rímenes y pecados. En La rueda de la maravilla (Wonder Wheel), el neoyorkino Woody Allen propone un intenso melodrama doméstico, con tonalidades de cine negro, ambientado en los años 50 y situado en el emblemático parque de atracciones de Coney Island. Concentrar así toda la trama en un espacio donde la diversión colectiva contrasta continuamente con la sordidez de un drama, se vuelve muy pronto una propuesta escenográfica emparentada con la obra teatral de Eugene O’Neill, a la que, en un momento, alude la cinta, y también un eco lejano al Tennessee Williams evocado en Jazmín azul, una de las cintas más recientes del director. El cinefotógrafo italiano Vittorio Storaro recrea, para esta ocasión, mediante una estilización sensual con cálidas tonalidades naranja, la atmósfera engañosamente apacible, en rigor, opresiva, del encierro virtual en que vive la protagonista Ginny (Kate Winslet, formidable), una ex actriz de teatro condenada a vivir, a sus casi 40 años, al lado de Humpty (Jim Belushi), un hombre bonachón y pedestre, diluyendo al mismo tiempo sus pretensiones artísticas en un rutinario empleo como mesera en un restaurante de mariscos, mientras atiende, con inercia y fastidio, al niño Richie (Jack Gore), un hijo suyo de un matrimonio pasado.
Esta historia de frustraciones profesionales y amorosas la relata el joven salvavidas playero Mickey (Justin Timberlake), un narrador a cuadro que a menudo se dirige directamente al público, y que es también protagonista conspicuo del drama en tanto elemento de discordia doméstica. Relata Mickey su doble involucramiento sentimental con Ginny, su amante madura, y con la muy avispada Carolina, hija pródiga del viejo Humpty quien inesperadamente regresa al hogar paterno para cimbrar, sin miramientos, los frágiles asideros afectivos de la pareja. El aficionado al cine negro hollywoodense bien podría elucubrar sobre las posibilidades narrativas de este melodrama claustrofóbico y añadirle los excesos de pasión y de violencia de cintas como El suplicio de una madre (Mildred Pierce, Curtiz, 1945), según la novela homónima de James Cain, recordando el modo en que la propia Winslet interpreta a la mesera Mildred en rivalidad pasional con su hija, en la miniserie televisiva del mismo nombre dirigida por Todd Haynes en 2011. Sin embargo, lo que la mayoría de los críticos de cine estadunidenses han preferido evocar en relación con La rueda de la maravilla, y varias otras cintas de Woody Allen, es la sordidez más llamativa de la vida privada del realizador, con todos los crímenes y pecados sexuales que se le imputan y la insoportable impunidad que su celebridad le ha procurado y que le permite seguir filmando.
Con una malicia perversa, el propio director abona en este terreno de la rumorología dolosa cuando, en una escena de la cinta, la mujer frustrada que es Ginny sugiere que su esposo Humpty pudiera sentir una atracción inconfesable por su hija. El niño Richie, testigo indolente de esta serie de turbiedades domésticas, elige librarse al juego destructor de la piromanía añadiendo un toque de comicidad absurda y de rabia contenida al clima de sordidez moral que le rodea. La filmografía del autor de Annie Hall ha venido multiplicando, sin empacho, las referencias a situaciones escabrosas que se vuelven un gran espejo recriminatorio de las conductas impropias en el gran escaparate mediático de nuestra era de pánico sexual. Lo que en términos artísticos se desprende de esta suerte de expiación pública a la que bien pudiera hoy librarse Woody Allen en su cine, es su enorme destreza para manejar las flaquezas morales de sus personajes, sus cargas de frustración y culpa, sus delitos reales o imaginarios, y su participación perpleja en esa inmensa rueda de la fortuna, la auténtica Wonder Wheel, donde se confunden los destinos y los apetitos de las víctimas y de sus victimarios. Tal vez La rueda de la maravilla no sea la mejor de las películas de Woody Allen, pero en su trabajo reciente es, al lado de Jazmín azul, uno de los manejos más inteligentes de un patético melodrama intimista y de sus posibles repercusiones sociales.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: Carlos.Bonfil1