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Vox Libris
Libro póstumo de Tzvetan Todorov
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Tzvetan Todorov (1939-2017), imagen incluida en el libro
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Autorretrato, San Petersburgo, Museo Ruso, imagen incluida en el libroFoto )
Periódico La Jornada
Domingo 15 de octubre de 2017, p. a16

El intelectual Tzvetan Todorov, fallecido en febrero pasado, analiza en El triunfo del artista: la revolución y los artistas rusos: 1917-1941, la relación que tuvieron creadores como Bulgákov, Bunin y Malévich, entre otros, frente a la posibilidad de la revolución en Rusia que trajo como resultado la instauración de un Estado totalitario, y va más allá al examinar los vínculos de esos creadores con el poder. Con autorización de las editoriales Galaxia Gutemberg y Colofón, ofrecemos a nuestros lectores un fragmento de este título, publicado de manera póstuma

La revolución rusa de octubre de 1917 es uno de los acontecimientos más influyentes de la historia moderna del mundo, en especial del siglo XX. Tras esta conmoción, la doctrina comunista, a la manera de las antiguas grandes religiones, se extendió por todos los continentes y orientó el curso de la vida política en gran cantidad de países, ya por que la reivindicaran quienes detentaban el poder, ya porque la designaran como el principal enemigo contra el que luchar en una cantidad no menor de países. El hundimiento de los regímenes comunistas en Europa y en Rusia, en 1989-1991, supuso el debilitamiento, cuando no el declive, de esta ideología en el mundo, pero no deberíamos pasar esta página de la historia reciente sin haberla leído con atención. Como la doctrina y los regímenes que se inspiraron en ella generaron incalculables víctimas, los han denunciado como criminales y han quedado señalados por el oprobio. Ahora bien, aunque no podemos pasarla por alto, esta perspectiva criminológica, que a lo largo de toda la historia del comunismo se centra en las víctimas y en su sufrimiento, no basta para describir todas las dimensiones del cambio radical que trajo consigo esta revolución. El sentido de un acontecimiento de tanto alcance no puede reducirse a una simple condena moral, política o jurídica. Sus diferentes aspectos merecen un análisis más detallado, tanto para entenderlo mejor como para extraer enseñanzas para nosotros hoy, cien años después del acontecimiento inaugural.

Aunque no podemos dar una definición estricta del término revolución, constatamos que su empleo en contextos similares al nuestro indica la presencia de al menos dos características: el fin de la revolución es transformar de forma repentina, rápida y profunda el orden político y social, y recurre a la violencia para conseguirlo. El primer rasgo permite diferenciar la revolución del golpe de Estado: debe tratarse de algo más que la simple sustitución de un equipo dirigente por otro. Más allá de este umbral, la naturaleza de los cambios que se imponen puede variar enormemente. En cuanto al segundo rasgo, siempre está presente, aunque la violencia no se desencadene de inmediato. El recurso a la revolución se impone cuando los medios legales para conseguir cambios no bastan. Desde este punto de vista, la revolución se asemeja a la guerra, situación que exige suspender, si no invertir, las normas que rigen la vida social: matar deja de ser un crimen e incluso se convierte en un acto meritorio, siempre que se trate de luchar contra el enemigo. En este sentido, podemos decir que la palabra revolución no es más que un eufemismo de guerra civil.

La Revolución de Octubre cumple las dos condiciones, incluso las lleva al extremo. Es cierto que empieza con la simple toma del poder político (un golpe de Estado), pero en el año siguiente se transforma en una auténtica revolución que alcanza incluso los cimientos de la vida en sociedad: la propiedad privada, el derecho y la naturaleza del Estado. Prepara así el advenimiento de un régimen totalitario. En cuanto al uso de la violencia, se admite de entrada, incluso se proclama. Ocultar a las masas la necesidad de una guerra exterminadora, sangrienta y desesperada como objetivo inmediato de la acción futura es engañarse a sí mismo y engañar al pueblo, escribe Lenin cuando toma el poder, y también: “En tiempos de revolución, la lucha de clases ha adquirido necesariamente, siempre y en todos los países, la forma de una guerra civil”.

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Segador I, obra de Kazimir Malévich, Musée de Nijni Novgorod, que ilustra la portada del libro de TodorovFoto © Álbum/ Universal Images Group

Así, pues, la revolución es un medio (violento) para apoderarse del poder. Sea cual sea la manera en que se ha conquistado, puede llegar a ser legítima siempre y cuando se ejerza imponiéndose límites. Pero como en este caso se ha tomado por la fuerza, los revolucionarios que lo detentan temen perderlo en beneficio de una fuerza mayor y optan por la intolerancia con los que no se someten por completo.

Este libro pretende arrojar luz sobre uno de los aspectos del régimen que surge de la revolución, las relaciones ideológicas que se establecen entre los creadores de los diferentes ámbitos artísticos (literatura, pintura, música, teatro y cine) y los dirigentes políticos del país. Me ceñiré exclusivamente al ejemplo de Rusia y me limitaré al periodo inicial, entre 1917 y 1941 (hasta que la URSS entra en la Segunda Guerra Mundial), y sólo haré escasas incursiones en los años anteriores y posteriores a este periodo. Dado que el área circunscrita sigue siendo extremadamente amplia, sólo puede tratarse aquí de tomar conciencia de una muestra restringida de hechos, elegidos en función de un criterio necesariamente subjetivo, mi admiración por las obras de estos artistas. La consecuencia de esta elección es que no concedo el menor espacio a los creadores que se limitan a ejecutar dócilmente las consignas del partido, aun cuando siempre fueron mayoritarios.

La relación de los creadores con la revolución se establece en dos tiempos. El primero es anterior a octubre de 1917, y se trata de la actitud que adoptan frente a la idea de revolución antes de que sea puesta en práctica. Su papel aquí es activo, construyen una imagen que a su vez influirá en la revolución emergente. El segundo tiempo es el de la relación que se establece entre ellos y los representantes del poder una vez que la revolución ha tenido lugar, y constituye el principal objeto de este libro. Los artistas tienen entonces que reaccionar a realidades que existen independientemente de ellos.

Todas las artes, en especial la literatura, muestran indicios que anuncian la inminente revolución. Se dice que los escritores disponen de órganos de percepción más precisos que los del resto de la población. Señalando y describiendo estos indicios, contribuyen a reforzarlos. Suelen mencionar dos temas: describen el mundo antiguo como en fase de degradación, de descomposición; de ahí deriva una forma de nihilismo universal que afirma la desaparición de todos los valores y la llegada de una catástrofe inminente, y todo ello conforma una visión apocalíptica del mundo. Ante tal marasmo, estos autores están dispuestos a prestar oídos a una promesa de vida nueva, a buscar sangre más viva, a apelar a fuerzas jóvenes, aunque sean bárbaras y violentas, que podrían ayudar a destruirlo todo, a barrer el mundo antiguo, condición necesaria para el advenimiento de un mundo nuevo cuyos primeros temblores constatan (esta configuración volverá a presentarse veinte años después en Europa occidental, donde preparan la aceptación del fascismo). Aparecen las obras más variadas. Veamos algunos ejemplos.

A principios de siglo, antes de la revolución de 1905, Maksim Gorki, escritor ya muy popular, publica un poema en prosa que se hace muy conocido de inmediato. Se titula El anunciador (o el mensajero) de las tempestades: así se llama en ruso un pájaro, el petrel, y Gorki juega con las asociaciones de este nombre. Es un elogio: cuando se avecina mal tiempo, mientras los demás pájaros se asustan y buscan refugio, su grito muestra su sed de tempestades, escuchamos en él la fuerza de la ira, el fuego de la pasión y la certeza de la victoria. ¡Que la tempestad truene más fuerte! En 1907, la novela de Gorki La madre trata directamente del ascenso de la acción revolucionaria (...)

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