onald Trump, con total inconsciencia, acaba de avalar la política de conquista y apartheid de los clerical-fascistas que gobiernan Israel. Las consecuencias pueden ser inmensas. El aprendiz de brujo tomó su decisión empujado por su yerno y su hija, judíos sionistas agresivos, y por los sionistas cristianos representados por el vicepresidente Mike Pence que le aseguran el apoyo de los evangelistas. Buscó también satisfacer al lobby sionista de ese territorio ocupado por Israel
que es el Congreso de Estados Unidos.
Pero esa visión provinciana del problema acaba con el papel de Estados Unidos de promotor y garante de los Acuerdos de Camp Davis y de las negociaciones de paz para la convivencia de dos Estados vecinos –Israel y un futuro Estado Palestino– que dejaba la cuestión del status de Jerusalén para la solución del conflicto y, mientras tanto, fijaba en Tel Aviv la capital israelí y en Ramallah la palestina.
Las escasísimas esperanzas en una mediación de Washington desaparecen, Estados Unidos se sitúa abierta y descaradamente como compañero de lucha de Israel y obliga a la acción y a encontrar otros protectores a los palestinos, a los musulmanes de China, India, Pakistán, Afganistán, Indonesia, Filipinas, África, Turquía e Irán, y a todos los árabes desde el Norte de África hasta la península arábiga y el Cercano Oriente (incluyendo 20 por ciento de los ciudadanos israelíes que son árabes).
Ahora bien, campeones y defensores potenciales de ese tipo sólo hay tres: las viejas potencias coloniales (Francia e Inglaterra), Rusia y China.
Trump ha recogido el repudio y la condena de la UE y de Francia, Italia, Inglaterra, Alemania, o sea de los países con intereses en los países árabes y con fuerte dependencia del petróleo medioriental y ruso. En la ONU quedará aislado y contará sólo con el apoyo de Netanyahu. El presidente francés Emmanuel Macron que había declarado en Argelia hace pocos días que la colonización francesa había sido un crimen contra la humanidad
difícilmente podrá respaldar la ocupación total de Palestina por Israel, y la May, que no sabe cuánto durará su gobierno, no quiere problemas.
Rusia, vencedora en la guerra en Siria contra el Estado Islámico (Daesh) apoyado por Israel, Arabia Saudita, Qatar, Turquía y, sobre todo, Washington, interpreta la medida como un intento de amenazar su alianza con Assad en Siria y su reciente afirmación en el Cercano Oriente provocando una guerra con Israel como aparente protagonista y ha reaccionado con cautela. Lo mismo ha hecho China, que respalda a Irán y observa preocupada la preparación de una guerra contra Corea del Norte en sus fronteras ylas maniobras navales estadunidenses en el Mar de China así como el rearme japonés. Pero es indudable que tanto China como Rusia tendrían interés en aislar a Estados Unidos del mundo árabe y musulmán y les encantaría desviar contra Washington la ira de sus propios musulmanes (los uigures de Xingiang y Yunnan, en China, y los tártaros de Crimea y los chechenos y otros grupos en el Cáucaso y Siberia, en Rusia).
En el Cercano Oriente, Netanyahu, gracias a Trump, se salva del escándalo provocado por su corrupción, que pasa ahora a segundo plano al lanzar los palestinos una nueva intifada y colocar de nuevo a Israel bajo el posible fuego de cohetes.
Al mismo tiempo, el debilísimo Abu Mazen (Mahmud Abbás), el líder de Al Fattah y presidente provisorio palestino, que dependía sólo de la ilusoria esperanza en una mediación estadunidense, será rápidamente desplazado por Hamas, proiraní, y por sectores más radicales. En cuanto al gobierno islámico de Turquía, que quiere acabar con el laicismo kemalista, aunque era amigo de Israel debe oponerse ahora a la expansión israelí incluso a uno de los tres lugares santos del Islam, Jerusalén.
También se movilizarán los cristianos, no sólo el Vaticano, sino también los greco-ortodoxos, caldeos y armenios que viven en su barrio de Jerusalén y en la zona de Belén y Ramallah, en Palestina, que Israel ocupará con el pretexto de la nueva intifada (que, dada la diferencia de armas, no podrá ser muy masiva).
Protestaron también hasta las monarquías árabes (de Jordania, de Arabia Saudita, de los emiratos) conservadoras, cobardes y proimperialistas que deberán hacer frente a la inquietud de sus trabajadores importados de Palestina, Filipinas y Pakistán.
Nada se puede esperar de ellas pues están más interesadas en combatir a Irán y la influencia chiíta en Yemen, Irak, Siria, Líbano que en defender el statu quo antes. Sí se puede confiar en cambio en el heroísmo de los palestinos y, esperemos, en una huelga general de los árabes en Israel y Palestina en el mes de las fiestas cristianas que afectaría al turismo y, en general, a la economía israelí y marcaría que Israel no es un Estado judío
sino un Estado con una minoría religiosa y cultural oprimida.
¡La solidaridad internacional con los palestinos es indispensable para pesar sobre los gobiernos y aislar a Tel Aviv y para impedir que Trump siga provocando una guerra! Ella es también fundamental para respaldar a un pueblo desarmado pero valiente y digno que se opone a pedradas al ocupante. ¡Viva la resistencia palestina! ¡Fuera el nuevo Hitler que desde la Casa Blanca amenaza al mundo!