120 latidos por minuto
ndignación y resistencia. 120 latidos por minuto (120 battements de coeur, 2017), tercer largometraje del realizador francés Robin Campillo (Eastern boys, 2013), y coguionista de Laurent Cantet (La clase/Entre les murs, 2008), evoca, desde su título, la intensidad con que toda una generación de jóvenes activistas franceses vivieron los primeros años de la epidemia del sida en su país. Ante el desconcierto general por el misterioso padecimiento que cobraba vidas de modo exponencial y cuyo origen permanecía incierto, así como la indiferencia de las autoridades sanitarias y los laboratorios médicos que asistían pasmados a la catástrofe, un grupo de primeros pacientes (homosexuales, usuarios de drogas, hemofílicos), integrantes de la organización radical ACT-UP París, decidió presionar a los responsables de salud, de modo provocador y novedoso, para acelerar las investigaciones y encontrar las terapias accesibles y eficaces para combatir el flagelo que, por aquellos años –mediados de los 80– condenaba a los pacientes a una sobrevida promedio máxima de tres años.
Tres décadas después, todo ha cambiado. Sin estar del todo resuelta la crisis, la condena mortal se ha vuelto padecimiento crónico y los medicamentos para tratar el virus son ahora altamente eficaces. La película de Campillo evoca aquellos primeros años de devastación y desesperanza, a partir del registro de las agitadas asambleas de ACT UP, las estrategia de guerrilla urbana de los pacientes en las sedes de los laboratorios, las iglesias y los centros escolares, así como la lucha diaria contra la desinformación y el prejuicio. A esa crónica del tiempo en que una indignación encolerizada remplazaba, por completo y eficazmente, a la resignación y al fatalismo, el director añade la historia sentimental, el relato intimista, de dos protagonistas –uno de ellos infectado, el otro seronegativo– que descubren en la militancia y en la empatía con su propia comunidad homosexual afectada todo el combustible necesario para vivir, con plena dignidad, una historia de amor condenada a durar unos cuantos meses.
En la cinta de Campillo hay ecos del trabajo casi documental del Laurent Cantet de La clase y El taller, su filme más reciente. El espacio cerrado y ruidoso de las asambleas de ACT UP es el microcosmos de una lucha por la tolerancia y los derechos humanos que muy pronto ganará las calles y se impondrá en el espacio mediático. Sus conquistas sociales están hoy a la vista. La película obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 15:30 y 20:30 horas
Twitter: Carlos.Bonfil1