Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Sendas decepciones

N

ada pudo hacer Rusia para alcanzar los dos grandes objetivos que se había planteado en materia de política exterior para 2017: mejorar la relación bilateral con Estados Unidos y conseguir que la Unión Europea levantara las sanciones en su contra.

Fracasó en ambos cometidos que, al cabo de los 12 meses recientes, se convirtieron en sendas decepciones, sin que en el horizonte cercano se aprecien signos que hagan posible revertir la situación adversa.

Se confirmó que –más allá de la supuesta empatía que pudiera existir entre Vladimir Putin y Donald Trump– los nexos entre Rusia y Estados Unidos con el actual inquilino de la Casa Blanca son igual de malos, si no peores, que lo que se suponía serían con la fallida candidata demócrata, Hillary Clinton.

Trasladada la toma de decisiones al Congreso, mejorar o empeorar la relación con Rusia ahora ya no depende en Washington de la voluntad de una sola persona, a diferencia de lo que ocurre en Moscú respecto de los vínculos con Estados Unidos.

Las medidas contra Rusia adquirieron carácter legislativo, lo que anticipa que tendrán una larga duración, así como un fuerte impacto en la élite gobernante rusa con la inminente publicación de la primera lista negra de allegados de Putin –cerca de 300 personas, incluyendo familiares directos de funcionarios y magnates próximos al mandatario– que, según el derecho que se arrogan los congresistas estadunidenses, deben ser sancionados.

A pesar de que, dentro de las contradicciones propias de la Unión Europea, hay países en desacuerdo con aplicar medidas de castigo contra Rusia por la adhesión de Crimea y su apoyo a los separatistas del este de Ucrania, lo cual representa pérdidas para su sector agropecuario y dificulta obtener nuevos flujos de gas y petróleo rusos, en 2017 prevaleció el consenso para mantener la política que cierra las puertas a Moscú: en ninguno de los países que tuvieron elecciones, y marcan las tendencias en el viejo continente, ganó un gobierno que pudiera ser menos hostil al Kremlin.

La búsqueda de un arreglo político en el conflicto de Ucrania sigue empantanada, mientras el golpe palaciego que derrocó al líder independentista de Lugansk, y firmante de los pactos de Minsk, sembró de dudas el futuro de esa negociación. Esto repercute negativamente en Moscú, porque si confía en que algún día Washington y Bruselas puedan llegar a aceptar que Crimea forma parte de Rusia, es poco probable levantar las sanciones si no se avanza en una solución para el este ucranio.

A dos meses de las elecciones presidenciales, Putin sólo está en condiciones de presentar como gran éxito externo en 2017 la actuación de su ejército en Siria y la derrota del llamado Estado Islámico, aunque al ruso de a pie poco le importa tener dos bases militares ahí para, en esencia, garantizar que las petroleras cercanas al Kremlin obtengan contratos en el país árabe, cuyo territorio quedó repartido en zonas de influencia foránea, sin que las partes implicadas puedan firmar la paz.