Bien presentado pero soso y débil el encierro de Xajay en la cuarta corrida
Lunes 11 de diciembre de 2017, p. a39
Una fascinación acomplejada por los diestros extranjeros envuelve hace décadas al empresariado mexicano, primero al duopolio -23 años- y ahora al monopolio -dos temporadas-, aunque esos importados disten de ser imán de taquilla o desplieguen entrega, rivalicen y den espectáculo, no obstante los honorarios y las ventajas de que echan mano. Lo peor de todo es que le quitan puestos y posibilidad de consolidarse a los buenos toreros del país, reducidos a ilegales en su propia tierra.
En la cuarta corrida hicieron el paseíllo el francés Sebastián Castella y el español Ginés Marín con los mexicanos Sergio Flores y Luis David Adame, para vérselas con un encierro bien presentado, pero deslucido de la ganadería de Xajay, propiedad del arquitecto Javier Sordo, uno de los nuevos empresarios de la Plaza México, junto con Alberto Bailléres, pero con criterios similares a los de sus insensibles antecesores: ofrecer una fiesta a su antojo, no al gusto de la afición. La prueba la volvimos a tener la gélida tarde de ayer, con un cartel que nadie pidió y que a muy pocos interesó.
Lo más destacado estuvo a cargo del tlaxcalteca Sergio Flores, con su segundo y sexto de la tarde. Qué bonito, precioso cárdeno claro con 495 kilos, muy bien armado, como sus hermanos, que sólo recibió un pujal puyazo fugaz en forma de ojal, dada, la debilidad que acusaron los anteriores. Fue un trasteo de tandas derechistas de tres o cuatro muletazos, a veces acompasados y a veces eléctricos, pero que permitió el lucimiento de ambos. Culminó con una entera muy trasera, pero efectiva, lo que provocó que buena parte del público demandara la oreja que fue concedida, luego de que hace ocho días soltaron dos por un bajonazo.
Sobrado de sitio pero no de expresión, Sebastián Castella perdió la oreja de su primero por pinchar, luego de lograr subir el tono de la faena en tablas. A su segundo, que tomó un pujal, le hizo un quite por tafalleras, empezó con tres péndulos en los medios, logró algunos derechazos, incluido el de la patineta -me empujo con la pierna izquierda para dar la vuelta entera-, sufrió un desarme y ante el bobalicón astado arrojó la muleta a la arena al rematar una tanda, salió caminando a cuerpo limpio. Pinchó y escuchó un aviso. Otro acierto fue haber entendido que la muerte del toro debe ser privada, no acosada por los peones, y ordenó que se alejaran. Salió al tercio.
Luis David Adame, como sus hermanos, trae prisa por consolidarse. A su primero le hizo un quite por chicuelinas y a su segundo, tras llevarlo al caballo a la manera de Ortiz, otro por zapopinas, el mejor de la tarde, con el compás abierto, las plantas fijas y el cite preciso y lúcido. Fue meritoria la faena por ambos lados a su primero, que sin dejar de sosear repitió las embestidas. Tras una entera tendenciosa el toro tardó en doblar y casi no hubo petición, pero al hombre le sobra actitud, disposición y potencial.
El jerezano Ginés Marín, triunfador este año en las ferias de San Isidro y Pamplona, pechó con el peor lote, si bien tampoco anduvo mayormente dispuesto. Se vio fatal con la espada, no obstante sus 44 tardes en España.
Luego de una desalmada sucesión de mantazos a la salida de las reses, imposible olvidar las modélicas, insuperables verónicas de Pepe Murillo a Cofrade, de Marco Garfias, en la penúltima corrida. ¿Volveremos a verlo?