ecuperar la voz del otro para hacerla escuchar no es reproducir sus palabras. En Juan Soriano, niño de mil años, la narradora Elena Poniatowska se mimetiza con el pintor, la entrevistadora cambia de voz y se convierte en la voz del otro para que podamos escuchar a un Juan Soriano cálido, sincero, sabio hablándonos de su homosexualidad sin estridencias. Sin la voz del mártir ni la de las catacumbas que surgen del gueto.
Una de las críticas más radicales al grupo Contemporáneos que conozco, la hace Juan Soriano entrevistado por Elena en este libro: los Contemporáneos, dice, fueron para él unos hipócritas y unos cobardes pues nunca tuvieron el valor para hacer frente a la opinión pública. Y su espíritu universal que tanto alardearon fue bastante ranchero. Hicieron viajes pequeñitos, dice el pintor, y volvían a México corriendo.
El más desinhibido fue Salvador Novo, que se la pasaba dando portazos o encargándole anillos extravagantes a Octavio Paz u otros amigos que viajaban y escribiendo sonetos clandestinos con bilis y caca a decir del propio Paz.
El oído de Elena Poniatowska es envidiable: del testimonio coral de La noche de Tlatelolco a Juan Soriano, niño de mil años. En el primero amigos, familiares, protagonistas van construyendo la imagen de los abusos de un Estado autoritario y de cómo el movimiento de una sociedad civil que se organiza terminó en tragedia. Y en la biografía de Soriano, el microcosmos de un artista le sirve a la escritora para mostrarnos –como con un catalejo– un México que parece superior al nuestro y tan lejano a nosotros.
Si sus crónicas han sido también la crónica de la corrupción de la tentación autoritaria que es el cáncer de la democracia, con Juan Soriano, niño de mil años le toma el pulso a nuestra vida cultural: de la doble cara de algunos de sus protagonistas, del valor de otros, de la importancia de la crítica como un ingrediente básico no sólo de la vida intelectual sino también como principio ético.
Escribir para Elena no ha sido un ejercicio monástico. Escribe, recibe gente todos los días en su casa, asiste a marchas, reuniones y cuando era joven se llevaba a su hijo Mane a Lecumberri, donde entrevistaba a los presos políticos.
En 1953 Elena Poniatowska publicó dos entrevistas que dieron cuenta de su curiosidad periodística y su buen oído. Una, al escritor Carlos Pellicer, que ya era El poeta y que ese año había ingresado a la Academia de la Lengua, y otra a Juan Soriano, pintor al que había conocido gracias a su tía Carolina Amor de Fournier en cuya casa Juan pintó uno de los pocos murales que hizo en su vida. Soriano tenía entonces 33 años y ya era l’enfant terrible de la vida cultural mexicana.
A partir de entonces Elena Poniatowska lo entrevistó en varias ocasiones hasta completar ese magnífico retrato que llamó Juan Soriano, niño de mil años publicado originalmente en 1998 y que por fortuna hoy redita Seix Barral.
Si uno revisa la bibliografía de Elena Poniatowska se podrá dar cuenta de que ha seguido al pie de la letra el consejo de su amigo Gabriel García Márquez: hacer periodismo para no perder tierra, para conocer la vida menuda, donde se encuentran las grandes historias entre lo cotidiano y lo insólito para transformárlas en crónicas, novelas, cuentos, biografías. En Juan Soriano, niño de mil años la voz de uno cuenta un poco la vida de todos.