oros de Xajay con aire de limón moreno congelado en el tequila más salado que la cadencia del toreo capotero mexicano que no aparece, no apareció. Los toros que se asomaban por la puerta de toriles venían del campo bravo queretano. Para sorpresa de los aficionados los toros embestían, se iban pa’rriba. Los toros desbordaron a los toreros, incluso a Sebastián Castella y a sus acompañantes Sergio Flores, Ginés Marín y Luis David Adame.
Tarde en que los toreros perdían los papeles y los toros, auténticos galimatías, se volvían los amos del redondel. La plaza México era un grito congelado que hacía vibrar en cantos lúgubres escondidos. Hasta que lentamente se fue quedando sola recreándose en el frío del cemento.
El frío se llevó la corrida. Un grito silencioso oprimía la piel y los músculos que contenían la desesperación. El espacio parecía poblarse de fantasmas.
Entre los humos tequileros el crónico recordaba un toro llamado Pa’enero. Ese toro aplanador que venía a más, quería volar y volar e iba con la guitarra sonando por el redondel.
El toro seguía con más alegría en muletazos que iban de aquí hasta allá, como los muslos lorqueanos se desmayaban cuando el toro se fue para arriba, como la tarde, y sus embestidas se desmayaban y fluían por el manso declive del serpenteo de la franela. Mirando a los toros de Xajay en la mente seguía ese toro que se me quedó grabado.