n una peculiar sesión del Parlamento Europeo, y bajo la consigna Me too (Yo también), varias diputadas tomaron la palabra para denunciar el acoso sexual consuetudinario que padecen las mujeres, especialmente las empleadas y trabajadoras en ese organismo legislativo. Muchas de ellas, de acuerdo con las denuncias, han tolerado los hostigamientos e incluso los abusos sexuales con tal de no perder sus empleos o para no ver congeladas sus oportunidades de ascenso laboral.
Existen grandes obstáculos para que denuncien, porque la mayoría de los casos descritos en los medios nunca se han notificado por los canales oficiales, sea por vergüenza o por miedo a perder el trabajo
, señaló en tribuna la polaca Agnieszka Kozkowska. La británica Margot Parker informó por su parte que hay, a la fecha, 15 eurodiputados acusados por acoso sexual y pidió que sus nombres sean dados a conocer de inmediato. La gravedad de la situación ha podido conocerse gracias a la instalación de un buzón para denuncias anónimas en las oficinas del Europarlamento –al que de inmediato fluyeron relatos de episodios exasperantes de acoso sexual– y a la publicación en el rotativo británico The Sunday Times de un reportaje sobre los abusos perpetrados por legisladores de esa cámara en contra de una docena de mujeres.
Las denuncias referidas ocurren bajo el impulso del escándalo por los delitos sexuales cometidos durante décadas por el productor de Hollywood Harvey Weinstein en perjuicio de decenas de actrices, que además ha dado lugar a una cascada de revelaciones sobre actos similares que involucran a no pocos famosos de la industria cinematográfica estadunidense.
La situación revelada en el Parlamento Europeo –la institución más respetada en ese Continente– permite comprobar que la violencia de género es una catástrofe civilizatoria mucho más extendida de lo que suele admitirse y que no se circunscribe a países periféricos o a sectores determinados de la población: por el contrario, recorre el mundo y permea todos los niveles de todas las instancias.
Es claro que el primer paso obligado para enfrentar este flagelo abominable es romper el silencio, y en el caso de la Eurocámara ha resultado determinante para ello la solidaridad de género de las legisladoras, independientemente de sus filiaciones políticas. Cabe esperar que esa determinación cunda en el mundo, en Latinoamérica y en México. Los parlamentos pueden desempeñar, en este sentido, una importante función como cámaras de resonancia de las denuncias y contribuir a que las sociedades en general, particularmente sus porciones masculinas, abran los ojos ante prácticas negadas o minimizadas desde siempre que resultan, sin embargo, gravemente lesivas para la integridad física y sicológica de las mujeres, además de violatorias de derechos elementales. En tanto no se emprendan programas de gran calado en los órdenes jurídico, familiar, educativo y cultural que permitan a las mujeres sentirse seguras y libres de agresiones, no podrá hablarse de una plena vigencia del estado de derecho.