a tierra había mandado avisos de su alboroto que se concretaron las semanas pasadas en Oaxaca y Chiapas y el pasado martes en la Ciudad de México y alrededores: Puebla, Morelos, estado de México, Hidalgo.
La tierra tembló y tiene temblando a los del centro de la República: edificios que caen y otros por caer, muertos, heridos, damnificados y todo género de trastornos emocionales ante las fuerzas irracionales de la naturaleza. El síntoma principal, la incertidumbre de no saber si repetirá.
Los seres y las cosas no están nunca inmóviles dentro del marco con que pretendemos delimitarlas. No es que se muevan, es que las percibimos fijas y el tomar conciencia mantiene perpetuamente sorprendidos en medio de la inquietud que despierta la imagen del otro
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Ese otro
–los temblores– que tienen un lenguaje que sugiere una desestructura, vivida como dolor.
El hombre se siente solo en el mundo pero en condición marginal, busca permanente de lo que se cree perdido al intuir que el dolor profundiza y verlo encarnado en el otro
(s) despierta cierta identificación. Arqueología de los conceptos que establece paralelismo con una filosofía que se opone al logofonocentrismo por su oposición al cierre, la clausura.
Dolor como elemento alrededor del cual se estructura el aparato síquico. Contacto humano interobjetivo que se inicia con el grito que emerge del desamparo originario, el dolor de la incompletud –el que vivimos esta semana– en estas redes se entreteje la sexualidad que irrumpe brutalmente trastornando el orden vital y pervirtiendo al instinto, la fusión vital: permanencia del dolor frente a la sexualidad. Generador de múltiples alianzas que conforman relaciones de solidaridad con los otros con los que compartimos necesidades, anhelos, deseos y una raíz.
Solidaridad mexicana que es original, fuerza interior vivenciada en todo el cuerpo trasmitida a los otros, uno mismo. Paridad de sentimientos que en el dolor son gozo imprevisto, inexplicable, que despierta el sentimiento, la ternura y que suelen aparecer frente a la tragedia colectiva, los temblores, símbolo en su fuerza despiadada del mal que llega, desgarra y en ocasiones provoca la muerte.