferencia entre chascarrillos y sentencias (Guillermo Sureda), graves y leves (José Alameda), lúgubres y lúdicos (Guillermo H. Cantú) y casta y contrastes (el tal Páez), lo que brilló por su ausencia en oootro mano a mano de la manga a cargo de la nueva
empresa que, en lugar de combinar toreros consagrados con otros dispuestos a desbancarlos, decidió, por oscuras imposiciones, anunciar a toreros de notables similitudes ante oootro desfile de bueyes de arado a la altura de su rivalidad.
No aburriré al franciscano lector con un barrunto de crónica, pues lo realizado por los enjundiosos coletas ante el descastado encierro valió lo que se le unta al queso, gracias al nefasto criterio de la tauromafia.
Ante una entrada que llegó a la mitad del aforo y cuando el festejo se despeñaba –es la moda– por el tedio y la indignación, El Juli alzó anunció que regalaba un toro, ahora de la amigable dehesa de Bernaldo de Quirós, que contrastó con los bueyes de Teófilo y permitió a Julián eléctricas zapopinas –en España rebautizadas como lopecinas por aquello del amigable plagio–, sacar al tercio a Christian Sánchez por traseropar, dejar minitandas por ambos lados, provocar tímidos grititos de ¡torero! y sepultar defectuoso julipié –volar y clavar saliéndose de la suerte–, para recibir, faltaba más, ¡dos orejas! del aturdido juez Jorge López.
Mejor estuvo Sergio Flores ante oootro de regalo de Santa María de Xalpa, con trapío y comportamiento de toro, al que hizo un emotivo quite por chicuelinas, tafalleras, cordobina y revolera, más derechazos, trompicón, bernadinas, entera trasera y oootras dos orejas. La apoteosis, pues.