rrinconados, nuestros negociadores se preguntan una y otra vez cuándo es la fecha señalada; cuándo llegará su High Noon para afrontar la hora de la verdad del TLCAN. La renovada cercanía con nuestro otro socio comercial, debe ser bienvenida pero no festinada: hablamos aquí de un comercio binacional que crece pero cuyo tamaño es bajo y, de otra parte, de una relación estructural entre Canadá y Estados Unidos de muy larga data y de indudable densidad productiva, social y, por mucho y largo tiempo, política.
La falta de sincronía entre México y Canadá viene de lejos y en sus primeros años y decenios el tratado no los llevó a acercarse de modo sistemático: se impuso entre nosotros y me temo que también en ellos, la ley del menor esfuerzo que se condensó en la relación bilateral con la mayor economía del globo.
Así despegó la intensa relación y complementariedad de nuestros sectores agrícolas y pecuarios y, desde luego, la que ha tenido lugar en los sectores automotrices, de auto partes, autos, camionetas y camiones y la un tanto sorprendente evolución de las ramas manufactureras vinculadas a la electrónica y derivados. Se trata, si lo vemos mediante un mapa multidimensional, de una trama compleja y cada día más tupida, que involucra vida y milagros, aventuras y desventuras de millones de compatriotas y, también, de millones de estadunidenses. Algo parecido pero no igual, ocurre en las fronteras entre Canadá y Estados Unidos y al sumarse como una perspectiva da algún sustento a la idea de que lo mejor que puede pasarnos, a mexicanos, canadienses y estadunidenses es la construcción de una región propiamente dicha, con sus reglas de operación y cooperación bien definidas, explícitas y volcadas a afrontar el gran desafío del conjunto: una migración que va más allá de sus confines e involucra a prácticamente todo el istmo centroamericano y, sin demasiados trámites, a una buena parte del resto de América Latina. Sobre todo ahora que la recesión pasiva, lenta pero implacable, parece haberse apoderado de sus dinámicas económicas.
Nebuloso panorama, sin duda, que se torna tormentoso si lo ponderamos con el factor Trump, una versión del factor humano
que nos remite a revisitar los momentos más terribles de la geopolítica regional y hasta mundial: una irracionalidad potenciada por la dislocación social y de carácter que aqueja a Estados Unidos desde antes de la gran recesión y que una y otra vez, Las Vegas apenas ayer, nos recuerda con crueldad sangrienta su existencia.
Con los sismos y sus revelaciones de nuestra fragilidad física e institucional, en alto contraste con nuestra generosidad y disposición solidaria, podemos tener el cuadro de arranque de lo que podría ser no tanto un plan B de fracasar las negociaciones, sino una estrategia capaz de darnos sustento para sortear un futuro que será todo, menos apacible o terso. Con y sin tratado, estos panoramas se nos presentan cargados de pesadumbre y penuria, incertidumbre y malestar y es a ellas a las que debe buscar encauzar la política. Una política que, a pesar de los desvaríos de la dirigencia priísta y acompañantes y de la pueril premura del mundo financiero por volver a la normalidad
de antes (si es que algo como eso hemos tenido), tendrá que ser por mucho tiempo democrática y de emergencia.
Democrática, por su compromiso con la deliberación como forma de gobierno y con la redistribución social, la inclusión de voluntades, miradas, expectativas e inspiraciones. De emergencia, porque sólo así seremos capaces de asumir el sufrimiento de los muchos, sus pérdidas físicas y humanas, como nuestros y demostrarlo con una efectiva disposición a contribuir para conformar un régimen hacendario dirigido a asegurar la efectividad y continuidad de la reconstrucción, que es también reconstrucción del alma mexicana. De sus valores y sentimientos.
El Sur no sólo existe sino que hoy ve potenciadas sus pobrezas y vulnerabilidades ancestrales por el estruendo del subsuelo y de los cielos, que afectaron y empobrecieron a todos, sumiendo en la desolación a una gran mayoría. Este Sur, no sobra repetirlo, está entre nosotros y con los otros, los del Norte, el Golfo y el Pacífico, mediante la migración y sus mil ecos y voces.
Arrinconados estamos y hay que salir de ahí sin (demasiada) prisa pero sin pausa. Para poder presumir de mayoría de edad, aunque todavía nos falte.