ntre las muchas excentricidades y malos hábitos del presidente Donald Trump, una de las más notables es su necesidad de denostar a Barack Obama, su predecesor. Lo hace porque es racista, dicen algunos. Lo creo, pero también creo que lo mueve la envidia a un político profesional, un hombre pensante que terminó ocho años de gobierno en la Casa Blanca con una tasa de popularidad muy alta, algo inusitado porque normalmente los presidentes llegan al poder con porcentajes altos de popularidad, pero cuando se despiden, se van con porcentajes vergonzosos.
Es tan grande el aborrecimiento de Trump por Obama que cuando se canceló la visita oficial a Gran Bretaña (porque no había seguridad de que la recepción de los ingleses en la calle fuera amable) la explicación de la Casa Blanca fue que al presidente Trump no le gusta la residencia de su embajador en Londres, porque la mandó a hacer Obama. La misma injustificable sinrazón está detrás de la supresión del programa de seguridad médica que Obama diseñó e implementó. Le importa muy poco al actual que el programa de atención infantil para niños de bajos recursos desaparezca, de la misma manera que está dispuesto a eliminar el programa DACA de los dreamers y sacrificar a 800 mil personas, que para efectos prácticos son estadunidenses, porque el autor es Obama y Trump quiere borrar del mapa toda huella de su paso por la presidencia.
El primer gran problema que tiene es que Obama no pasó
por la Casa Blanca nada más. La habitó de un ala a la otra, y gobernó a blancos, negros, amarillos y estadunidenses de todos los colores, sin detenerse a comparar tonos de piel como si fuera vendedora de Avon.
El segundo problema es que los Obama, él y Michelle, saben sonreír, una gracia que los Trump desconocen, salvo por las sonrisas dentrificadas de Melania.
Ahora resulta que el presidente de Estados Unidos, a quien sólo le gusta viajar a su club privado, irá a Davós. ¿Sabe usted por qué?, pues porque Obama nunca fue. Eso le da a Trump la oportunidad de compararse con Barack y decir que él es el mejor líder internacional que hay en el mundo y que ha habido jamás, y que se cuiden los suecos porque ahí les va a reclamar el Premio Nobel.
Este comportamiento de Trump es ideal para integrarlo al manual de cómo no ser presidente de Estados Unidos (ni de ningún otro país), en el capítulo titulado ¿Qué tanto puede un presidente utilizar la posición oficial para desahogar sus propias pasiones?
Me parece que la respuesta correcta es: No puede utilizarla para desahogar simpatías ni antipatías
, porque ostenta una posición nacional y porque se ha comprometido públicamente a respetar la Constitución. Cuando un presidente maltrata a un ciudadano viola ese ordenamiento.
Un presidente, si lo es de veras, doblega sus sentimientos personales y actúa por encima de antipatías y odios privados. Por ejemplo, el presidente Eisnehower era segregacionista, pero cuando los estudiantes blancos de la secundaria de Little Rock, con el apoyo del gobernador, quisieron impedir el ingreso a un grupo de estudiantes negros, el presidente ordenó a la Guardia Nacional que los protegiera y asegurarse que entraban a clases.
¿Qué tan lejos puede llegar un presidente que va de la mano de sus bajas pasiones? No mucho, creo yo, porque está tan concentrado en el acecho a su advesario, y en borrar las huellas de un pasado que le es inaccesible, y tan empeñado en inventar y promover en qué orienta todas sus energías.
Los presidentes mexicanos dizque no se dejan llevar por sus sentimientos personales cuando toman una decisión. Mucho se ha dicho que cuando los presidentes mexicanos elegían al candidato de su partido, uno de los criterios de la selección era ¿Quién es el que mejor me cuidará las espaldas ahora que deje la Presidencia?
Por esa razón, en muchos casos el círculo cercano al presidente está formado por sus amigos de la prepa, que entonces se vuelven cómplices. Entonces se escogieron desde chiquitos unos a otros, porque hasta donde escucho las virtudes del candidato X son sus amigos, el equipo
que en un descuido termina en crujía.
Sólo le pido a Dios que no me haga indiferente frente al voto.