omo debe ser, la Cineteca Nacional ha programado nuevamente un ciclo con la filmografía completa de un director importante. Se trata de François Truffaut, puntal de la nueva ola francesa. Muerto prematuramente a los 52 años, el cineasta dejó trunca una carrera que no estaba pasando por sus mejores momentos. De hecho, en los años 80, era común afirmar que Truffaut ya se había convertido en lo que él había defenestrado en su época de crítico: un autor del cine de papá
. (Por cierto, Claude Chabrol sufrió un bajón en su carrera a mediados de los 70 y después se recuperó de manera brillante. El tumor cerebral de Truffaut nos privó de su posible recuperación).
Revisar su filmografía en orden cronológico y en pantalla grande, como lo dispone la Cineteca, permitirá revalorar su obra y, si viene al caso, poner las cosas en su lugar. Hace 30 años precisamente publiqué un libro para la Universidad de Guadalajara sobre Truffaut y en él pude expresar mi predilección por la primera parte de su filmografía, la que me sigue pareciendo fresca, innovadora y emotivamente sincera. En cambio, la parte final de la misma me desmerecía en contraste.
Cabe señalar que, curiosamente, la distribución nacional dejó de importar el cine de Truffaut en esa misma etapa, debido a lo cual los títulos La chambre verte (1978), L’amour en fuite (1979), Le dernier métro (1980) y Vivement dimanche! (1983) nunca se estrenaron comercialmente en México. (Para el mencionado libro, hube de verlas en video, en deficientes copias en ¡VHS!).
Salvo Le dernier métro, que fue el último éxito comercial –y crítico– de Truffaut, las otras películas casi no se mencionan cuando alguien se refiere a su obra, más que como ejemplos de su declive. Es más seguro quedarse con la calidad comprobada de obras maestras como Los 400 golpes (1959), su demoledora opera prima que, en incontables revisiones, he comprobado es una de las visiones más honestas y descarnadas sobre la adolescencia inconforme.
En mi libro escribí este párrafo que me parece resume las cualidades de Truffaut: “ [Su] trayectoria (…) está marcada por la dualidad. Desde el inicio de su cinefilia había concentrado su afición en dos tipos de películas: las policiacas y las de amor. Su carrera de realizador oscila también entre el interés por renovar el cine de géneros y la necesidad de expresar sentimientos personales. Sus dos grandes influencias, Hitchcock y Renoir, reflejan la misma dualidad. De Hitchcock aprende Truffaut el arte de narrar, de hablar en imágenes que cautiven al espectador, pero la misantropía del director inglés está muy alejada del afecto que Truffaut siente por sus personajes; en el humanismo de Renoir encuentra la capacidad de recrear lo espontáneo, lo caprichoso de las relaciones humanas, el carácter agridulce de la vida”.
Envidio al cinéfilo joven que no haya conocido previamente la obra de Truffaut y ahora, con dicha retrospectiva, tenga la oportunidad de comprobar los valores de uno de mis cineastas favoritos. No creo que su cine haya sufrido los estragos del tiempo, pues Truffaut supo mantenerse alejado de las tentaciones de la moda, de todo lo superficialmente novedoso de una época tan fetichizada como los años 60. Siempre fue un realizador sobrio que incluso trabajando en un género tan susceptible a la moda como el de la ciencia-ficción en Fahrenheit 451 (1966), no cayó en la trampa del gimmick.
El amor es una emoción que no envejece ni pasa de moda, y Truffaut supo captarla con todas sus contradicciones en películas tan conmovedoras como Disparen contra el pianista (1960), Jules y Jim (1962), La piel suave (1964), Los besos robados (1968), La sirena del Mississippi (1969), Las dos inglesas y el amor (1971) y La historia de Adele H. (1975). Cualquiera de ellas sería suficiente para colocar a Truffaut entre los grandes.
Twitter: @walyder