El arqueólogo inaugura en México cátedra con su nombre, creada por Harvard
Ante la adversidad es donde el hombre muestra su grandeza; hagamos como los mexicas, afirma en entrevista con La Jornada
La vida va a seguir y debemos prepararnos porque continuará temblando; vivimos en una zona sísmica, explica el coordinador del Proyecto Templo Mayor
Sábado 30 de septiembre de 2017, p. 2
Ante la catástrofe: la fortaleza, evolucionar. Esa era la manera de enfrentar los desastres naturales en la gran Tenochtitlán, afirma en entrevista con La Jornada el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma (Ciudad de México, 1940).
Por eso, añade, la reflexión a partir de lo que vivimos en Ciudad de México, debido al terremoto del 19 de septiembre es: Ante la adversidad es donde el hombre muestra su grandeza
.
El coordinador del Proyecto Templo Mayor ofrecerá el martes a las 19 horas, en el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología, una conferencia magistral con motivo de la inauguración de la cátedra que lleva su nombre en la Universidad de Harvard (The Eduardo Matos Moctezuma Lecture Series, en inglés).
Es la primera vez en casi 400 años de historia de esa casa de estudios estadunidense que se honra así a un mexicano.
La Universidad de Harvard se une en solidaridad al pueblo de México en estos trágicos momentos, y reitera su compromiso de colaboración con la comunidad académica nacional en busca de encontrar soluciones a los problemas más apremiantes del país. Hoy más que nunca, Harvard apuesta por la colaboración interinstitucional con México
, difundió la institución educativa en un comunicado.
En México y el mundo siempre han ocurrido catástrofes
En charla con este diario, Eduardo Matos Moctezuma recordó que tanto en el México antiguo como en muchos lugares del mundo siempre han ocurrido catástrofes naturales; “baste recordar –explica– la erupción del Vesubio en el año 79 dC, que acabó con la urbe italiana de Pompeya. En nuestra ciudad, un pequeño volcán, el Xitle, hace más de mil años, prácticamente arrasó con la cultura de los cuicuilacas, una de las primeras muestras arquitectónicas del centro de México.
Es decir, en general, los elementos naturales han causado daño y temor todos los tiempos. Pero hay que superar los miedos, la vida va a seguir y debemos prepararnos porque continuará temblando; vivimos en una zona sísmica.
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Precisamente, añade Eduardo Matos Moctezuma, la revista Arqueología Mexicana publicará un número dedicado a las catástrofes del México antiguo y colonial, en el cual el investigador escribe sobre una inundación ocurrida en Tenochtitlán, alrededor de 1502, “ocasionada por la imprudencia de un gobernante, Ahuizótl, quien mandó traer más agua a Tenochtitlán, no hubo control y se les inundó. Algunas crónicas dicen que incluso eso provocó la muerte de Ahuizótl.
“Desde entonces, no estamos ajenos a este tipo de fenómenos. Por eso, desde siempre, todos los pueblos y los hombres tratan de evitar a la muerte, apoyándose en religiones o filosofías para buscar evadirla y decir, ‘bueno, si la parte corporal muere, hay algo más allá’.
“En el México prehispánico, y concretamente entre los mexicas, creían que si se moría en la guerra, capturado o sacrificado a los dioses, el individuo se iría a acompañar al Sol; si morían por agua se iban a la casa de Tláloc, y si mo-rían de cualquier otra manera, irían al Mictlán.
Ellos padecieron muchas adversidades naturales, rogaban a sus dioses, pero la vida continuaba. No queda otra más que salir adelante
, concluye el autor de Muerte al filo de obsidiana: los nahuas frente a la muerte (FCE, 1996).
El pueblo del Sol
En su libro La filosofía náhuatl (FCE, 1956), el historiador Miguel León-Portilla complementa esa idea: ante las conclusiones pesimistas a las que llegaban los nahuas, por el temor a un cataclismo final, nunca perdieron su entusiasmo vital, sino que fue precisamente el móvil último que los llevó a convertirse en una comunidad guerrera por excelencia, el pueblo del Sol
.
“Los aztecas –escribe León-Portilla– concibieron el ambicioso proyecto de impedir, o al menos aplazar el cataclismo que habría de poner fin a su Sol, el quinto de la serie. Esa idea llegó a convertirse en obsesión, fue precisamente la que dio aliento y poderío a los habitantes de Tenochtitlán, haciendo de ellos, como ha escrito Alfonso Caso: ‘un pueblo con una misión. Un pueblo elegido. Él cree que su misión es estar al lado del Sol en la lucha cósmica, estar al lado del bien, hacer que el bien triunfe sobre el mal, proporcionar a toda la humanidad los beneficios del triunfo de los poderes luminosos sobre los poderes tenebrosos de la noche’.”