l editorialista conservador David Brooks escribió un interesante artículo en The New York Times, en el que da a entender que cada vez más integrantes del Partido Republicano se enfrentan a la terrible realidad de haber perdido su morada.
A diario crece el número de militantes que han quedado en la orfandad política, por obra y gracia de las ocurrencias y necedades del individuo que ungieron como su abanderado para dirigir el país. Los cánones ideológicos, que desde hace más de un siglo han caracterizado a ese partido sucumbieron al oportunismo y las vulgaridades de Donald Trump, según refiere Brooks.
En un breve recuento de las arbitrariedades cometidas por Trump, Brooks establece un parangón entre los valores que los líderes de esa institución política profesaron en el pasado y la inmoralidad y carencia de ética que distingue al actual huésped de la Casa Blanca. El conservadurismo tradicional fue transformado en capricho, veleidad y chantaje por un individuo sin ideología alguna.
Lo más grave es la increíble complacencia con la que los líderes de ese partido, dentro y fuera del Congreso, han accedido a la aberrante forma de conducir los destinos de su país en un pragmatismo que raya en la estulticia.
Han pasado por alto las referencias vulgares y el acoso sexual a un sinnúmero de mujeres; han aprobado una lamentable y oprobiosa reforma fiscal que agrede la economía de las clases medias y pobres y rompe con la tradicional mesura en el gasto y la puritana forma de cuidar el déficit fiscal, tan caro a los principios ideológicos de ese partido.
Para colmo, han callado ante las atrabiliarias decisiones en materia de política exterior, como el traspaso de la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén, su errática forma de lidiar con Corea del Norte e Irán. A eso se añade la absurda amenaza de romper acuerdos comerciales con múltiples naciones, con su tramposa promesa de recuperar los empleos que han emigrado a México, China y otras naciones.
No está por demás repetir que esa forma de gobernar ha encontrado eco en el seno del Partido Republicano y en la hipocresía de algunos de sus líderes, que han abdicado en sus principios en aras del oportunismo político más rupestre. Esos principios han sido derrotados por algunos personajes tan siniestros como Steve Banon, Roger Cohen y Stephen Miller, convertidos en alter ego de Trump y que han sido artífices de su abyecta política ultranacionalista y racista, con la promoción y aplauso de la cadena de noticias Fox y de su inefable propietario Rupert Murdoch.
Por su lado, el Partido Demócrata trata de definir cuál será la fórmula para retomar el camino que quedó trunco con la salida de Barack Obama. La oportunidad que se abre para retomar el timón del país no parece cristalizar en las vacilaciones de los demócratas y sus dirigentes. Su respuesta ha sido incierta vacilante y carente de imaginación.
Este cuadro de incertidumbre, que anuncia un borrascoso horizonte, se ha acentuado por las denuncias en contra de integrantes de ambos partidos por al acoso del que han sido objeto decenas de mujeres. Desafortunadamente la condena en contra de los perpetradores ha sido igualmente oportunista y errática. En muchos casos ha puesto en el mismo plano la conducta de un abusador de menores o la de quien las ha agredido física y verbalmente, con las de quienes se han limitado a dirigirse con grotescas referencias sexuales, que por supuesto merecen también ser condenadas, pero que ni con mucho son igualmente graves.
Sólo cabe esperar que las demandas de cientos de organizaciones y millones de individuos por sanear el herradero en que se ha convertido la política estadunidense encuentren eco en las urnas próximamente.