Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de octubre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mujeres divinas
L

a canción popular refleja ciertamente el sentir popular y este es el caso de la creación de Martín Urieta: Mujeres divinas, que da cuenta de los llantos y rencores de un par de varones, que caballito de tequila en mano, conversan sobre mujeres querendonas y traicioneras. Concluye así la conversación:

Me dijo, yo soy uno de ustedes
que más a soportado los fracasos
y siempre me dejaron las mujeres
llorando y con el alma hecha pedazos
mas nunca les reprocho mis heridas
se tiene que sufrir cuando se ama.
Las horas mas hermosas de mi vida
las he pasado al lado de una dama.
Pudiéramos morir en las cantinas
y nunca lograríamos olvidarlas.
Mujeres, o mujeres tan divinas
no queda otro camino que adorarlas

Una cursilería maravillosa, pero que nos remite a los límites tan finos entre el elogio a la mujer, la belleza, la beldad y el riesgo de caer en el desdén o la pedantería

Como quiera, el elogio a lo femenino, al eterno femenino, es, por de decir lo menos imperecedero. Los efebos del mundo mítico son raros, casi anónimos, mientras que las ninfas, venus, divas, brujas, vírgenes y matronas se multiplican y difunden por siglos, épocas, continentes, regiones y culturas: baste nombrar a las más primitivas, las venus de Willendorf, Lespugue, Brassempouy, Laussel y tantas otras. O más conocidas y recientes como la Venus de Milo griega, la Gioconda italiana, la Dama de Elche española y la egipcia Nefertiti.

Y uno se pregunta dónde están las venus americanas, cuando precisamente tenemos a los museos desbordados de figurillas femeninas. Hay ciertamente mujeres terribles y fatídicas como la Coyolxuahqui, que desafía a su hermano Huitzilopochtli y cae derrotada y desmembrada a los pies del templo mayor, pero a pesar de estar vencida y descuartizada nadie puede dudar de su extraordinaria y temible belleza.

Por no hablar de la Coatlicue, diosa de la fertilidad, de la vida y de la muerte, rodeada de un cinturón de serpientes, calacas y descabezados, estéticamente deslumbrante y de una belleza aterrante. O de la recientemente desenterrada megalítica figura de Tlaltecuhtli, que según informan era paridora y devoradoras de seres humanos, diosa monumental de pechos protuberantes y deslumbrantes. Todas ellas terroríficas.

Y… “Hablando de mujeres y traiciones
se fueron consumiendo las botellas.
Pidieron que cantara mis canciones,
y yo canté unas dos, en contra de ellas.
De pronto que se acerca un caballero,
su pelo ya pintaba algunas canas,
me dijo le suplico compañero
que no hable en mi presencia de las damas”

Ese caballero parece ser el cardenal emérito de Guadalajara, don Juan Sandoval, que se resiste a que algún artista, historiador o sincrético adorador, confirme la íntima relación entre las religiones prehispánicas y cristianas. Sincretismos que vienen desde las viejas Grecia y Roma, sus olimpos y zodiacos, entes mitológicos y calendáricos, sean estos lunares o solares, solsticios y equinoccios, todos sintonizados en una misma historia profunda, elemental, occidental, humana y divina.

Iglesia católica y tradición que no dudó en santificar a San Jorge, que ristre en mano enfrenta al dragón y que hasta la actualidad protege, con una imagen ecuestre magnífica, a la noble y protestante ciudad de Estocolmo, con el no menos noble propósito de salvar a una dama.

Hace unas semanas, el reconocido artista tapatío Ismael Vargas, con o sin tequila en mano, se propuso sincretizar a la Coatlicue con Tonantzin Guadalupe. Ambas mujeres divinas, que no queda otro camino, que adorarlas. Sea en el loma del Tepeyac o en pleno tráfico de Guadalajara.