n Estados Unidos el crecimiento de la producción es de alrededor de 3 por ciento y en los países de la Unión Europea de 2.4 por ciento. Esto ocurre bajo una política monetaria en que la cantidad de dinero en la economía se ha expandido fuertemente en ambas regiones en los años recientes para evitar el colapso de la actividad económica, luego de la crisis de 2008. Son ya nueve años de excepcionalidad en esa materia.
El crecimiento del producto tiende en el corto plazo a elevar los precios, en la medida en que se va usando más la capacidad instalada y la mayor demanda presiona sobre la oferta de productos y servicios.
Además, cuando aumenta la cantidad de dinero en circulación hay, igualmente, una tendencia a que crezcan los precios: más dinero persiguiendo la misma cantidad de productos; otra vez en el corto plazo.
Pues eso es lo que no está ocurriendo en Europa y, tampoco en Estados Unidos. En la primera, la inflación es del orden de 1.4 por ciento y en el segundo de 2.1. La inflación subyacente, que expresa cómo se comportan los precios del conjunto de bienes y servicios que fluctúan menos es de 1.7 y 0.9 por ciento, respectivamente.
Esto ha orillado a la Reserva Federal y al Banco Central Europeo a mantener bajas las tasas de interés hasta que los precios reaccionen al alza y, entonces, volver a lo que se considera una política monetaria normal
, en la que el costo del crédito se usa como un instrumento para modular las tendencias inflacionarias.
Hasta ahora ni Yellen, todavía presidenta de la FED, ni Draghi, que dirige el BCE han relanzado las tasas, pues consideran que eso puede inhibir el crecimiento económico que se está registrando en ambas partes.
Esta discusión ha estado sobre la mesa ya durante varios años. Mientras esto ocurre, ante los rendimientos bajos que ofrece la inversión en la deuda pública y otras formas de asignación del dinero, tienden a revalorarse una serie de activos, como pasa otra vez con los bienes raíces y con las acciones de empresas.
Ha sido notable la subida del valor de las transacciones en los mercados accionarios, no necesariamente como una expresión del valor real de las empresas, sino con un contenido especulativo que vuelve a poner en el horizonte la posibilidad de un ajuste en las carteras de los inversionistas y la fortaleza de los bancos.
En México, la inflación muestra un comportamiento muy distinto. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reporta que en términos anuales, es decir, entre septiembre de 2016 y el mismo mes de 2017, los precios crecieron 6.66 por ciento, el mayor registro en 16 años. En las semanas recientes ha cedido marginalmente y en la primera quincena de octubre fue de 6.30 por ciento. En este caso la inflación subyacente fue 4.75 y la no subyacente 11.18 por ciento. En este rubro pesan de modo sobresaliente, las tarifas de los productos energéticos (15.86), los importes autorizados por el gobierno (8.10) y las frutas y verduras (13).
En la economía mexicana la dinámica de los precios responde a la estructura productiva, las condiciones que provocan cuellos de botella en diversas actividades y, también, en la distribución de los bienes y servicios (incluída la inseguridad rampante en gran parte del país y la corrupción).
Además, los precios responden a la influencia de las variaciones del tipo de cambio y los movimientos de los capitales, lo que ha provocado en lo que va del año el alza de las tasa de interés que contribuyen, a su vez al incremento de los costos y desincentivan la inversión.
Actualmente hay dos situaciones que de alguna manera enmarcan el análisis del funcionamiento de la economía, el carácter de las políticas públicas en materia monetaria y fiscal, y también el significado que tiene el comercio regional –el Tratado de Libre Comercio de América del Norte– para el conjunto de la actividad productiva y la gestión de la política monetaria.
La renegociación en curso del tratado ha generado una cierta incertidumbre sobre sus posibles repercusiones, no ha abierto un debate profundo sobre los ajustes necesarios al modelo económico y de la política económica que genere nuevas ventajas para el mercado interno, la inversión en infraestructura, el alza de los salarios y la gestión de las tasas de interés.
En Estados Unidos se ha nominado ya al candidato para suceder a Yellen en la Reserva Federal. Jerome Powell lleva apenas unos cuantos años en el banco central, ha trabajado como banquero de inversión y ha sido socio administrador del poderoso Grupo Carlyle de capital privado de inversión. Un currículo, el de este abogado, muy distinto al origen académico de los dos más recientes presidentes de la FED.
En México también se sustituirá al gobernador del Banco de México ante la salida de Agustín Carstens a finales de noviembre. No es una decisión irrelevante la que significa este nombramiento. Primero por la responsabilidad del cargo y luego por el final de este sexenio.
Ahora, más de seis de cada 100 pesos que se reciben como ingresos se desgasta de inmediato por la inflación; los rendimientos bajos o inexistentes de los ahorradores distorsionan la asignación de los recursos, el funcionamiento del sistema financiero (bancos y otras instituciones) tiene muchas ineficiencias.
Además el nuevo gobernador ocupará un puesto de mucho peso en el escenario de cambio de gobierno del próximo año, lo que le confiere no solo un carácter técnico a ese nombramiento sino, también, un relevante peso político.