ealmente, los terremotos mueven el piso. No sólo el suelo, la tierra, las calles, casas y edificios, convirtiéndose en tragedia para muchos. También el piso de la normalidad cotidiana, que vista desde la perspectiva de perder en un minuto la seguridad de la vida, la frágil certeza de que las y los cercanos estén bien, de perder la casa donde estamos cada día; la normalidad se derrumba junto a los edificios, puentes y carreteras mal construidos o mal mantenidos gracias al lucro y la corrupción.
En la Ciudad de México, este 19 de septiembre, la mayoría de la gente, en lugar de quedar pasmada en el lugar, pese al desconcierto y al golpe emocional, salió muy pronto a ver en qué podía ayudar, dónde apoyar, qué llevar, quién faltaba. Las brigadas solidarias se formaron en tiempo récord, como si los 32 años del terremoto anterior en otro 19 de septiembre, fueran apenas un momento. Existe una memoria colectiva de organización y espíritu que se movilizó inmediatamente y se expresa también en las generaciones que aunque no estaban, se comportan ahora como si la experiencia de esa generación también fuera la suya.
La solidaridad que se desplegó por todas partes –y lo sigue haciendo– es asombrosa, colectiva, generosa, no protagónica. Aquí está la gente de a pie, las y los de abajo, todas y todos trabajando en común, cada cual con lo que puede. Es un movimiento ejemplar que repercute en todo el mundo, pese a que autoridades y la tele-basura tratan de aplanarlo y ocultarlo, buscando, ellos sí, un protagonismo carroñero, que roba desde acopios a imágenes de rescate. Creen los poderosos que en el desastre lograrán ganar puntos para las elecciones, lavar su imagen, que olvidemos sus crímenes y engaños, que olvidemos que el Ejército que ahora viene a ayudar
es la institución más denunciada ante la Comisión de Derechos Humanos por abusos de todo tipo, que olvidemos que son los que mataron maestros y comuneros en Nochixtlán, que por ellos nos faltan 43 y 30 mil más, que olvidemos que los feminicidios son parte de su normalidad, nunca de la nuestra.
Sucede lo contrario. Como dice Gloria Muñoz En las calles de México se gesta, junto a la tragedia, una fuerza civil cuyos frutos no son sólo inmediatos, en la atención del rescate de vidas y el apoyo a damnificados, sino de mediano y largo aliento. Sí, como en 1985, pero ahora con celular y redes sociales. La organización es espontánea y eficaz y visibiliza a una sociedad indignada que desde hacer mucho tiempo no confía en sus autoridades.
(La Jornada, 23/09/17)
Por eso tratan de callarla, de que no se conozca y sobre todo de que no se comunique entre sí, ni con todas las otras solidaridades, organizaciones y resistencias desde abajo que existen por todo el país, que siguen creciendo y aumentan, con o sin prensa que lo difunda.
Es un proceso profundo, que como tal, no empieza ni termina ahora. Este momento dramático nos comunica con lo más radical –o sea, con las raíces– de las sociedades comunitarias, que es la ayuda mutua, la auto-organización, la solidaridad no cómo dar algo a otra persona sino entendiendo que somos parte del mismo cuerpo social y que apoyarnos es parte de la vida y la subsistencia. Ser y sentires comunitarios que se expresan social, cultural y económicamente por abajo de la gran ciudad, que de hecho la sostienen, como afirma Mike Davis.
Solidaridades y estructuras comunitarias (barriales, de pueblos, de organizaciones) sin las cuales, la ciudad entera se desplomaría física y socialmente, no por un terremoto, sino bajo el peso de la especulación inmobiliaria, de la sobrexplotación de agua, de la contaminación, de la basura, de los negocios privados, de traficantes y de funcionarios públicos que venden y privatizan parques, calles y mucho más. Todos negocios que han producido un colapso ambiental urbano y periurbano que hacen enormemente vulnerable la mega ciudad ante los desastres naturales.
Porque están ahí, ante el terremoto emergen desde la raíz esas manifestaciones, que pueden estar más o menos organizadas, pero siguen conectadas y en conjunto manteniendo las redes de cuidado de los comunes, personas y espacios.
Es un momento extraordinario, porque nos muestra lo que quieren tapar los poderosos con su absurda normalidad. Muestra tanto los desastres construidos que ahí estaban latentes, como la fuerza que hay abajo. Muchas plantas, cuando perciben una fuerte amenaza externa, florecen apresuradamente, para continuar la vida. Hemos visto y seguimos viendo flores de todas las formas y colores entre los escombros y en las veredas que los comunican. Son manifestaciones del sistema radical de abajo, del rizoma que sigue creciendo horizontalmente y de muchas maneras va agrietando esa normalidad que no queremos.
*Investigadora del Grupo ETC