Éxitos, exitismo y fracasos deliberados
ispuestos incluso a valorar el desempeño de nuestros coletas en el ruedo y admirar encierros impecablemente presentados, pero renuentes a revisar los absurdos criterios de las empresas, los cronistas y críticos taurinamente correctos hacen como que se sorprenden, por enésima vez, de los buenos toreros desperdiciados por un sistema que no cambia pero espera obtener resultados diferentes.
Si bien los seres humanos somos duritos de entendederas, entre los taurinos ese rasgo adquiere niveles de campeonato mundial. De otra manera no se entiende que en las recientes décadas la fiesta de los toros siga con vida, no obstante los métodos y procedimientos empleados, según esto para preservarla y engrandecerla.
Cualquier otro negocio, excepto el taurino, invierte con base en las necesidades reales del mercado y se mantiene precisamente por cubrir sus expectativas o necesidades, pero fracasa o se debilita si lo desatiende o, peor, se desentiende de esas necesidades y hace las cosas de espaldas al consumidor, en este caso aficionados y público. Si a estos desaciertos se agrega la falta de una competencia que se traduzca en mejores opciones y satisfacciones para el consumidor, se tiene un panorama aproximado de las causas del mediocre nivel del espectáculo de los toros en nuestro país, no obstante sucesivos magnates que intentan promoverlo arriesgando su dinero
.
Hace varias décadas que estos empresarios taurinos, los más adinerados de la historia, decidieron adueñarse, con anuencia de la débil autoridá, de la tradición taurina de México, no compitiendo entre sí, sino aprovechando a unas cuantas figuras importadas como único atractivo, a costa del toro con edad y trapío, de apoyar a toreros locales con potencial, de fomentar rivalidades reales, no artificiales, que estimularan el surgimiento de figuras, y de invertir en proyectos de crecimiento y reposicionamiento de la fiesta brava mexicana.
Hay que grabárselo: si como manejan estos señores la fiesta de toros manejaran sus otras empresas, en seis meses quebraban, y si como conducen sus negocios exitosos condujeran el taurino, tendrían una oferta muy diferente de toros y toreros y otra fiesta.
¿Cómo llenar las plazas? ¿Con qué productos? ¿Para beneficio de quiénes? ¿Por cuánto tiempo? ¿Con el propósito de divertir o de emocionar? ¿Cumpliendo la normativa o instalados en la autorregulación? ¿Sin relación entre productos, calidad y precios? ¿Sin tomar en cuenta la opinión del consumidor taurino? ¿Es negocio un espectáculo a base de diestros importados y sus comparsas?
¿Harán valer al fin los méritos demostrados por los toreros de aquí o seguirá prevaleciendo el amiguismo? ¿Se puede hacer fiesta sin rigor de resultados económicos y artísticos? Reconocer, al cuarto para las 12, que en México hay muy buenos toreros sin oportunidades, ¿cambiará criterios? ¿Es profesional anunciar carteles por adelantado, dejando fuera a los que ya triunfaron? ¿Imposible apostar por la reivindicación del toro bravo y de los toreros que valen?
¿Interesa el surgimiento de figuras nacionales e ídolos populares o continuarán las figuritas-cuña? ¿Inviable convocar a concursos taurinos anuales de diversa índole que involucren a la fiesta de los toros con la sociedad? ¿Se pretende revivir la fiesta de toros o sólo prolongar su agonía y utilizar los cosos en proyectos más rentables? Son algunas de las preguntas que no se hacen ni se responden los de la nueva
empresa, tan contumaz como la anterior, porque en este pobre país dinero mata todo.