ormalmente registrada ante el Instituto Nacional Electoral, la coalición denominada Por México al Frente certifica de manera concluyente que las necesidades de la política tienden a desplazar sin miramientos las convicciones doctrinarias. No es la única prueba, pero sí la más clara de que los antiguamente intocables principios ideológicos
(que entre otras cosas servían para diseñar la plataforma programática de los partidos, es decir, la oferta política, económica y social que propondrían a los votantes) son eclipsados por un pragmatismo cuyo designio es obtener buenos resultados, aun cuando en el proceso salga malparada la coherencia.
No se trata de una manera inédita de hacer política; de hecho, en periodos prelectorales no muy lejanos se han celebrado alianzas partidarias que antes de concretarse se veían altamente improbables. La novedad en este caso reside en que las fuerzas agrupadas en el nuevo frente son, tanto en su discurso público como en la percepción que la ciudadanía tiene de ellas, prácticamente antagónicas en su visión del mundo. Comparten, desde luego, una caracterización genérica de los principales problemas que aquejan al país, pero basta con examinar un poco más atentamente sus documentos fundacionales e históricos y recordar sus respectivas posiciones en torno a cuestiones sociales de carácter significativo, para que su alianza coyuntural resulte por lo menos sorprendente.
Sin embargo, hay un elemento que ayuda a explicar, al menos en buena parte, la elasticidad que varios partidos muestran respecto de sus propias declaraciones de principios, y es que si se analizan sus propuestas de gobierno resulta difícil diferenciar uno de otro. Todos (hasta el que se encuentra en el gobierno) describen un panorama socioeconómico difícil y sólo difieren al señalar a los responsables de las dificultades. Todos prometen, también, remediar esa situación, y en este punto vuelven a coincidir para presentar a la ciudadanía una larga serie de generalidades que oscilan entre la promesa y la expresión de deseos. Por último, olvidan –o eluden– explicar, aunque sea a grandes rasgos, cómo van a alcanzar los encomiables objetivos que supuestamente persiguen para bien de los electores.
Este impreciso discurso acaba por emparejar a las fuerzas políticas que en teoría representan a las distintas corrientes de pensamiento del país, y en semejante escenario las divergencias ideológicas se vuelven casi irrelevantes, con lo que el establecimiento de acuerdos y alianzas entre contrarios se vuelve mera cuestión de voluntad. Queda como prioridad número uno, entonces, ganar la mayor cantidad posible de votos sin preocuparse por el funcionamiento del aparato creado, y mucho menos por la desalentada (y desalentadora) opinión popular, según la cual todos los partidos son iguales
.
Más allá de la suerte que corra Por México al Frente en los comicios de 2018, el relegamiento de la política en favor de la búsqueda de votos no contribuirá a la construcción de una alternativa ciudadana realmente democrática ni al fortalecimiento del sistema de partidos ni a un cambio sustantivo de la situación por la que atraviesa el país.