n el mismo lapso de dos semanas, el presidente Donald Trump reinició la guerra fría contra Cuba y trivializó la agonía mortal de Puerto Rico ante el huracán María, de categoría 5: No es una verdadera catástrofe
, dijo Trump en San Juan el martes pasado, al negar la necesaria movilización de estilo militar hacia el interior del país para salvar vidas de ciudadanos estadunidenses que tienen la suerte de ser también puertorriqueños.
En el caso de Cuba, la camarilla contrarrevolucionaria de Miami continuó influyendo en el ignorante Trump para castigar a Cuba por males diplomáticos
que la FBI es incapaz de probar, al advertir a estadunidenses que no viajen a ese país (y bloquear por consiguiente los preciosos ingresos que han generado en los dos años pasados a una economía en declive). Y, desde luego, dañar uno de los legados de Barack Obama, algo así como matar dos pájaros de un tiro.
Pero esto no debe sorprendernos porque, después de todo, todos los (¡once!) presidentes estadunidenses que se han sucedido desde que la revolución de 1959 triunfó en Cuba han buscado abiertamente destruirla. Por tanto, Cuba no es ingenua respecto de las intenciones de Estados Unidos ni depende de su generosidad para sobrevivir.
En cambio, el desaire de Trump a Puerto Rico no se esperaba porque muchas personas del país, entre ellas el gobernador Ricky Rosselló, luchan por obtener la estadidad. Sí, creen en el sueño americano (por inviable que sea, porque la estadidad depende del Congreso estadunidense, no de Puerto Rico).
Trump se quejó de que Puerto Rico ya era una catástrofe antes de María a causa de su condición de bancarrota. Pero la realidad es que el país ha estado en una recesión de 10 años debido a la revocación del famoso código fiscal 936, que creó empleos e ingresos.
Al derogar el código fiscal se despojó a Puerto Rico de gran parte de su base industrial y de decenas de miles de empleos, lo cual creó un efecto de dominó a la baja: una emigración de 15 por ciento de su población, endeudamiento gubernamental para mantener servicios esenciales y la calidad de vida, esperando un repunte económico y, por supuesto, el abandono total de Washington, hasta que fue demasiado tarde. El año pasado se impuso una junta draconiana a las finanzas del país, llamada la Promesa. Ese es el contexto.
Ahora viven más puertorriqueños en el territorio continental estadunidense que en la isla, caso único en América Latina y el Caribe. Puerto Rico ha enviado a tierra firme un asombroso 60 por ciento de su población, migración equivalente en la historia nada menos que a la de Inglaterra, que envió a la mayoría de su gente a Estados Unidos hace dos siglos. Pregúntenle a Google.
Por cierto, la revocación de la 936 fue firmada en 1996 nada menos que por Bill Clinton (y puesta en vigor plenamente en 2006). Aquel fue el Año de los Latinos
de Clinton, pero no en la forma que uno pensaría. Clinton se jodió, por orden, a los mexicanos con la peor iniciativa de inmigración de la historia moderna: la Ley de Reforma de Inmigración e Inmigrantes
, que permitió la represión masiva de migrantes de los años de Bush-Obama-Trump; a los cubanos con la ley Helms-Burton
, que agravaba el embargo, y a los puertorriqueños al derogar la 936. Después de todo, era un año de relección.
Así pues, ofrezco humildemente esta perspectiva a mis hermanos y hermanas en Cuba y Puerto Rico. Lamento su sufrimiento y prometo solidaridad para siempre. Pero cuando este horror pase, por doloroso que sea el trance, recuerden que alternar intervención y abandono ha sido la política estadunidense hacia Puerto Rico y Cuba desde la guerra con España de hace 119 años, tan distorsionada por la historia oficial, y continuará así (está en la naturaleza de Estados Unidos) hasta que cese el embargo a Cuba y Puerto Rico sea soberano.
¡Que Viva Puerto Rico Libre!
* Antonio González es presidente del Instituto William C. Velasquez, organización nacional de políticas públicas enfocada a los latinos, con oficinas en Los Ángeles y San Antonio.
Traducción: Jorge Anaya