Opinión
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Desde el otro lado

Dreamers, chivos expiatorios

U

na nueva crisis en el gobierno de Donald Trump ensombrece la posibilidad de resolver de una vez por todas el problema de los jóvenes que fueron llevados a Estados Unidos cuando eran menores de edad (dreamers) y permanecen en el limbo de la ilegalidad por la negligencia y el racismo de quienes se niegan a reconocerlos como ciudadanos de aquel país.

Mientras se discute la aprobación del presupuesto para el próximo año fiscal, los líderes demócratas en el Congreso condicionaron su voto a una solución migratoria favorable a los dreamers. La contrapropuesta del jefe de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, Paul Ryan, fue que los demócratas desistieran en su apoyo y, a cambio, no se recortaría el gasto social para gastos médicos a la población más necesitada. En pocas palabras, un chantaje en el que los demócratas de una u otra forma quedarían como los villanos, frente a uno u otro sector de la población: los más pobres o los indocumentados.

En el Senado, Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana, llamó a los legisladores de su partido a exhibir y acusar a los senadores demócratas que “con su apoyo a los dreamers provocaron la crisis que ocasionó el cierre temporal del gobierno”. Hacerlos responsables de eso es una estratagema política inmoral que demuestra el talante hipócrita de McConnell. Al fin y al cabo no le interesa resolver un problema migratorio, que en el fondo es humano, sino conservar su liderazgo al garantizar que en las próximas elecciones el Partido Republicano conserve su mayoría en el Senado a como dé lugar. El problema se agrava aún más debido a que el presidente un día promete apoyar a los dreamers y al día siguiente retira ese respaldo, aparentemente asesorado por quienes en la Casa Blanca integran el núcleo duro antinmigrante.

Los demócratas no cedieron al chantaje y, en opinión de diversos especialistas, dieron un paso que los acerca a las posiciones de quienes han insistido que en esa institución política debe haber un mayor compromiso con la suerte de los más necesitados, en lo que pudiera ser el germen de su redefinición política en un futuro próximo.

Mientras tanto, casi un millón de personas que han vivido toda su vida en Estados Unidos son los chivos expiatorios de la desmesura xenófoba y están a un tris de ser deportados a países de los que no conocen su idioma ni su cultura, condenando a muchos a vivir en un medio que no sólo les es ajeno, sino en algunos casos, peligrosamente hostil.