l sol invernal mexicano brillaba en la Plaza México al inicio de la temporada de toros –es un decir–. El astro se reflejaba en el ruedo amarillo naranja chico zapote, en la refracción de luz, que afinaba ver los toritos o carretillas para el toreo de salón: comoditos de cabeza, dulce mirar, inspiradores de cariñito.
Bomboncitos especialidad del maestro del toreo de salón El Juli en fiera competencia con Enrique Ponce. Carretillas que no embestían, pasaban, pasaban, ¡venga torero! El Juli se acordó de la niñez torera en que destacaba como estrella del toreo de salón es hoy día un gran maestro –clamor y murga–. El madrileño amexicanado logró encender a los neoaficionados. Desmayo de la muleta con la vibra interior al poner la casta que no existía en los teofilitos.
Toreo de salón que fue canto a la vida que parecía no acabarse. Pases de adorno hasta enloquecer los tendidos. Series sin rematar los pases salvo en algunas ocasiones debajo de la pala del pitón, cuidando que no se fuera a caer su rival
, en especial al cuarto toro en que la plaza se le entregó.
Se desinfló Joselito Adame frente al As
del toreo de salón. Le faltaba gracia y otra cosita al aguascalentense. Tan ansioso estaba que tropezó en la cara de la carretilla; éste le ayudó a levantarse y lo calmó. Trató de pelearle las palmas a El Juli y banderilleó a un toro parado que no provocó ninguna emoción.
Del tercio de varas no mencionó porque no existió. ¡Que lejos se van quedando los to-ros desplazados por las carretillas que se pelean las figuras!
Toros