¿Colonia Roma?
veces uno tiene la tentación de proclamar que el panorama político (y en parte social) de Estados Unidos se parece a la versión seguramente simplista de la Roma de Calígula mezclada con la de Nerón; el declive ciego por la suprema arrogancia que acaba siendo una sátira involuntaria de la misma grandeza que autoelogia, mientras todos los demás pagan los costos.
Ahora como entonces –sin tomar la molestia de estudiar profundamente lo que ocurrió en Roma (y ofreciendo disculpas a todo historiador)– y con el pretexto de que todo lo que se sabe de la verdad seguramente es fake news, la versión actual de la Roma de Calígula/Nerón (vale recordar que el primero fue tío del segundo) es algo así, ¿no?: Los ultraricos carcajeándose mientras roban los recursos del imperio (la concentración de riqueza está a sus niveles más altos desde principios del siglo XX); los generales proceden con guerras públicas y privadas interminables y ahora, con su nuevo comandante en jefe, aparentemente listos para incendiar el mundo con una nube radiactiva y tratan de sofocar rebeliones en algunas partes del imperio mientras platican de qué hacer con los emperadores locos: y quién sabe qué pasa con los famosos senadores romanos en el Capitolio que se dejan, son subordinados y pierden el control; las noticias se inundan de sexo y poder con escándalos sexuales de hombres poderosos impunes (hasta ahora) haciendo lo que se les antoje con las mujeres y los menores, una corrupción galopante, llamas por todas partes mientras el mundo se derrite, y otras escenas entre dantescas y tipo Monty Python.
Y ni hablar, la corrupción invade todo, con la primera familia y su círculo rehusando revelar sus fortunas y promoviendo sus negocios, mientras dicen que los ricos son los que salvarán a todos. Sólo ayer el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación reveló detalles de los paraísos fiscales
para evadir miles de millones de impuestos de un elenco de multimillonarios y empresas alrededor del mundo, incluyendo las manejadas por más de una docena de donantes, asesores e integrantes del gabinete de Trump, entre ellos el secretario de Comercio y el del Tesoro, el gabinete con más multimillonarios en la historia. Y es una práctica bipartidista: en la lista también hay donantes importantes y aliados del Partido Demócrata. (www.icij.org/investigations/paradise-papers/).
A la vez, mientras la investigación sobre la mano rusa en las elecciones estadunidenses llevó a la acusación formal del ex jefe de la campaña de Trump, Paul Manafort, la semana pasada, un poderoso cabildero demócrata, Tony Podesta (hermano de John, el ex jefe de campaña de Hillary Clinton), se vio obligado de renunciar a su propia empresa, ya que él había tenido negocios relacionados con Manafort en Ucrania. El business a estos niveles no tiene lealtad partidaria.
Pero a diferencia de los emperadores reales y reimaginados que uno desea pintar, aquí no hay un emperador todopoderoso, y sí hay mecanismos y leyes e instituciones que aún funcionan, hay otros partidos políticos, hay una prensa que puede, si desea, operar casi con plena libertad y hasta proceden investigaciones federales sobre el equipo y los socios del Calígula/Nerón de caricatura.
Otra cosa es que se le permita hacer tanta locura sin rendir cuentas de inmediato. Con la noticia de que Netflix despidió al actor Kevin Spacey de su famosa serie House of Cards, donde tenía el papel del político y ahora presidente Frank Underwood, no pocos comentaron que las cosas ya están tan raras que un presidente ficticio es sometido a una norma más alta que el presidente real.
Pero algo queda claro para casi todos: esa clase política –con sus excepciones– rinde cuentas primero a los que pagan el baile. La mayoría opina eso repetidamente. Y el rechazo a la cúpula, sean republicanos o demócratas. De hecho, los partidos están perdiendo sus bases. Hoy día el sector más grande de votantes se identifica como independiente
(casi 40 por ciento), su nivel más alto en más de 75 años de sondeos sobre el tema, reporta el Centro de Investigación Pew. Eso es aún más marcado entre los millennials, la mayor parte (41 por ciento) se identifican como independientes
, cuando 34 por ciento se identifican como demócratas y sólo 22 por ciento como republicanos (vale señalar que esa generación ahora representa el número más grande de ciudadanos con derecho al voto en este país).
Las nuevas encuestas sobre Calígula/Nerón siempre son noticia, ya que siguen marcando el hecho de que éste es el presidente más desaprobado en la historia moderna. Todos los medios del mundo llevaron el sondeo más reciente del Washington Post/ABC News que registraba 59 por ciento de desaprobación, el mayor índice a estas alturas de un mandato en las últimas siete décadas, por sólo 37 por ciento de aprobación.
Tal vez lo más notable es que con estas calificaciones de Trump y sus cuates del lado republicano, a la par de un constante debate sobre si el presidente destruirá a su propia formación política, uno supondría que el Partido Demócrata sería el gran beneficiado, y que estaría cosechando el repudio a sus opositores. Pero no, por ejemplo, el Centro de Investigación Pew registra un índice de aprobación del liderazgo demócrata en el Congreso de sólo 29 por ciento. Peor aún, los demócratas enfrentan divisiones internas que algunos califican casi de guerra civil
, y grandes medios que dedican espacio al análisis sobre cómo se quedó perdido el Partido Demócrata
después de la elección. A la vez, la ex jefa interina del Partido Demócrata y reconocida figura nacional Donna Brazille acaba de revelar en su nuevo libro que Hillary Clinton y sus operativos sí manipularon al partido en contra de la candidatura de Bernie Sanders el año pasado. Todo, mientras líderes y analistas advierten que los demócratas podrían perder su gran oportunidad de recuperar por lo menos una de las cámaras del Congreso en 2018 si no superan sus divisiones internas.
¿Será que todo esto es parte del fin de este extraño experimento de democracia de pax romana, perdón, americana en el mundo?