a vida orgánica de la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) no se reduce a sus funciones sindicales, ni a su dimensión gremial y magisterial. Como organización social, el escenario para la movilización política de sus militantes y simpatizantes tampoco se agota en los centros comerciales, en las carreteras, plazas y edificios públicos, sino que se extiende a los espacios áulicos y de las relaciones cercanas que se entretejen en los barrios y comunidades que circundan las escuelas donde laboran los maestros.
Es ahí, en el lugar común que habitan dentro y fuera de los centros escolares las comunidades de aprendizaje, donde el movimiento popular se vuelve pedagogía y ésta se convierte en proceso de emancipación social. Es precisamente en este escenario, donde se confrontan los proyectos de nación, de civilización incluso, donde se desarrolla de manera cotidiana la disputa por el currículo, por lo cual se enseña y aprende, por la educación de los futuros ciudadanos, así como por el tipo de sociedad que se pretender conformar.
La CNTE no es la expresión rígida del sindicalismo mexicano, cualitativamente y de forma atípica entre los sindicatos magisteriales del nivel básico, medio y superior, ha transitado a lo largo de tres décadas sin renunciar a ninguna lucha: de la izquierda sindical a la izquierda pedagógica, de la democratización del SNTE a la democratización de la educación pública, de la movilización política a la movilización cultural, de la protesta en la calle a la propuesta en la escuela.
A la vez que se involucra en el largo plazo para propiciar los cambios políticos y económicos necesarios para democratizar al país y a la educación, se aboca a la realización cotidiana e impostergable de transformaciones urgentes en la organización escolar, curricular y de las prácticas para la insurgencia pedagógica que ya serían propias de una sociedad libre. Infinidad de colectivos y vivencias que se oponen a la pedagogía de la rentabilidad económica y de la opresión han hecho imposible la reforma educativa neoliberal en los hechos, lo mismo en pequeñas experiencias rurales del suroeste de Hidalgo que en la zona urbano marginal de la ciudad de Durango o en la montaña alta de Guerrero.
Se trata de traer al aquí y ahora la utopía de la emancipación, de ensayar en la escuela las nuevas relaciones productivas sin explotación humana en los huertos escolares o talleres de economía solidaria; de producir tecnologías alternativas para lograr la sustentabilidad ambiental; de conocer las contra historias de las clases subalternas que han ocultado las narrativas oficiales; de pasar de la geografía muerta que memoriza ríos, lagos, mares y linderos, al conocimiento y la defensa de territorio vivo amenazado por los proyectos de muerte; de reconocer en la diversidad lingüística las cosmovisiones de los pueblos originarios y los saberes ancestrales no occidentales; de aprender a construir autonomía y el poder popular, en la medida en que se develan y fragmentan formas de sujeción al capital; de romper el militarismo y la rigidez escolar por medio del pensamiento creativo y la actividad lúdica; de educarse en el antipatriarcado y el reconocimiento de la diversidad sexual; de buscar el desarrollo pleno de todas las facultades del ser y la felicidad como fin último de la humanidad.
La vida pedagógica de la CNTE no es nueva, pero ha sido más tangible en los últimos años, al grado que hoy existe un proyecto nacional de educación alternativa, horizontal, pluriversal, liberador, descolonizador y democrático, causa de un mosaico de proyectos educativos alternativos regionales y consecuencia donde no los había, porque no se trata de un formulario de instrumentación acrítica, sino de una provocación a la revolución educativa desde abajo, en las condiciones contextuales de cada colectivo.
Lejos de ser una organización pasiva, la protesta ha sido acompañada por la propuesta teórica, pero también tangible; su proyecto general de educación alternativa y sus experiencias en lo particular han sido la respuesta inteligente de los maestros a tres décadas de educación neoliberal, de procesos de invasión cultural neocolonial y del intento más reciente del capitalismo por imponer una nueva etapa histórica de aberrante homogeneización, de estandarización de la humanidad por medio de la escuela.
De modo que en 2018, año de la aplicación del nuevo modelo educativo, se agudizará la confrontación pedagógica de los maestros disidentes ante el intento descarado del despojo cultural y el reduccionismo economicista de la propuesta del Estado que pretende simplificar a los alumnos en portadores de habilidades rentables para el capitalismo del siglo XXI. Se trata de una tarea vigente, aun después del resultado menos catastrófico en las elecciones, porque la experiencia conocida de los gobiernos progresistas en Latinoamérica (salvo Bolivia) no logró detener el avance de los organismos de la globalización económica en las aulas, ésta tendrá que ser una batalla más personal, metro a metro, por la independencia cognitiva y en la que sería grandioso declarar a miles de escuelas territorio libre de reforma educativa
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