ada partido es libre de elegir a sus líderes y a sus candidatos como mejor le plazca. De manera que si los priístas han decidido que lo mejor para ellos era que el primer priísta de la Nación eligiera a su candidato, será porque tienen una fe ciega en su buen juicio. Hay que reconocer que ya intentaron otros métodos que son en principio, más democráticos: desde la pasarela que introdujo Miguel de la Madrid hasta las primarias abiertas que organizó el propio PRI, sin que Ernesto Zedillo metiera ni un dedo. Por lo menos, eso fue lo que nos dijeron. La pasarela hizo candidato a Carlos Salinas; la elección abierta al pueblo no priísta se inclinó por Francisco Labastida que, ¡oh dolor!, fue derrotado por Vicente Fox, ¡oh dolor!
Evidentemente, ninguno de esos métodos los satisfizo; concluyeron que los candidatos elegidos de esas diferentes maneras, habían resultado malos candidatos o malos presidentes. Pero hay que preguntarse si lo que llevó a malas candidaturas fue el mecanismo de elección, o si independientemente del mecanismo empleado, cualquier candidato habría sido malo, porque la reserva de buenos candidatos ya se agotó.
Lo cierto es que los priístas han vuelto al método consagrado por Adolfo Ruiz Cortines: el dedo que decide en solitario y señala al agraciado según su leal saber y entender. Lo que resulta extraordinario es la sumisión de la militancia, y de la dirigencia partidista, a una decisión guiada en primerísimo lugar por las percepciones, pero sobre todo, por los intereses personales del presidente en quien reconocen a su líder máximo. Por ahora.
A mí lo que me parece extraordinario es que los priístas confíen el futuro de su campaña presidencial a una persona que se ha equivocado tanto con otros nombramientos, por ejemplo, fue un error nombrar a Emilio Lozoya como director de Pemex. Es posible que algunos piensen que no lo fue porque el objetivo no era poner la empresa en manos de un funcionario público responsable y honesto, sino colocar a un buen vaquero que la ordeñara con firme propósito e intención. Pues aun así fue un error porque ahora todos sabemos el para qué de un nombramiento que en su momento fue inexplicable.
Tampoco nos da mucha confianza el juicio de Enrique Peña porque ha tomado decisiones que han sido extraordinariamente costosas, mientras que sus beneficios han resultado modestísimos. Doy como ejemplo, el famoso pacto
, que muchos aplauden porque gracias a ese acuerdo se han hecho reformas que se consideran definitivas. En primer lugar, no sabemos si lo serán; pero lo grave del pacto, es que despojó al Congreso de una de sus funciones esenciales: el debate y la decisión relativos a temas fundamentales que atañen a la representación nacional, tal y como está constituida por el voto ciudadano. El pacto fue un artificio que permitió simular la igualdad de todas las fuerzas políticas; no había mayorías ni minorías, todos eran iguales. El Poder Legislativo fue sustituido por un grupo al margen, sin reconocimiento constitucional que tomó decisiones que implicaron cambios constitucionales. Este tipo de decisiones erosionan las institituciones de nuestra desfalleciente democracia.
Algo traemos los mexicanos con los dedos de los poderosos; desde el himno nacional y la estrofa aquélla de que el destino de la Patria el dedo de Dios lo escribió. ¿habrá sido esa la inspiración de Venustiano Carranza cuando intentó designar a su sucesor?, ¿creen los priístas que el dedo sabio es el mismo que pintó Miguel Ángel en el Vaticano, que representa el momento exacto en que Dios Padre dio vida a Adán? Creo que se lo creen, pero incluso ese dedo sabio se equivocó con Adán, que a la primera cayó en la tentación y demostró que no era lo que de él se esperaba.